Capítulo 2

441 38 2
                                    


Cap. 2. Huidas.

"Un trono no es más que una madera cubierta de terciopelo" (Napoleón Bonaparte).

Laia
Palacio Real de Reino Diamante

No he podido dormir en toda la noche. Las palabras de Pedro han resonado en mi mente, como un eco sin fin, impidiéndome encontrar el descanso que tanto necesito. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes de lo que me espera me asaltaban, llenando mi cabeza de oscuros pensamientos. El frío y la soledad de la celda, sumados a la incesante tortura mental, han hecho que las horas se arrastren lentamente, como si el tiempo mismo estuviera en mi contra.

De repente, una voz grave rompe el silencio opresivo de los calabozos.

— Buenos días, Laia.

Reconozco aquella voz grave al instante.

Javier está frente a los barrotes, acompañado por dos guardias. Su expresión, carente de cualquier vestigio de compasión, me hiela la sangre. Su cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, contrasta con la crueldad que veo reflejada en sus ojos.

— Espero que hayas podido dormir bien — comenta con un tono burlón, casi sarcástico —. Hoy será un día que recordarás por el resto de tu vida.

Antes de que pueda articular una respuesta, dos guardias entran en la celda. Sin mediar palabra, uno de ellos me agarra con fuerza por el brazo y me arrastra hacia el exterior. Siento su mano, dura y siniestra, apretando mi piel, y el contacto me provoca un escalofrío que recorre mi cuerpo entero.

— No te preocupes, Laia — dice Javier mientras me observa con una sonrisa cruel —. Esto solo es temporal. Todo va a arreglarse pronto... de una forma u otra.

Sus palabras me revuelven el estómago. Cuando su mano intenta posarse sobre mi muñeca, el instinto me hace retroceder de inmediato. Su toque me quema, me recuerda que este no es el Javier que una vez conocí, sino alguien mucho más oscuro.

— ¡No me toques! — grito, la voz quebrada por la mezcla de ira y terror.

Javier detiene su avance, pero no parece sorprendido. Al contrario, en sus ojos brilla algo peligroso, algo que me hace dar un paso atrás. Su sonrisa desaparece, reemplazada por una expresión dura y calculadora.

— No te pongas dramática, Laia — su voz es ahora una advertencia, fría como el hielo —. No tienes idea de lo que está en juego aquí. Así que te aconsejo que te controles.

— No quiero escuchar ni una sola mentira más, Javier — escupo, mi cuerpo temblando de rabia contenida —. No quiero volver a verte en mi vida.

— No tienes opción — responde con una indiferencia aplastante —. A partir de ahora, harás exactamente lo que yo diga. ¿O prefieres descubrir qué les sucede a los que me desobedecen?

Antes de que pueda reaccionar, Javier cierra la distancia entre nosotros en un movimiento rápido. Su mano se enrosca alrededor de mi cuello, apretando con una fuerza aterradora. Sus dedos se clavan en mi piel, bloqueando mi respiración. El terror me paraliza, y por un momento, todo lo que puedo hacer es luchar por aire, mis ojos clavados en los suyos. La oscuridad en su mirada me confirma lo que ya temía: no hay nada humano en él.

El Rey de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora