VIKTOR recorrió lentamente el pasillo que
daba al salón, buscando un objeto que le
sirviera de arma.
Sindbad no sería de gran ayuda. El retriever
sentía tanta pasión por los humanos que hubiera
invitado a un ladrón a jugar con él en vez de
atacarlo. Y además el perro era demasiado
perezoso para tomar nota de la presencia de un
extraño y por lo visto había regresado al salón
mientras su amo comprobaba que todo
estuviera en orden.
-¿Quién anda ahí?
No hubo respuesta.
Viktor recordó que desde 1964 no se había
cometido ningún delito en la isla, y que aquel
acontecimiento no había pasado de ser una
inofensiva pelea en una hostería. Pero eso no lo tranquilizó demasiado.
-¿Hola? ¿Hay alguien ahí? -preguntó,
conteniendo el aliento mientras cruzaba
sigilosamente el vestíbulo hacia la sala de la
chimenea. Aunque procuraba no hacer ruido, el
viejo parquet crujía a cada paso que daba, y
también rechinaban las suelas de sus zapatos.
«¿Por qué avanzo sigilosamente si al
mismo tiempo hablo en voz alta?», se preguntó.
Cuando estaba a punto de accionar el picaporte
de la puerta del salón, ésta se abrió y el susto lo
dejó mudo.
Cuando la vio no supo si sentirse aliviado o
enfadarse. Aliviado porque la intrusa era una
mujer bonita y delicada y no un rudo asaltante.
O enfadado porque había osado irrumpir en su
casa a plena luz del día.
-¿Cómo ha logrado entrar? -preguntó. La
mujer rubia, de pie en el umbral entre el pasillo
y el salón, no parecía avergonzada ni insegura.
-La puerta que da a la playa estaba abierta cuando he llamado. Lamento haberlo
molestado.
-¿Molestado? -El miedo había dejado de
paralizarlo y Viktor, tratando de recuperar el
control, le gritó-: ¡No me ha molestado, me
ha dado un susto de muerte!
-Pues lo siento mu...
-Y además está mintiendo. -La
interrumpió, apartándola y entrando al salón-.
No he abierto la puerta trasera desde mi llegada
a la isla. -«Aunque tampoco comprobé si
estaba cerrada con llave, pero no tengo por qué
decírtelo», pensó Viktor, acercándose al
escritorio y contemplando a su no invitada.
Aunque estaba seguro de no haberla visto
nunca, algo en su aspecto le resultaba familiar.
Medía alrededor de un metro sesenta y cinco,
con el cabello rubio en una trenza sobre el
hombro, y era muy delgada. Pero pese a su
delgadez no parecía andrógina: lo impedían las
generosas caderas y los pechos turgentes que se destacaban debajo de su ropa. Con aquel
cutis pálido y aristocrático y los dientes
blanquísimos más bien parecía una modelo. Sin
embargo, no era lo bastante alta para serlo. De
lo contrario, Viktor hubiese sospechado que se
había perdido en la isla y que a continuación le
preguntaría cómo llegar a la playa, donde tenía
que actuar en la filmación de un anuncio
televisivo.
-No miento, doctor Larenz. Jamás he