1.- Aburrimiento e ingenio

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Era un caluroso día, de hecho, mucho más de lo normal. Rin acababa de salir de clase y paró en una heladería para comprar un polo, el cuál se fue comiendo de camino a casa. Llevaba la chaqueta en la mano y las mangas de su camisa blanca remangadas por el calor. Al llegar a su piso, posó las cosas de clase sobre la cama y tiró el palo del polo a la papelera, acto seguido se estiró alzando los brazos.

- Jo...hoy se han pasado con los deberes. Es cierto que es fin de semana ya, pero Yukio se ha tenido que ir a una misión y no vuelve hasta el lunes. Joer... -Suspiró aburrido, pero de pronto se le iluminaron los ojos y sacó un papel del bolsillo de su camisa, el cuál estaba marcado por un extraño símbolo.- Haha -rió.- El otro día me habían dicho que con un poco de sangre podía convocar a un demonio para que cumpliese mis órdenes, así que... Yo soy un demonio, ¿no? -se dijo a sí mismo-, ¡si hago una copia de mí mismo él haría los deberes por mí!

Movió su cola de un lado para otro, alegre, y se sentó en el suelo y se concentró en el papel, en el cuál invirtió algo de su sangre. Tanto se concentró que expulsó una gran llamarada azul delante de él y se asustó, cayéndose hacia atrás. Se reincorporó rápidamente y lo miró fascinado, las llamas habían ido desapareciendo quedando una persona idéntico a él.

-¿Ho-Hola...?

Del papel de Rin salió una chispita azul que, al colisionar contra el suelo desgastado de la habitación, hizo un chasquido e incendio la zona. Las llamas aumentaron de tamaño hasta que adoptaron el tamaño de Rin y poco a poco, ante la sorpresa y el desconcierto del joven, la gran llama azul empezó a adoptar sus mismos rasgos. La forma se fue solidificando y la "piel" de se chico paso de azul centelleante y flamígero a blanquita, cálida y agradable. El chico de fuego abrió los ojos y miró a su invocador con curiosidad ocultando sus intensos ojos azules cada vez que parpadeaba. Era idéntico a Rin, mismo peinado, misma cara, también tenía cola e incluso llevaba la misma ropa que el verdadero.

Dio un paso hacia atrás, algo perdido pero tras recapacitar, pareció darse cuenta de que tenía que hacer algo, así que se inclinó clavando una rodilla en tierra y bajó la cabeza en acto de sumisión.

-Sus deseos son órdenes para mí, joven señor. Dígame sus deseos -dijo con la misma voz que el verdadero Rin... aunque tenía un cierto timbre infantil.-

Se le quedó mirando fascinado y empezó a señalar tímido el montón de cuadernos y libros que había dejado tirados sobre la cama.

- ¿Ves eso...? -Se acercó a la cama y los apiló ordenadamente, tras hacerlo, los cogió con ambas manos ya que pesaban y luego se acercó a él, ofreciéndoselos para que los cogiera.- Debes hacer todos los ejercicios y con buena calidad, ¡que estén bien hechos! -Alzó la vista, pensativo, y volvió a mirarle.- Hoy es viernes por la tarde, debes tenerlos completamente hechos el domingo por la noche, ya que debo entregarlos el lunes en clase.

Una vez le entregó aquél montón de trabajos, cogió un refresco de la mininevera y abrió una de las ventanas, se sentó en la silla que estaba junto al escritorio y apoyó los pies sobre este. Dio un trago a la lata de refresco y le miró.

- Y si tienes alguna duda... -Sonrió.-...A mí no me preguntes, utiliza los libros. -Soltó una carcajada e intentó coger una postura cómoda.-

El falso Rin tomó los libros y los miró largamente, luego miró al otro Rin y asintió dudosamente. Parecía como si no hubiera visto un libro en su vida. Se sentó en el escritorio, tomó la pluma y comenzó a escribir con la misma caligrafía que el verdadero rin. El pelo le tapaba los ojos, por lo que se lo tenía que apartar el flequillo cada dos por tres. Cuando pareció cansarse de semejante rutina apoyó la mano libre en la frente y continuó escribiendo.

Cuando se trataba de decir información acerca de los diferentes demonios, a quién sirven, o comparar con otros demonios, sin duda eso se le daba perfectamente, sin embargo a la hora de encantamientos, exorcismos o cualquier otro tipo de faena se le daba fatal. Estuvo mucho tiempo pensativo hasta que al final, al anochecer, se levanto de la mesa y entregó a Rin todos los cuadernos.

- He terminado joven señor, ¿desea que haga algo más? -Preguntó con su voz inocente e infantil de siempre.-

Lo miró bastante sorprendido, con la boca abierta y así permaneció durante unos segundos e incluso llegó a babear un poco.

Al 'despertar', se sacudió un poco la cabeza y se secó la baba. Observó todos los cuadernos apilados que había dejado sobre la mesa y los miró un poco por alto, con lo que pudo ver que todos los ejercicios estaban completamente hechos. Se acercó a él y posó una mano sobre el hombro de su otro yo con una sonrisa.

- ¡Lo has hecho muy bien! ¡Incluso mejor que yo! Mmh... -Se quedó pensativo, con la mano posada en la barbilla.- ¡Ya sé! -exclamó.- ¿Podrías darme un masaje en la espalda...?

Se fue directo a la cama, más bien tirándose a ella y quedó boca abajo. Se reincorporó un poco y se quitó la camisa que llevaba y le miró con un leve gesto de dolor en su rostro.

- Estar la tarde sin hacer nada me ha dejado la espalda entumecida... ¡Hazme un masaje! -Movió la cola de un lado hacia otro.- Por favor~

El doble parpadeó varias veces y enseguida le hizo una reverencia profunda.

- A sus órdenes, señor -murmuró mientras se acercaba a la cama con algo de duda.- Con su permiso...

Se subió encima de la cama y se sentó suavemente en las piernas de rin. Se miró las manos, como si nunca hubiera visto unas pero enseguida las situó en los hombros de Rin y comenzó a masajearle con cuidado mientras movía la cola de derecha a izquierda.

Sin embargo pronto se oyeron los ruidos del resonar de algo parecido a unos zapatos por el pasillo. A esa zona no solía venir nadie... Nadie, salvo Yukio.

Ser vago es sinónimo de problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora