Dos años después, Laurie y yo, comenzábamos a estabilizarnos, laboralmente hablando.
Seguíamos compartiendo aquel apartamento que habíamos conseguido como un chollo al acabar la facultad, y hacíamos nuestra vida de forma independiente, sin protección de padres, hermanos o novios. Solo nosotras, tal y como habíamos hablando y planeado tantas y tantas veces.
Laurie comenzó a trabajar en escuelas y academías como suplente para engordar su curriculum, a parte de sacar algún curso extra, y así lograr que alguna de ellas se fijara y le diese, por fin, un puesto fijo de profesora de literatura.
Yo, trabajaba como extra en tres editoriales distintas. Intentando conseguir contactos que me pusieran en el camino de algun editor importante y dar mi salto a alguna editorial renombrada.
A parte de mandar varias veces al año, mi curriculum a varias de ellas.
Y mis ratos libres, los pasaba en un local que me encantaba:
Era una pequeña cafetería/librería. Allí la gente iba a tomarse un café o infusión, acompañada de un emparedado o un trozo de tarta casera mientras leía en un ambiente relajado y agradable, lejos de los ruidos y estres de la ciudad.
Podías llevar tu propio libro, o escoger alguno de los que allí había; ya que algunos clientes habían donado al establecimiento muchos títulos, y otros los había ido adquiriendo la dueña tras muchos años allí.
La señora Potter, era la propietaria. Una viuda sin hijos que había dedicado gran parte de su vida a ese negocio. Sobre todo desde que su esposo había fallecido, cerca de quince años atrás.
Me encantaba estar allí. Era un sitio tan acogedor, tan entrañable. Lleno de recuerdos, de magia. Empapado de olor a libros, buen café y tarta casera. Fascinante.
Era una pena que no existiesen más sitios como ese.
Y entre trabajar, estudiar y alguna que otra diversión, el tiempo pasó volando. 24 veranos yo, y 24 otoños Laurie.
Eramos dos jovencitas más, en mitad del gran universo que era Nueva York.
En ese tiempo, ambas, pudimos hacer huecos en nuestros trabajos, para realizar visitas a casa. A la de Lau, fuimos tres veces; siendo la última muy triste, ya que la madre de mi amiga enfermó de un cancer terminal y en muy pocas semanas se fue. Laurie lo llevó mucho mejor de lo esperado, siendo ella de caracter tan sentimental. Pero yo estaba muy pendiente de ella, mucho más de lo habitual.
- Tu compañía y apoyo, están siendo mi pilar para sobre llevar esto, Bella – me confesó un día que alabé su entereza ante la desgracia familiar que acababá de padecer – Tú eres mí todo ahora.
- Me siento sumamente halagada por tus palabras – la miré con gran cariño – Tú también eres mi gran... y único apoyo en la vida. No sé que haría sin tí. - Ambas nos abrazamos con amor fraternal.
Laurie era sorprendente. Era una de las mejores personas que había conocido en mi vida; por no decir que la única que podía albergar dicho título.
Entre las dos, sobre llevamos el gran disgusto de su familia. Ya que yo a mi manera, también me había disgustado ya que les había adquirido gran cariño a todos. Eran una familia estupenda. Una familia... normal.
A Forks fuimos una vez más. Una última vez. Sinceramente no me apetecía demasiado ir, ya que imaginaba como iba a sentirme allí, pero sabía que a Laurie le vendría bien, a parte de que a ella, incomprensiblemente, le encantaba aquel lluvioso pueblo.
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Y el Último de Feliz ... ¿No se cumpliera?
FanfictionSi no se hubiese cumplido, la historia se hubiese congelado tal y como la dejamos al principio de Luna Nueva. Justo después de que Edward, dejase a Bella en el bosque. Bella se desliga de todo lo sobrenatural y comienza una nueva vida en Nueva York...