VIKTOR se acercó a la chimenea, en cuya
repisa reposaba una vieja tetera de porcelana de
Meissen encima de un calientaplatos. Al notar
que ella lo observaba con mucha atención, hizo
un esfuerzo y se obligó a recordar sus buenos
modales.
-¿Le apetece una taza de té? Estaba a
punto de prepararlo.
La mujer negó con la cabeza, sonriendo.
-No, gracias. No quiero que me lo
descuente del tiempo del que dispongo.
-Bien, entonces al menos quítese el
abrigo y tome asiento -dijo. Apartó un
montón de viejos periódicos de uno de los
sillones de cuero que formaba parte del
anticuado tresillo. Hacía años que su padre los
había dispuesto de modo que uno disfrutara tanto de la chimenea como del panorama del
mar en cuanto se instalaba cómodamente con
un buen libro.
Viktor quitó algunas cosas del escritorio y
contempló a la bella forastera, que tomó
asiento sin quitarse el abrigo de cachemira.
Durante unos instantes reinó el silencio y
se oían las olas que rompían en la orilla y
después volvían a retirarse.
Viktor echó otro vistazo al reloj.
-Bien, señora... esto... ¿cómo se llama
usted?
-Me llamo Anna Spiegel. Soy escritora.
-¿Deberla conocerla?
«Spiegel,
1 curioso apellido para una
escritora», pensó.
-Sólo si tuviera entre seis y trece años y
le gustaran los libros para niños. ¿Tiene hijos?
-Sí. Es decir... -El dolor fue breve e
intenso, al igual que su respuesta. Vio que ella
dirigía la mirada a la repisa de la chimenea buscando fotos de familia y le hizo otra
pregunta para no tener que darle una
explicación.
«Hace años que no lee los periódicos.»
-Habla alemán sin acento. ¿De dónde es
oriunda?
-De Berlín. Berlinesa de pura cepa, por
así decir. Aunque mis libros tienen éxito sobre
todo en el extranjero, principalmente en Japón.
Pero hace tiempo que ya no.
-¿Por qué?
-Porque hace años que no publico