FARO

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El faro le pillaba lejos de su casa. Tan lejos que en verano, cuando iba hasta allí en sandalias se había quemado la planta de los pies con el roce más de una y más de dos veces, pero aún así, lo seguía haciendo porque estar allí era de las pocas cosas que la calmaban en ese lugar, que para ella era nuevo aunque ya lo conocía.

Sí, había estado muchas veces pero no lo conocía como ahora, ahora se veía obligada a estar allí por y para siempre. Había tenido que dejar su gratificante casa en su pequeño pueblo para irse doscientos kilómetros más al sur y permanecer allí permanentemente durante al menos dos años más de su triste y pesarosa existencia.

Sus padres habían comprado un piso en un pueblo en la costa para montar su estudio de fotografía y ella y su hermano habían tenido que viajar con ellos. Él se había acomodado muy rápido, ya tenía novia y todo lo que ello conlleva, que si no tienes amigos al menos tienes a los de tu novia, además, él no tenía que ir al instituto, cosa que ella tendría que soportar.

Sabina e Isaac, tan diferentes y a la vez tan iguales. Si ella lloraba, él le secaba las lágrimas y si él lo hacía ella sabía abrazarlo como solo los animales de las fotos o los osos de peluche saben hacerlo.

Ella llevaba el nombre de uno de los más grandes cantantes de su país y al cual ella y sus padres adoraban y él llevaba el nombre de su padre. Por otro lado estaba la mujer que les había dado a luz a los dos, que se había desgarrado por tenerlos en su interior y que había intentado acunarlos y soplarles el saber y la paz que ella tenía. Pilar, porque eso era lo que era, un pilar. Ella se caía y todos iban detrás.

Eso era el amor.

Una canción de rap que hablaba sobre lo bien que sentaba fumar frente a la lluvia desde la ventana empezó a sonar en sus auriculares así que aunque no estaba en la misma situación, decidió hacerle caso a la melodía y fumarse con cigarrillo Cherterfield que solía compartir con su amiga Natalia pero que ya no estaba.

-"Así que me pongo un cigarrillo en la boca y es lo que toca..."

Una pequeña lágrima se derramó por su mejilla llena de pecas y aterrizó en la comisura del labio que aún no había besado de verdad, que aún no había amado de verdad.

Que aún no había mordido de verdad.

Después de su primer cigarrillo, Sabina empezó a sonar con su querida "Rubia platino" y fumó otro antes de tener que darle la vuelta a sus pies y a sus Converse y tener que volver a su nuevo hogar situado debajo del estudio de sus padres.

Fumó áspero, hondo, no le importó morir en ese extraño momento en el que la sal del mar salía de él y se situaba encima de sus uñas comidas y salaba aún más sus ojos.

Se miró las puntas rubias del pelo cuya raíz era castaño oscuro y se secó los ojos casi negros antes de pisar su colilla pensando que ese gesto conllevaría un polvo más en su vida, o en lo que quedase de ella.

Iba a vivir muchas cosas que ella no se esperaba.

Iba a aprender a besar, a amar, a dudar, a olvidar y a llorar de verdad.

Pero sobre todo, iba a aprender a morder.

SABINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora