»Capítulo uno: Encuentro;

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El olor a pescado se colaba entre las aletas de los compradores que paseaban a esa temprana hora del día. La barahúnda incontrolable y mal trenzada se movía como todas las mañanas, como todos los días. Calles cubiertas de una ligera manta de desperdicios y los perros robando comida a un puesto de comida. No obstante, él sabía que ese día tan común como otros podría convertirse en aquel que cambiaría su vida para siempre. Estaba decidido.

El vasto reino por lo que había escuchado, luego de incontables batallas que había culminado en la desgracia y el hundimiento total. Los anteriores reyes, avariciosos y despilfarradores, habían hecho caso omiso a las súplicas de su pueblo que aclamaba que comer. Así que el príncipe heredero, en aquellos días un hombre bastante ágil de cuerpo y cargado de vitalidad, decidió darle fin al reinado de sus padres y apoyado del poco ejército que aún existía.

Había logrado hacer renacer a su reino, aunque no en totalidad. Siendo hombre de mundo, había visitado muchos reinos y sitios más modernos, más ricos y más limpios. Con los años, se rumoreaba, el hombre ágil que había sido el príncipe, pasó a ser un tipo más burdo en trato, sedentario y más salido en carnes. Pero mantenía la esperanza viva de aquellos días de juventud, aquella promesa que él aprovecharía para sí. Obviamente, no era para nada su preocupación ayudar a un miserable reino que se levantaba en lodo. El capitán Choi, capitán justo y respetable a los ojos del actual rey, buscaba algo más que migajas. Ansiaba aquel oro y tesoros mágicos, leyendas olvidadas en libros añejos y carcomidos, historias de esos viejos que hablaban solos en plazas.

Había encontrado una pobre alma bastante fácil de convencer y no perdería la oportunidad.

Desde las tierras montañosas de donde había bajado, había estado planeando perfectamente cómo se presentaría ante este rey que imploraba su ayuda. No había sido fácil sobornar y deshacerse de varios hombres, pero lo había conseguido. Bajo un nombre falso, que era todo lo que tenía, logró que el monarca escuchara de él y de sus muchas heroicas y triunfantes batallas, de los inmensurables tesoros que llevaba a muchos reinos. Y ahora, lo llamaban. El rey en persona, citaba al capitán a la corte con suma urgencia.

El capitán Choi sonreía malicioso mientras avanzaba a paso lento jalando una fuerte yegua que había ganado en una apuesta. Ataviado en un traje de seda ligera pero bastante costosa y un sombrero que hacía algo dificultoso notar las grandes y oscuras pupilas, decidió inspeccionar por cuenta propia. Pidió hospedaje en una casa modesta. La casera era un una mujer curiosa y algo desconfiada, pero el capitán se la supo ganar con unas monedas de más y una amplia sonrisa en su limpio rostro.

La cena, de cierto modo aceptable, se servía a las siete. Un plato hondo con agua y pocos fideos nadando; a veces, si es que tenía suerte se encontraban trozos de pescado, que eran devorados por los comensales. El capitán se tomó su tiempo inspeccionando el comedor y sonrió al darse cuenta que los instintos aún no fallaban. Se sentía orgulloso de ese sexto sentido de alguna manera. Había una gran variedad entre los viajeros, pero sobre todo lo que llamó su atención fue aquel vejestorio con ropa haraposa, la barba canosa cayendo casi hasta el final cuello, y con las manos nudosas. Bebía la sopa caliente como agua. Se notaba cansado por los años. Las cicatrices que cubrían parte de la cara y las manos, hablaban de una vida difícil y poco amable hacia el hombre. «Podría haber sido una leyenda, una lástima », pensó.

Observó a Chin Mae por unos días más y se aseguró que el hombre siguiera de alguna manera en el negocio. Así que lo siguió una mañana cuando la lluvia arremetía contra ciudad, y al parecer el viento soplaba a su favor. El hombre había entrado a un establecimiento poco sospechoso, que simulaba ser un bazar de especias, mas unos segundos luego de que el viejo entrase, notó por la parte trasera salir a un tipo cojeando. La carga que llevaba entre los brazos no tenía nada que ver con especias de algún tipo, eran armas. El capitán bajó más su sombrero—esta vez algo menos lujoso— luego de un tiempo y avanzó hasta el lugar, entró al lugar haciendo sonar el adorno que colgaba de la puerta y sonrió al vendedor.

Sobre el azul - 2min&JongKeyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora