Tres

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Cuando entré a la cocina para desayunar, mi familia dejó de hablar. Me dirigí directamente a la cafetera. Mi madre se acercó, me tomó las manos y me hizo girar hacia ella.

–¡Estás preciosa, cielo!– exclamo, besandome las mejillas.

–Es una falda, mamá– dije, soltandome –Supéralo.

Agarré una taza de la alacena y me serví café. En el último instante, logre apartar mis rizos rubios antes de que se sumergieran en el líquido negro.

Ansel me arrojó un pan y procuró disimular su sonrisa.

Traidor, dije en silencio y tomé asiento. Entonces me di cuenta de que mi padre me miraba boquiabierto.

–¿Que?– pregunté, masticando un bocado de proteína de soya. Tosió y parpadeó. Después nos echó un vistazo a mi madre y a mí.

–Lo siento, Cala. No supuse que te tomarías las sugerencias de tu madre al pie de la letra.

Ella le lanzó una mirada furiosa. Mi padre se removió en la silla y se desplegó el Denver Post.

–Estás muy guapa.

–¿Guapa?– chillé. La taza de café se agitó. Ansel se atragantó con un pedazo de pan y agarró un vaso de jugo de naranja.

Mi padre alzó el periódico para ocultarse mientras mi madre me daba palmaditas en la mano. Le lancé una última mirada furiosa y me sumergí en los vahos de la cafeína.

Seguimos desayunando en medio de un incómodo silencio. Papá leía y procuraba no mirarnos a mi madre y a mi. Mamá no dejaba de lanzarme miradas de aliento, que yo devolvía con frialdad. Ansel hacía caso omiso de nosotros, masticando su pan. Dejé el resto del café.

–Vamos, Ansel.

Mi hermano se puso de pie de un brinco y agarró su chaqueta camino del garaje.

–Buena suerte, Cala– exclamó mi padre, mientras mi hermano y yo salíamos por la puerta.

No le contesté. En general me gustaba ir a la escuela, pero hoy la idea me aterrorizaba.

–Stephen...– oí que decía mi madre cuando salí golpeando la puerta.

–¿Puedo conducir?– la mirada de Ansel era esperanzada.

–No– dije, y ocupé el asiento del conductor.

Ansel se agarro del tablero de mandos cuando arranqué haciendo chirriar los neumáticos. El automóvil se lleno de olor a goma quemada.

Tras sobrepasar el tercer auto, Ansel me lanzo una mirada furiosa, luchando por abrocharse el cinturón de seguridad.

–Puede que tengas ganas de suicidarte por llevar pantimedias, pero yo no.

–No llevo pantimedias– dije, apretando las mandíbulas y esquivando otro vehículo.

–¿No?– dijo Ansel, arqueado las cejas –¿Acaso no es necesario, o algo asi?– me lanzo una sonrisa traviesa, pero mi mirada airada lo hizo callar.

Para cuando llegamos al estacionamiento de la escuela, estaba pálido como un fantasma.
–Creo que le pediré a Mason que me lleve a casa esta tarde– dijo, golpeando la puerta del automóvil.

Noté que mis nudillos estaban blancos de aferrar de manera tan fuerte el volante, e inspiré profundamente.

Sólo es ropa, Cala.  No es que mamá te haya obligado a operarte las tetas.

Me estremecí, con la esperanza de que mamá nunca se le ocurriera semejante cosa.

Bryn se interceptó en medio del estacionamiento y me lanzó una mirada de asombro.

Sombra Nocturna (Nightshade) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora