Cuatro

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Cuando sonó la primera campana corrí a sentarme en mi pupitre.

–Suéltala– murmuró Bryn, sentada en el pupitre de atrás.

–Fue interesante– dije.

El señor Graham carraspeó.

–Damas, caballeros, concédanme unos minutos de su atención– cuando Bryn me clavó las uñas en el antebrazo solté un grito ahogado.

–¿Qué pasa, Bryn?

Bryn mantenía las vista clavada en la parte delantera del aula. El bullicio había cesado.

–Muchas gracias– la voz áspera del señor Graham inundó el aula –Hoy un nuevo alumno se ha matriculado en nuestra escuela.

Me volví y solté un gemido, convencida de que Bryn me había arrancado un trozo de piel. Y después me quedé inmóvil cuando olfateé el rastro de la soleada brisa primaveral. No puede ser. Era él: el excursionista que había salvado hacía menos de veinticuatro horas estaba de pie junto al escritorio del señor Graham.

–Este es Seamus Doran– prosiguió el profesor, sonriendole al chico que parecía muy incómodo.

–Me dicen Shay– dijo en voz baja.

–Pues entonces bienvenido, Shay– dijo el señor Graham, recorriendo el aula con la vista.

El corazón quiso salirme al ver que él se fijaba en el asiento vacío a mi derecha...

–Puedes sentarte junto a la señorita Tor.

Bryn le pegó una patada a mi silla.

–¡Dejalo ya!– gruñí, volviéndome a medias hacia ella –¿Qué se supone que debo hacer?

–Algo– dijo en voz baja pero alarmada.

Volver a verlo me produjo una mezcla de espanto y excitación. Aunque no lograba ordenar mis sentimientos, sabía en cuanto me reconociera se produciría el desastre y procuré ocultarme tras la cortina de mis cabellos.

¿Dónde está mi sudadera con capucha, ahora que la necesito?

Shay se acercó lentamente a su pupitre. Cuando lo alcanzó, su mirada de color verde pálido se cruzó con la mía durante un instante, pero no había duda: me había reconocido. Sentí miedo, pero el temor estaba mezclado con la satisfacción. En esa fracción de segundo, mientras nos mirábamos, percibí su estupefacción. Yo había sido un sueño para él, y ahora era real. Su mochila se deslizó de sus manos y un par de lapiceros rodaron por el suelo entre nuestros pupitres. Reprimí un gemido, me cubrí la cara con la mano y sentí un ardor en el estómago. Bryn volvió a patear mi pupitre con tanta violencia que se desplazó hacia adelante.

Graham retrocedió.

–Un cólico– susurré –Gases– el señor Graham se ruborizó y garabateó un permiso para abandonar el aula. Corrí por el pasillo hasta el baño de mujeres. Por suerte estaba vacío. Me derrumbé en el suelo, temblando. La puerta del baño se abrió con un chirrido.

–Cala– susurró Bryn y se arrodilló a mi lado.

Tenté el destino y ahora me persigue. Debería haber dejado que el oso lo matara.

Pero la idea de que algo le hiciera daño al nuevo alumno me dejó sin aliento.

–No puede estar aquí.

–Lo sé– dijo Bryn, abrazándome –Pero debe de ser alguien importante. En el mundo de los humanos, quiero decir. De lo contrario, ¿Por qué lo pasarían al último curso? Eso no sucede jamás.

Sombra Nocturna (Nightshade) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora