Capítulo 3: La iglesia

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Habían quedado acumuladas en su mente las respuestas que pensaba darle a su compañero de banco apenas éste se atreviera a dirigirle la palabra. Frases poco amables, incluso para peticiones triviales como "¿Me prestarías un lápiz?". Pero no tuvo necesidad de decir ninguna de ellas ya que Juan Pablo no le dirigió la palabra ni la mirada en toda la jornada escolar. Llegó hasta sentirse irritado por la nula atención que le prestaba, incluso cuando él mismo buscaba la confrontación tosiendo ruidosamente, dejando caer útiles cerca de su asiento, y mirándolo fijamente por largos periodos de tiempo. No había caso, el joven tenía la paciencia de un monje budista. Fuera como fuera, no le había mirado ni siquiera cuando se marchó rápidamente del salón con una despedida vaga general al sonar la anticuada campana que daba por finalizadas las clases,

Oscar se quedó refunfuñando amargado en su asiento, dándole mil vueltas a que había acumulado bilis para enfrentarse a Juan Pablo y que no hubiera servido para nada. Respiró hondo y luego de guardar sus cosas se obligó a olvidar todo aquello, porque no merecía la pena. Miró a su alrededor y de los 12 estudiantes que había, sólo quedaban 5: Rosa, Úrsula, Tadeo, Matías, y Rogelio. Matías y Rogelio hacían aseo como les correspondía por ser los "Semaneros" (Estudiantes que se quedan después de clases para ordenar el salón). Úrsula y Rosa conversaban animadamente mientras Tadeo intervenía a ratos. Se acercó a ellos con una sonrisa amable y trató de integrarse en su conversación.

- ¿Qué hacen, chicos?

- Ah, nada... le decía a Rosi que fuéramos juntas a que mi hermana nos corte el pelo antes de que vuelva a Puerto Azul... pero dice que no puede porque tiene que ir a dejar algo a la iglesia... - Se lamentaba Úrsula, hija de una de las profesoras del colegio. – ¡Es que es estilista! – Agregaba emocionada.

- De verdad lo siento... pero me dijeron que fuera a dejar algo urgente... No sé qué es... mi abuela sólo me dio el paquete y me dijo que apenas saliera de la escuela lo fuera a llevar...

Oscar vio en esa trivial problemática una gran oportunidad de ganarse el cariño de sus nuevas compañeras y no dudó en ofrecerse. Decidió llamar a Rosa por su pseudónimo para entrar más en confianza.

- Oigan ¿Qué tal si yo voy por ti, Rosi? Así podrán ir juntas a cortarse el pelo y verse aún más guapas de lo que ya son – Decía agregando un toque de coquetería amistosa.

- ¿De verdad? ¿Qué te parece Rosi?

- Pues... Mi Lela no me dijo que fuera necesariamente yo la que lo entregara.... Supongo que no se enojaría... - Meditaba Rosa pensativa mientras Úrsula se aferraba a uno de sus brazos como si quisiera llevársela lo más pronto posible.

- ¡Entonces así lo haremos! Gracias Oscar, eres un amor.

- No es nada, chicas.

- ¿Sabes cómo llegar? – Agregó Tadeo

- ¡Dile tú! ¡Vamos Rosi, que si no, no alcanzamos!

- Ten...

Rosi le extendió a Oscar un pequeño paquetito de tela de mimbre envuelto cuidadosamente. Al tacto ligero no pudo distinguir de qué se trataba porque había sido envuelto tantas veces que la tela impedía distinguir el contenido del paquete.

- Tienes que entregárselo al Padre Cristian. No lo olvides. Si no está, pregunta por él, por favor.

- Padre Cristian... lo recordaré.

- Si no lo recuerdas, no importa. Ya te lo estoy anotando. – Diligentemente Tadeo anotaba en su cuaderno el nombre del párroco junto con las demás instrucciones que estaba escribiendo.

La Iglesia de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora