00I: La elección obvia

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Creo que voy a vomitar. Estaba delante de la chimenea de piedra que abarcaba casi toda la pared de la sala. Caminaba de un lado a otro, retorciéndome las manos. Mi hermana menor, la princesa Miranna, se había retirado a sus aposentos después de darme un abrazo y asegurarme que iba a pasar una velada encantadora.
Tenía quince años, sus mejillas eran rosadas, el cabello rubio le caía en una cascada de rizos por la espalda y estaba mucho más enamorada que yo del hombre con quien tenía que encontrarme para cenar esa noche. De hecho, había sido ese aire romántico lo que le había motivado a despedir a mi doncella personal para poder atenderme ella misma. El vestido gris brillante que embellecía mi cuerpo había sido una elección suya, al igual que el delicado collar de plata que me adornaba el cuello. Aunque mi cabello, marrón oscuro, casi siempre me caía sobre los hombros, ella me lo había recogido en un moño holgado, aunque unos finos mechones enmarcaban mis ojos oscuros y suavizaban mis rasgos angulosos. En ese momento me encontraba a solas con London, mi guardaespaldas y miembro de la Guardia de Elite del Rey, que me había esperado en la sala, que estaba elegantemente amueblada.
-No vayas a vomitar, Alera. Intenta relajarte -me aconsejó London, mirándome con una ceja levantada y expresión divertida. Se dirigió hacia el sofá, cogió uno de mis libros de la mesilla y empezó a ojearlo sin prestarle mucha atención.-¿Cómo podré comer nada? -pregunté, y el tono de mi voz sonó estridente incluso a mis oídos-. No creo que pueda continuar con esto.

-Todo va a ir bien. Es solamente otro pretendiente y, al igual que todos los demás, es él quien tiene que impresionarte a ti, y no al revés. Además, por lo que sé, no tienes ningún interés en él, así que no sé porqué te pones en este estado.
-No lo comprendes -repuse, desesperada-. Si algo sale mal esta noche, mi padre va a sentirse muy decepcionado.
-Bueno, a no ser que hayas pensado casarte con Steldor y yo no me haya enterado, a la larga vas a decepcionar a tu padre hagas lo que hagas.
Dejé de caminar arriba y abajo de la sala y miré a London, que había vuelto a depositar el libro encima de la mesa y ahora se encontraba apoyado contra la pared tapizada junto a la puerta. Tenía los brazos cruzados sobre el musculoso pecho. Unos mechones rebeldes y plateados le cruzaban la frente y contrastaban con sus ojos, de un profundo azul índigo, que ahora se clavaban en mí esperando una respuesta.
-¡Pero no lo soporto! ¿Cómo voy a pasar toda la noche con él?
-Es solamente una noche. Podrás sobrevivir a una noche. -
London dudó un momento y, luego, añadió-: Aunque espero que les apetezca un poco de paseo romántico después de cenar..., el tiempo es ideal para un paseo por el jardín a la luz de la luna.
-Supongo que él no esperará eso de mí, ¿verdad, London?-
Aunque sabía que él estaba bromeando, me sentía incapaz de apreciar el humor ante esa terrible posibilidad. London, dándose cuenta de que había despertado involuntariamente un nuevo temor en mí, se apresuró a aliviarlo: -Si lo hace, dile que te sientes indispuesta y que tienes volver a tus aposentos inmediatamente. No podrá negarse.

Me dejé caer en uno de los sillones de madera tallada que había delante de la chimenea, me tapé el rostro con las manos y empecé a gemir. Mi padre, el rey Adrik, había organizado esa cena con lord Steldor, pues quería que ese joven se convirtiera en mi esposo. Mi padre confiaba en Steldor y creía que él era el más adecuado de todo el reino para convertirse en rey. Como heredera al trono, yo debía casarme únicamente bajo ese criterio, puesto que sería mi esposo y no yo quien llegara a dirigir Hytanica. Por mi parte, debía admitir que Steldor era una elección obvia. Era tres años y medio mayor que yo, hijo de Cannan, el capitán de la guardia, y hacía un año que se había convertido en comandante de campo del Ejército, con solo diecinueve años. Era encantador, inteligente y fuerte, y tenía un atractivo impresionante. Pero a mí me había desagradado desde el primer momento en que le vi.

Unos rápidos golpes en la puerta interrumpieron mis pensamientos. Me levanté y London salió al pasillo para hablar con el sirviente a quien habían enviado para recogerme.
-Será mejor que vayamos -me dijo, tras entrar de nuevo en la sala-.Steldor ha llegado y te está esperando en la entrada principal. London me abrió la puerta y recorrimos los pasillos del segundo piso de la residencia real hacia la escalera privada de mi familia, en la parte posterior del palacio. Además de mis aposentos y de los de mi hermana, en la residencia había una biblioteca, un comedor familiar, una cocina y una habitación de estudio que también hacía la función de sala de reunión. La sala de baile real y el comedor real eran las únicas dependencias del segundo piso que se utilizaban para actos públicos. Bajamos por la empinada escalera de caracol. London me ofreció el brazo para conducirme por el pasillo iluminado con antorchas hacia la entrada principal del palacio. Mientras caminábamos, casi no me fijé en los intrincados diseños de las tapicerías que adornaban las paredes, puesto que toda mi atención se dirigía hacia Steldor, que me esperaba al otro extremo del pasillo. Se apoyaba en la pared con la mano izquierda, en una actitud despreocupada, y jugueteaba con una daga, haciéndola girar expertamente con la mano derecha. Parecía como si hubiera adoptado esa postura intencionadamente, para impresionar.
-Divertanse -dijo London con ironía cuando nos detuvimos a mitad del pasillo. Steldor ya se había dado cuenta de que nos acercábamos.
-No vas a estar muy lejos, ¿verdad? -le pregunté, un tanto temblorosa.

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