Akabane Karma.
Creo que así es como se llama uno de los tíos que me ha adoptado. Y a decir verdad, estoy bastante conforme con él.
Fue el olor de la lechuga lo que me despertó y cuando abrí los ojos, la caja en la que me habían metido estaba abierta y el trozo de lechuga justo en frente de mí. No hace falta decir que después de haber estado peleándome casi toda la mañana con mis compañeros de jaula por un mísero trozo de comida procesada, estaba hambriento y casi exhausto, por lo que el hecho de ver un enorme, apetitoso y maravilloso trozo de lechuga justo en frente de mí y unicamente para mí, sin tener que compartir, sin tener que luchar por él, me hizo sentirme como el conejo más feliz de este universo.
No tardé ni dos segundos en levantarme sobre mis cuatro patitas y abalanzarme como un poseso sobre el trozo de lechuga, ni siquiera me paré a olerlo, solo empecé a comer con toda la rapidez que podía, como si alguien me lo fuera a quitar. Es una costumbre que había adoptado después de estar en ese campo de batalla lleno de penurias, también conocido como la tienda de animales. Después de haber estado años ingiriendo esa comida artificial del demonio (la cuál a veces ni podía probar) era una bendición y un milagro tener un trozo de lechuga delante de mis narices.
Estaba tan concentrado con mi cena, que no llegué a escuchar unos pasos acercarse a la caja, ni me percaté de la sombra que se cernió sobre mí. Llamadme loco, pero en ese momento quién hubiera allí era mi última preocupación, no cuando ese trozo de lechuga fresca y de calidad estaba esperando a ser comida. Y yo estoy dispuesto a hacerlo, vamos que si lo estoy, me estoy empezando a ahogar porque llevo sin respirar un buen rato. No me arrepiento, esto está demasiado bueno.
—Vaya, sí que tenías hambre.
La voz vino justo encima de mi, haciendo que por un momento me desconcentrara en mi tarea de comer hasta reventar y que levantara la cabeza con curiosidad. Reconocía en cierta medida esa voz, pero no del todo. Aunque cuando mis ojitos negros se toparon con aquellos amarillentos, reconocí al chico al instante.
Sí, era uno de los que me habían adoptado. Concretamente el que había matado al conejo de su amigo. O el que no era su amigo, no lo sé ¿Los humanos tenían por costumbre matar a las mascotas de otros como muestra de cariño y afecto? No estoy seguro, no sé como van dictadas sus relaciones y amistades, así que lo dejaré estar por el momento.
Decidí ignorarle por completo y seguir comiendo, ya que me parecía más interesante alimentarme que lo que él tuviera que decir, es verdad que debería estarle agradecido por sacarme de ese tugurio y haberme puesto comida, pero engullir esa lechuga era una prioridad para mí, en vez de tener que escucharle.
A decir verdad... Debería estar algo asustado de él ¿No? Después de todo ya mató a un conejo antes y no precisamente de una manera muy bonita, lo intoxicó.
Ostia.
Lo intoxicó.
Cuando ese pensamiento me vino a la mente, inmediatamente dejé de comer la lechuga y levanté la cabeza para mirar a ese humano con atención y el pánico empezando a invadirme.
Ahí estaba el muy desgraciado, mirándome con esos ojos amarillos y una cara normalucha. Como si no hubiera pasado nada, con inocencia. Observándome desde arriba y apoyado en sus codos, con la cabeza sobre la caja y alternando la mirada entre mi hermoso cuerpecito y la lechuga que había abandonado momentos antes.
Me da muy mala espina ¿Dónde estaba el otro chico? No me lo trago, no me creo nada. Este humano ya había matado a un conejo antes dándole de comer ¿Y si ahora me hacía lo mismo a mí? Dijo en la tienda de animales que había sido un accidente. Pero ¿Y si no lo había sido? ¿Y si es un asesino serial de conejos que disfruta viéndonos comer de su alimento envenenado? Me lo dijo mi madre en la madriguera hace mucho tiempo, que hay humanos de los que no debes fiarte, que muchos son malos, que no te quieren. Que a veces solo te buscan para cazarte, para comerte, para hacerte daño y luego fabricarse esos trapos que llevan y que llaman "ropa" contigo. Eso fue lo que le pasó a mi padre, según ella. Y para mí, que he crecido rodeado de humanos, nunca me tocaron por el grueso cristal de la jaula, pero ahora estaba fuera, me habían sacado. Y no había considerado el peligro de ello. Dios mío ¿Y si la lechuga que me acabo de comer está envenenada?
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Memories of a bunny (Disc.)
FanficLa vida de un conejo nunca será muy entretenida, mucho menos en una tienda de animales. Para su suerte (o no), un día llegaron dos humanos dispuestos a adoptarle, mirándole con algo de pena y adoración. Asano Gakushuu era un buen amo, sin ninguna du...