La Conquista De Aegon - Parte IV

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Rhaenys Targaryen no tuvo una conquista fácil. Un ejército de lanceros de Dorne vigilaba al Paso del Príncipe,
la entrada a través de las Montañas Rojas, pero Rhaenys no los atacó. Voló sobre el paso, sobre las arenas
rojas y blancas, y descendió en Vaith exigiendo su sumisión, sólo para encontrar el castillo vacío y abandonado.
En el pueblo bajo sus paredes había sólo mujeres, niños y ancianos. Cuando preguntó dónde habían ido sus
señores, ellos sólo dijeron: “Lejos.”
Rhaenys siguió río abajo hasta Bondadivina, asiento de la Casa Allyrion, pero también estaba abandonado. Y
ella voló. Donde Bondadivina se encontraba con el mar, Rhaenys descubrió el Pueblo Planky, dónde había
cientos de botes, esquifes de pesca, barcazas, casas flotantes, y armatostes, cociéndose en el sol, unidos con
sogas y cadenas y tablones para crear una ciudad flotante, pero sólo unas ancianas y niños pequeños se
asomaron cuando Meraxes voló en círculos sobre sus cabezas.

Finalmente el vuelo de la reina la llevó a Lanza del Sol, la antigua sede de la Casa Martell, dónde encontró a la
Princesa de Dorne esperándola en su castillo abandonado. Meria Martell contaba ochenta años de edad, nos
dicen los maestres, y había gobernado Dorne por sesenta de esos años. Era muy obesa, ciega, y casi calva, su
piel pálida y combada. Argilac el Arrogante la había nombrado “El Sapo Amarillo de Dorne,” pero ni la vejez, ni
la ceguera había embotado su ingenio.

 Argilac el Arrogante la había nombrado “El Sapo Amarillo de Dorne,” pero ni la vejez, ni 
la ceguera había embotado su ingenio

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La reunión entre Meria Martell y Rhaenys Targaryen.

“Yo no lucharé,” la Princesa Meria le dijo a Rhaenys, “ni me arrodillaré. Dorne no tiene ningún rey. Dile eso a
tu hermano.”
“Lo haré,” Rhaenys contestó, “pero vendremos de nuevo, Princesa, y la próxima vez vendremos con fuego y
sangre.”
“Tus palabras,” dijo la Princesa Meria. “Las nuestras son Nunca Doblegado, Nunca Roto. Puedes quemarnos,
mi señora… pero no nos doblarás, no nos romperás, o nos inclinarás. Esto es Dorne. No eres bienvenida aquí,
si vuelves que sea por tu cuenta y riesgo.”
Así la reina y la princesa se separaron, y Dorne permanecía invicto.
Al oeste, Aegon Targaryen recibió una bienvenida más cálida. La más grande ciudad en todo Poniente, Antigua,
estaba rodeada de muros macizos y era gobernada por los Hightower de Hightower, la más antigua, más rica, y
más poderosa de las casas nobles del Alcance. Antigua también era el centro de la Fe. Allí moraba el Septón
Supremo, Padre de los Creyentes, la voz de los nuevos dioses en la tierra, que comandaba la obediencia de
millones de devotos a lo largo de los reinos (salvo en el Norte, dónde los dioses viejos todavía tenían
influencia), y las espadas de la Fe Militante, las órdenes combativas de la gente común llamados las Estrellas y
Espadas.
Todavía, cuando Aegon Targaryen y su ejército se acercaron a Antigua, encontraron las puertas de la ciudad
abiertas, y a Lord Hightower esperándolo para ofrecer su sumisión. Cuando llegó el primer mensaje de Aegon
aterrizando en Antigua, el Septón Supremo se había encerrado dentro del Septo Estrellado durante siete días y
siete noches, buscando la guía de los dioses. No tomó alimento alguno, salvo pan y agua, fue dicho, y pasó todas sus horas orando, desplazándose de un altar al siguiente. Y el séptimo día, la Vieja había alzado su
lámpara dorada para mostrarle el camino. Si Antigua se alzara en armas contra Aegon el Dragón, Su Suprema
Santidad vio que la ciudad se quemaría ciertamente, y los Hightower y la Ciudadela y el Septo Estrellado serían
destruidos.
Manfred Hightower, Lord de Antigua, era un señor cauto, y piadoso. Uno de sus hijos más jóvenes sirvió con
los Hijos del Guerrero, y otro había hecho recientemente los votos como septón. Cuando el Septón Supremo le
contó la visión de la Vieja, Lord Hightower determinó que él no se opondría al Conquistador por la fuerza de
las armas. Así fue que ningún hombre de Antigua se quemó en el Campo de Fuego, aunque los Hightower eran
los vasallos de los Gardener de Altojardin. Y así era que Lord Manfred montó para saludar a Aegon el Dragón
cuando este se acercó, y para ofrecerle su espada, su ciudad, y su juramento. (Algunos dicen que Lord
Hightower también ofreció la mano de su hija más joven, que Aegon rechazó educadamente, para no ofender
a sus dos reinas).
Tres días después, en el Septo Estrellado, Su Suprema Santidad ungió a Aegon con los siete aceites, puso una
corona en su cabeza, y lo proclamó Aegon de Casa Targaryen, el Primero de Su Nombre, el Rey de los Ándalos,
Rhoynar, y los Primeros Hombres, Señor de los Siete Reinos, y Protector del Reino. (“Siete Reinos” era el estilo
usado, aunque Dorne no se había sometido. Ni lo haría, por más de un siglo por venir).
Sólo un puñado de señores había estado presente para la primera coronación de Aegon en la desembocadura
del Aguasnegras, pero centenares estaban presentes para dar testimonio de su segunda, y decenas de miles lo
vitorearon después en las calles de Antigua, cuando él montó a través de la ciudad en la espalda de Balerion.
En la segunda coronación de Aegon estaban los maestres y archimaestres de la Ciudadela. Quizás por esa
razón, esta coronación (en lugar de la de fuerte de Aegon, el día del Desembarco de Aegon) sea considerada
como el inicio del reinado de Aegon.
Así fue como los Siete Reinos de Poniente fueron insertados en un gran reino, por la voluntad de Aegon el
Conquistador y sus hermanas.
Muchos pensaban que Aegon escogería Antigua como su capital o quizá Rocadragón, la antigua ciudadela de la
isla de la Casa Targaryen. El rey sorprendió a todos proclamando su intención de hacer su corte en el nuevo
pueblo que se alzaba bajo las tres colinas en la desembocadura de la Bahía de Aguasnegras, el lugar dónde él y
sus hermanas habían puesto pie en la tierra de Poniente. El nuevo pueblo fue llamado Desembarco de Rey.
Desde allí Aegon el Dragón gobernó su reino, atendiendo la corte desde un gran asiento de metal, formado de
las fundidas, retorcidas, y rotas espadas vencidas de todos sus enemigos caídos, un asiento peligroso que se
conocería pronto a través de todo el mundo como el Trono de Hierro de Poniente.

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