Capítulo 4

360 32 0
                                    


Cap. 4. Miedo.

"La guerra es el negocio más antiguo del mundo" ( H. G. Wells).

Laia
Palacio Real de Reino Diamante

El aire en los calabozos es denso, sofocante. El silencio se rompe sólo por el eco distante de gotas que caen rítmicamente desde algún rincón oscuro. Cada vez que suenan, parece que el mundo mismo se está desmoronando lentamente a mi alrededor, como si el tiempo se hubiera detenido en este espacio frío y húmedo. Estoy sola en esta celda, encadenada a la pared, mis muñecas lastimadas por las esposas de metal que no me permiten moverme con libertad.

La oscuridad es total, apenas si puedo distinguir las sombras que me rodean. El suelo de piedra está helado, y aunque intento acurrucarme para conservar el poco calor que queda en mi cuerpo, la humedad se filtra en mis huesos. Mi respiración es pesada, y aunque trato de mantenerme alerta, el cansancio finalmente comienza a apoderarse de mí. El agotamiento físico y emocional ha sobrepasado mi resistencia, y poco a poco, mis párpados empiezan a cerrarse.

El sueño me envuelve como una manta pesada, arrastrándome a un lugar que preferiría olvidar.

***

Laia
Taberna "La Jarra Quebrada"

Estoy de vuelta en la taberna.

El hedor del alcohol barato y el sudor me golpea en cuanto entro. Los gritos de los hombres ebrios llenan el aire, mezclándose con el sonido de las jarras de metal chocando unas contra otras. La taberna siempre estaba llena, siempre ruidosa, siempre cargada de una atmósfera que apestaba a desesperación y decadencia. Aquella era mi vida, el lugar donde mi existencia se reducía a servir copas, limpiar mesas, y soportar el peso de una deuda que no era mía.

— ¿Dónde está la pequeña Laia? — escucho una voz familiar entre el ruido.

Mi corazón se detiene. Sé lo que viene a continuación. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente, instintivamente me hago pequeña, intentando hacerme invisible. Pero ya es demasiado tarde. Lucas me ha visto. Su figura imponente se acerca a mí con una sonrisa torcida, una que he aprendido a temer.

— Ah, ahí estás — dice con esa voz empapada de alcohol. Su mano gruesa y callosa me atrapa por el brazo antes de que pueda escapar —. Tienes trabajo que hacer, pequeña.

Intento soltarme, pero su agarre es firme, como siempre.

El terror se apodera de mí mientras me arrastra hacia la trastienda. Cada paso es un recordatorio de mi impotencia, de cómo había sido atrapada en una vida que no había elegido. Mi padre, en su desesperación, había contraído una deuda imposible de pagar, y cuando murió, esa carga cayó sobre mis hombros. Lucas lo sabía, y se aprovechó de ello.

Las puertas se cierran detrás de nosotros, y el bullicio de la taberna se vuelve distante. Estoy atrapada en esta pequeña habitación oscura, con él. El olor a humo de tabaco y alcohol me sofoca. Intento retroceder, pero mis piernas no responden. Estoy congelada, como si mi propio cuerpo me hubiera traicionado.

— Vamos, Laia — dice Lucas mientras cierra la puerta con un golpe seco —. Sabes lo que tienes que hacer.

El sonido de su cinturón desabrochándose es un golpe en mi alma. El terror se transforma en una náusea violenta, y mi mente grita por una salida que no existe. Mis manos tiemblan, pero no tengo dónde esconderme, no hay escape.

El Rey de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora