Día de invierno

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Una fría mañana de invierno de 1990 en la ciudad de Madrid, España; veías personas correr, saltar, jugar, regocijarse, cantando porque pronto eran las fiestas. En las escuelas los niños decoraban sus salones mientras cantaban villancicos alegremente. Todo era feliz.

Pero lejos, en la secundaria Luxandry una chica aproximadamente de 15 años sentía dolores tanto físicos como emocionales, sintió una patada dentro de su vientre, sus bebés estaban jugando otra vez. Trató de poner atención, pero los fetos estaban más inquietos que nunca, lo cual era extraño. Eran las 7:15 de la mañana, apenas iniciando la escuela, sentía dolores peores cada vez más, se hacía la fuerte pero no aguantaba ni un minuto más. Cerró los ojos y mentalmente les hablaba a sus pequeños diciéndoles que se calmaran. ¡Ojalá hubiera sido así! Los pequeños estaban tan entretenidos jugando soccer, pero cuidando que ninguno se lastimara. Al fin; el partido terminó y Lilianne apresurada escribía lo que el maestro atentaba borrar del pizarrón, el timbre sonó y los alumnos salieron chocándose unos a otros. Al momento de querer salir del salón, sintió que le fallaban sus piernas y un líquido se escurría por estas. Era hora, llegaron los bebés.

Alumnos intentaban averiguar qué pasaba, pero los docentes los regresaron a sus respectivas aulas. La ambulancia se alejaba del instituto Luxandry, mientras una chica de cabello rojizo ondulado padecía de dolor. Todo parecía ir demasiado lento, los gritos eran más fuertes, el dolor más intenso cada vez, todo se acumulaba en un mismo sitio; en una misma persona. 11:19:45 hrs se sintió más relajada, pero no fue por mucho ya que el segundo bebé venía; sintió como le apretaban su mano, una mano fuerte que la sostenía en momentos difíciles. Sonrió de lado al ver esos ojos miel a su lado, pero esa sonrisa fue sustituida por una mueca de dolor cuando el segundo bebé quería salir, 11:20:00 todo había concluido, ya no había dolor como el de antes, solo agotamiento y cansancio.

Eran dos pequeñas bolitas de masa, pero con diferentes colores de vestimenta. Una era azul y el otro era rosa, ambos pequeños e indefensos. Agarró al niño primero, quien al tacto de su madre se acurrucó más a ella dejando escapar un leve gemido. Sin saber cómo le iba a poner o a quién se parecería o que le gustaría, ella ya lo amaba. Se sintió feliz por haber traído al mundo a esa personita que ahora descansaba en sus brazos. Observó cada detalle de su pequeño, vio que en su muñeca había una cinta azul, que decía 11:19:45, varón. Pero dejó de prestarle atención porque el bebé se removió y abrió sus ojos. Unos grandes y hermosos ojos miel, aunque en el centro tenían un poco de verde, tenía pequeñas pecas en la cara, una nariz tan pequeña que parecía que no podría respirar con ella. El niño le sonrió dejando ver su boca sin dientes, le sonrió de vuelta haciendo que el volviera a reír. Luego de jugar con su pequeño y que éste se durmiera lo dejó en la cuna a un lado de su hermana, con tanta delicadeza como si lo fuese a romper. Luego agarró a la

pequeña con un bonito conjunto rosa que a ella le había gustado y comprado. La miró, era más pequeña que su hermano, pero era igual de hermosa, inmediatamente la niña abrió sus enormes ojos como los de su hijo pero se dio cuenta de que eran de colores distintos, los de ella eran verdes con miel en el centro, sonrió al ver como la niña intentaba acomodarse entre sus brazos, parecía un gusanito, un gusanito rosa muy bonito. Al igual que el niño, tenía una cinta en la mano izquierda pero ésta de color rosada la cual decía 11:20:00, niña. Le agarró su manito al bebé la cual de inmediato le agarró un dedo, y lo apretó contra sí como si quisiera que nunca se apartara de ella, acto seguido de pensar eso, dejó escapar un par de lágrimas pensando que sería de su niña si la apartaran de ella.

"Amarte lo haré siempre mi pequeña Cat"

Como si hubiese leído la mente de su madre, empezó a llorar, haciendo que entrara en la habitación unos hermosos ojos miel; los cuales al ver esa escena se acercó a ellas y besó la cabeza de cada una. Como si le hubiesen apretado un botón de apagado, la pequeña dejó de llorar y sonrió al ver a su padre viéndola, extendió sus bracitos para que Él la cargara, sonrió y abrazó a su hija, mientras le llenaba la cara de besos. Lilianne miró enternecida esa escena de James y la pequeña.

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