Capítulo 19

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Quería permanecer en la cama tanto tiempo como pudiera, sentía los músculos pesados, la cabeza me dolía, la garganta la sentía reseca y rasposa, y en esas pocas veces que tenía ganas de por lo menos sentarme, parecía que el mundo empezaba a dar vueltas.

Estaba casi desnudo bajo las sabanas, tenía algunos rayones por el cuerpo que no sabía cómo los había obtenido.

¿Qué hora sería? A juzgar por los pocos rayos de luz que alcanzaban a traspasar la cortina, seguramente sería bastante tarde, estaba descuidando mis deberes como mayordomo, algo imperdonable para el estricto protocolo que me exijo.

Aunque probablemente Alfred seguiría dormido, no había fuerza sobre la tierra que lo hiciera levantarse por su cuenta, así que tenía que ir yo a levantarlo, si es que obtenía la determinación para ponerme en pie.

Cubrí mis ojos en un intento por desaparecer el asco, tratando de convencerme de que me encontraba bien, pero vaya que era horrible moverse cuando la resaca atacaba con todo lo que tenía.

La puerta se abrió, cegándome por un momento por la luz que había dejado pasar, incluso me enterré entre las cobijas para regresar a la absoluta oscuridad que me parecía tan cómoda en estos momentos.

- ¿Quién es? – era increíble que aun pudiera hablar a pesar de la deshidratación.

- Traje el desayuno. O bueno, comida, como quieras verlo.

¿Tan tarde era? Debía apurarme para vestirme e ir a atender a mi conde. Aunque cuando quise enderezarme nuevamente sentí el súbito mareo.

- Realmente no sabes tomar – se río Gilbert al tiempo en que depositaba la bandeja con comida en una mesita. – será mejor que no te esfuerces porque te sentirás peor.

Me ayudó a acomodarme para que pudiera estar sentado cómodamente sobre la cama, aunque al estar casi desnudo una vergüenza me atravesó y oculté mi cuerpo con la almohada.

- No tienes por qué sonrojarte, no tienes nada que no haya visto – sonrió juguetonamente. Seguido de ello me pasó un blusón para que pudiera cubrirme. -Traje fruta y café, siempre ayudan con el exceso de alcohol.

- No entiendo cómo puedes estar tan perfecto. – reproché al tiempo que daba un sorbo al café.

- Es que uno simplemente nace perfecto, ya sabes, el gen de la perfección no es para todos, puedo entender por qué varias personas envidian mi belleza y mi carisma, sin tomar en cuenta muchos otros atributos que tengo.

- Supongo que el gen de la modestia no cabe entre esos atributos.

- Es de los principales – dijo orgulloso.

- ¡Ah! ¡Olvide que ya es muy tarde! ¡Tengo que vestirme e ir a despertar a Alfred, y...!

- ¡Wo! Tranquilo. Alfred y Matthew se volvieron a ir esta mañana, además de que Francis y Antonio siguen medio muertos. Se podría decir que no hay nadie en la casa. Así que aprovéchalo para descansar.

- ¿Cómo es que terminamos bebiendo ayer? Que molesto.

- No creo que puedas decir eso después de todo lo que hiciste. – burló.

- ¿A qué te refieres? Ustedes fueron los que no paraban de inventar juegos raros, yo simplemente los observaba. – comí un poco de la fruta e hizo que mi garganta se recubriera de frescura.

- Claro, si por observar te refieres a realizar un striptease y ponerle más emoción a tu baile mientras más te aclamábamos. Por cierto, eres bueno moviendo las caderas.

El Mayordomo de un NobleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora