- EPÍLOGO -

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Jaehyo recién había terminado con su sesión de fotos. Había tomado unas buenas capturas y aún no terminaba de guardar su equipo cuando ya estaba pensando en los arreglos que debía hacerle a las tomas. Pero habían resultado tan buenas que seguramente no serían muchos, ya se sentía como todo un profesional a pesar de no haber tomado ni un solo curso. Para ese entonces, su nombre ya estaba siendo un poco más conocido y tenía cada vez más clientes, incluso, algunas empresas pequeñas se interesaron en él y lo habían contratado para su publicidad. Después de todo el tiempo que estuvo luchando por conseguir ascender, lo estaba logrando.

Cuando por fin terminó, salió de su pequeño estudio de fotografía, el cual había logrado alquilar luego de que el número de clientes que tenía fue haciéndose estable.

Aquella era una tarde de primavera, los primeros días apenas, por lo que el clima era el de la mejor época del año. Tan solo vestía con un delgado suéter y eso era suficiente para cubrirse del ligero viento que se paseaba por las calles de Seúl. Tenía una cita en una cafetería, por lo que se apresuró para llegar a tiempo. Se colocó a la orilla de la calle y pidió un taxi. Cuando encontró uno desocupado entró en el asiento trasero y mencionó la dirección. Se dispuso a disfrutar del viaje viendo por la ventanilla del lado derecho del auto.

Mientras veía pasar los edificios, pronto su mente divagó y le hizo recordar un momento muy especial, uno que atesoraba como ningún otro...

Se encontraba caminando por las calles de Seúl, era de noche, acaba de cenar tranquilamente con su acompañante. Nada muy elegante, en realidad, tan solo habían ido a comprar un poco de ramen y sushi. Siempre que salía con él optaban por comer algo distinto a lo tradicional, y esa noche habían decidido por comida japonesa, la cual resultó ser mejor de lo que pensaban y antes de salir del local ya estaban planeando cuándo regresar.

Mientras caminaban, uno al lado del otro. Disimuladas miradas se hacían llegar entre ellos, y cuando se descubrían, apartaban la mirada con rapidez y una tonta sonrisa se asomaba por sus labios.

Tan cursi. Digno de una película.

En esa noche fue la primera vez que se tomaron de la mano. Y la vez en la que su acompañante tuvo el valor de pedirle que formalizaran la relación que tenían.

—Jaehyo... —el recién llamado se detuvo al sentir cómo el otro le impedía continuar con su caminar—. Quiero pedirte algo.

No tenía idea de lo que diría. Y eso fue lo mejor, que ni siquiera se lo imaginó, le sorprendió.

—Hemos salido unas cuantas semanas... quizás no es demasiado pero siento que ha sido el tiempo suficiente como para estar seguro de que quiero pasar contigo el resto de mis días—. Y para ese entonces, Jaehyo no tenía idea de lo que la frase «el resto de mis días» significaba para quien las decía. Le pareció la cosa más cursi que jamás había escuchado, pero cuando supo el significado entonces comprendió.

—Qué exagerado eres, Jiho —rió. Pero el otro lo miró de manera seria.

—¿Me dejarías...? —insistió. Jaehyo se enserió al notarlo.

—Sí.

Jiho sonrió complacido por la respuesta del mayor y ahora que se sentía con el permiso de hacerlo, se acercó para besar sus labios. Sin embargo, el otro no lo dejó al dar un paso hacia atrás.

—¿Qué sucede? —preguntó Jiho.

—Solo quería decirte que tendrás que aguantarme, suelo ser un poco especial. Y si no estás dispuesto a hacerlo, mejor arrepiéntete ahora que puedes.

Heart AttackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora