Capítulo 1

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Nunca me había despertado con tanto ánimo. Era la primera vez que tenía el presentimiento de que algo bueno iba a pasar. Miré por la ventana de mi pequeño apartamento en Nova Crisálida, en el piso 76. Hacía un día completamente despejado, y el amanecer se introducía perezosamente entre los rascacielos metálicos, de los cuales la ciudad estaba llena.
Tras asearme y vestirme, cogí mi pequeña moneda de antes de la revolución de 2048. Durante los años, la llevé siempre conmigo. Mis padres me dijeron que algún día me podría ser útil. Puede que nunca la llegue a usar, pero me trae buenos recuerdos.
Cogí una carpeta con papeles y salí del piso para meterme en el ascensor. Una vez dentro, pulse el botón del 2º, y medio minuto después estaba en mi destino.
Solo con abrir la puerta me llegó el olor a papeles y polvo. Eso me indicó que debería de haber limpiado el domingo, cuando tuve tiempo.
Era una estancia pequeña, con una pared metálica a unos tres metros de la puerta. Estaba poblada por unas cuantas sillas pegadas a las paredes, por si algún día (nunca se dió el caso...) tenía a alguien esperando. Otro de los habitantes del pequeño cuarto era una mesita con revistas de hacía unos... ¿Dos años?. En realidad las leía yo, y luego las ponía ahí por no tirarlas.
En el centro de esa separación metálica había una puerta de dos hojas correderas que se abría desde dentro con un botón. Dentro solo estaba mi escritorio, una silla para mí, otras dos para los clientes, unos cuantos archivadores, y la joya de la corona: la máquina del café.
Para acabar, la pared del fondo era de cristal, a excepción de unas finas tiras negras que atravesaban los paneles hacia los lados.
Pulsé el botón, y las hojas metálicas se separaron en silencio hacia los lados. Tras pasar, decidí dejarlas abiertas solo por no sentirme oprimido por lo pequeño que era el despacho, y que de paso, que entrase algo de luz en el recibidor y poder apagar las luces. Abrí las persianas, y los rayos de sol se colaron en la pequeña estancia, iluminando mi escritorio, y marcando todavía más la fina capa de polvo que se había depositado durante toda la semana pasada.
Después de mirar por la pared acristalada hacia el amanecer en la ciudad más nueva del mundo, me di la vuelta hacia el escritorio, y comencé a revisar papeles.
Pero poco después llamaron a la puerta. Hoy no esperaba visita.

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