A pesar de que la fiesta había durado más de lo planeado y que el cansancio se cernía sobre nosotros como pesadas rocas sobre la espalda, tuvimos que levantarnos temprano para continuar con nuestro viaje.
Me había comportado de una manera tan altanera con Alfred tan solo unas horas atrás que le pedí al vizconde Beilschmidt que me remplazara con algún otro de sus sirvientes, probablemente el conde se encontraría de un mal humor tangible si era yo el que lo despertaba en esta ocasión. Por ello, intercambié papeles con el mayordomo correspondiente a Antonio.
Tal vez faltaría a mi deber al realizar un capricho como este, pero tampoco tenía ganas de interactuar con Alfred en un buen tiempo, así que no importaba mucho, al fin y al cabo solo necesitaba a alguien que le sirviera.
Toqué a la puerta por mera cortesía, sabía que por los ronquidos estaba completamente dormido. Entré y fui directo a abrir las cortinas para que la luz natural lo despertara, pero cuando me fijé mejor, había dos cabezas en esa cama.
Antonio abrazaba a Lovino por la espalda, había unas manchas purpureas en el cuello del menor y por lo menos tenían el torso desnudo. ¿Qué estaba pasando aquí?
Me quedé estático cuando me percaté que el español se desperezaba y sus ojos se abrían con lentitud, a estas alturas era imposible ocultarse o correr fuera de la habitación.
Cuando su mirada chocó conmigo, fue cuando sus parpados se abrieron de golpe.
Procuró realizar sus movimientos lentamente para no despertar al menor, con un sutil gesto, llevó su índice cerca de sus labios para indicar que guardara silencio.
Me retiré de la habitación confuso.
O el mundo me estaba rodeando de personas homosexuales recientemente o desde que apareció Alfred me empecé a percatar de todas las personas que mantenían en secreto su orientación sexual.
- Uff seguro que anoche la fiesta se salió de control, entre tanto alcohol uno nunca sabe a dónde irá a parar. – Antonio había aparecido frente a mí. No respondí, más porque no sabía qué decir que por juzgarlo. Él pareció nervioso y prosiguió. – Hay tantas locuras que uno hace cuando está ebrio, es incluso más preocupante y emocionante cuando olvidas lo que sucedió.
- Sí, conozco bien la sensación de no recordar el día anterior, resulta bastante irritante a mi parecer.
- Pero es por el mismo hecho de que no nos acordamos que el acontecimiento no cuenta.
- No creo que las acciones dejen de existir solamente por no tener memoria de ello.
- Pero... - carraspeó – bueno, tal vez haya algo de verdad en ello, pero no en todas las ocasiones uno está realmente dispuesto a hacer lo que hizo.
- He escuchado que realmente las personas sacan a relucir sus verdaderos deseos o sentimientos cuando se encuentren en un alto estado de ebriedad, por eso en ocasiones dicen que el alcohol los hace "valientes".
- Muy bien, Arthur, ¿qué necesito hacer para que no menciones lo que viste recién? – finalmente fue al grano de su conversación cuando pareció verse acorralado.
- No planeaba contar nada. Supongo que esas cosas suceden...
- ¿Lo prometes? – se mostró aliviado.
Asentí y él dejó escapar un suspiro que le estaba carcomiendo el alma desde que empezamos a hablar. Me dio unas palmaditas en el hombro mientras sonreía.
- Eres una buena persona, Arthur. Realmente me sorprendí cuando te vi a ti en lugar del mayordomo que siempre me asigna Gilbert, hasta sentí que me puse blanco de la impresión. Oh y por cierto, no le vayas a mencionar nada a Lovino tampoco, se alteraría muchísimo y seguro terminaría enojado conmigo. Me costó demasiado hacer que se le pasara el enojo ayer como para que hoy caigamos de nuevo en lo mismo.
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El Mayordomo de un Noble
FanfictionSi Arthur Kirkland no lo hubiera perdido todo nunca lo hubiera conocido, entre las frías y nevadas calles de Londres, enamorándose perdidamente de aquellos infinitos ojos azules que lo invitaron a seguir viviendo. Aunque no se percataría enseguida...