Parte final

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― ¡Y por mentirme de esa forma, cabro culiao', no vái' a salir de la puta casa en todo el puto mes! ¡Y me vái' a pasar tu cagá de teléfono en este instante!

Carlitos miraba atemorizado la expresión de furia de su mamá. La última vez que lo había visto así fue para el terremoto del 2010 cuando se enteró de la negligencia de su gobierno.

Con la mano temblorosa, sacó el aparato electrónico de su pantalón y se lo entregó al castaño quien traía esa horrible mueca de odio.

Miró desesperado hacia su papá. Su papá era grosso, ¿por qué no lo ayudaba en eso?

Ah, claro... El miedo a Manuel era mayor que su responsabilidad paterna.

Sí...

Eso pasaba por la mente de Carlitos mientras aún seguía parado frente a los cuatro adultos quienes estaban de piedra.

Mariana, por otro lado, ya no sabía qué hacer. ¿Debería esconderse? ¿Huir a las profundidades del infierno?

La casa de Suiza era otra opción viable...

―No... ―comenzó a murmurar Chile, llamando la atención de los dos púber―. ¿No están... pololeando?

El pequeño rubio comenzó a sudar. Sabía, sabía que ahora vendría la rabieta nivel once mil a lo chileno. Con groserías inentendibles para todos, menos para él.

Cerró los ojos por inercia, no quería ver el rostro de furia del castaño.

―No, señor Chile... ―soltó suavemente Mariana.

― ¡Oh Dios Santo! ¡Qué alivio! ―exclamó alegremente Manuel, llevándose una mano al pecho.

Ahora era el fueguino que lo miraba sin expresión alguna... Bueno, lo miraba como si le hubiese salido una segunda cabeza o algo parecido. La consternación se apoderaba de su pequeño rostro, ¿qué boludez había dicho su mamá?

―No... ¿estás enfadado con nosotros...? ―se aventuró a decir, quería estar seguro que ese castaño relajado y sonriente era lo que sentía de verdad y no una mera falacia para engañarlos.

― ¿Enfadado? ¿Por qué? ¡Prefiero mil veces que no tengas polola a que tengas una! ―Todos miraban la sonrisa en el rostro del chileno. Martín soltó el aire que tenía guardado y se acercó a su hijo, posando su mano sobre la cabeza de este y revolviéndole el cabello.

―Pero ni creas que escaparás del castigo por haberme mentido ―y la tierna sonrisa se transformó en una siniestra.

Carlitos ahora sí tenía miedo...

Mucho, mucho miedo...

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― ¡No puedo máaas!

―Seguí hijo, lo hacés excelente~.

― ¡Pero mis brazos!

―Deja ya de quejarte, Carlos, y sigue lijando la pared.

El fueguino bufó, levantándose el flequillo que se le pegaba en la frente debido al sudor. Sus brazos temblaban al seguir pasando el papel de lija gruesa por las tablas viejas de barniz para después volver a pintarlas.

Su castigo era arreglar el barniz exterior de la cabaña que tenía Manuel en Temuco, junto con bañar, pasear y alimentar a la dogo de su papá durante un mes.

―No pueden hacerle esto a su hijo... ―seguía quejándose.

―Nunca te hemos castigado, y pensamos que este era el castigo perfecto. Piensa que si fuésemos otros padres, te habríamos sacado la mugre ―dijo alegremente el chileno mientras bebía su fanshop.

¡¿Que Carlitos tiene qué?! [Latin Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora