Parte 1 Poli poli policías

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Jay Baruchel y Jake Gyllenhaal, se conocieron en una estación de policía, porque ambos se entrenaron para ser los mejores policías. Ambos agentes ni tan rudos, no tuvieron otra opción salvo seguir los pasos de sus padres. El padre de Gyllenhaal era el capitán de la estación y el mejor tirador de su clase. En cambio el padre de Baruchel no era tan buen tirador sin embargo poseía un agudo sentido de percepción. Ambos hijos no queriendo aceptaron su legado. Pese a que Jake no sabe disparar muy bien y Jay no logra resolver el cruzigrama de cada domingo, publicado en el diario.
La historia de ambos muchachos empezó cuándo el teniente los presentó. Jake de ninguna manera quería enseñar a un palurdo como Jay, no obstante, luego de incontables peripecias e intercambios de golpes. En una cierta misión ambos revelaron lo que sentían el uno por el otro.

Ambos agentes se encuentran dentro de su patrulla, los dos visten el uniforme policial, por supuesto con todo y la gorra puesta.

—¡Estoy enfermo de ti! Voy a pedirle al jefe que me cambie de compañero —confirmó Jake con sus ojos fijos en la ventana frontal de la patrulla.
—¡Eso es, ahí está! —anunció con exaltación Jay.
—¡Te refieres a los malhechores! ¡Bajemos! ¡Cúbreme! o de perdis se mi escudo.
—¡No! Lo que quiero explicar es: ahí está la tensión sexual que me gusta— reveló Jay sujetando a Jake por el rostro para acercarlo hacia el suyo.

Gyllenhaal maldecía en tono quedo sin entender que sucedía. Jay introdujo su lengua en la boca de Jake, éste no le hizo el feo todo lo contrario, lo está disfrutando. Importandoles poco la seguridad y salvación de la ciudad de New york. Jake entrelaza sus dedos en el cabello de Jay, éste por su lado fue lejos tocó una parte prohibida. Jake se sobresalta haciendo sonar el claxon de la patrulla. El sonido alertó a los malhechores, toda la operación secreta se fue por el excusado. Traicionando el honroso legado de sus padres.

Ambos agentes escapan del lugar y estacionan la patrulla en un lugar apartado. Quieren apagar el fuego que el agente Baruchel desató. Ambos localizados en el asiento de atrás, continúan besándose de manera salvaje. Entre besos se ponen de acuerdo sobre cuál de ellos, cumplirá el rol de pasivo de ésta noche.

—¡Yo seré el pasivo! —jadeo Baruchel, desatando con apuro su cinturón de la funda donde va la pistola.
—¡Esta bien! —masculló Gyllenhaal en la misma condición.

El mencionado, va bajando su pantalón junto con la underwear. Jay imita a su compañero, sólo se baja el pantalón y la underwear. Raudo y veloz se voltea o más bien se empina para que lo pueda penetrar mejor. Tras ensalivar la entrada, Jake se introduce en Jay. Los dos se entregan al vaivén y se olvidan del resto, sólo se escucha uno que otro quejido y jadeos por el esfuerzo. Tras centenares de embestidas con distinta intensidad; Jake lo llena con su semilla. Ambos se dejan caer sobre el asiento, el acto duro poco... que querían son humanos.
Ni sus armas paralizantes generan tantas descargas eléctricas cómo la que acaban de experimentar. Minutos más adelante, recuperan el aliento y se acomodan para echarse una siesta.

A la mañana siguiente. Jake se burla de Jay, por haber manchado su pantalón con su propio semen. ¿Y tú, qué? es lo que pensó Jay Baruchel.

Ambos se dirigen a la estación de policía con el objetivo de solventar su error garrafal. En el camino hablan de su reciente relación.

—¿Entonces, cuando te rompí el tabique de tu nariz, lo disfrutaste? —inquiere con emoción Jake.
—¡Así es! ¿No, notaste mi erección? Y por cierto, me siento mal por haberte estampado contra la pared aquel día —comentó con aflicción Jay.
—Olvídalo, no te sientas mal. Discúlpame a mí, porqué yo te dañe más —se disculpa Gyllenhaal, girando el volante.
—Pues como dicen: "Del odio al amor hay un solo paso" —se ríe Baruchel.

El jefe los regaño severamente, falto poco para que los mataran. Por culpa de este incidente los suspendieron por un buen tiempo. Sin darle tanta importancia a lo mencionado, ambos continuaron con su relación amorosa: sus encuentros fugaces eran el pan de cada día. Por tal motivo, Jay se mudo a la casa de Jake, desde entonces viven juntos.

Lo anterior narrado aconteció dos años atrás.

En este momento Jay y Jake, se sienten frustrados porque hace semanas no han podido hacer el amor. Ambos se encuentran en la recámara, sentados en el centro de la cama.

—¡Ya sé! Te sujeto las manos con las esposas y fingimos que eres más aberrante que cualquier asesino —Se alborota Jake.
—¡No, no, no, me niego! —Jay menea la cabeza y aclara—, la anterior vez que hicimos esto, me fracturaste la muñeca de la mano derecha.
—Entonces es el fin de nuestro amor. Tendremos que buscar a otros. —Suspira con amargura Jake. Jay lo mira con desdén no obstante le da la razón.
—¡Te amo con todo mi kokoro, pero quizás tengas razón en esto! —suelta un leve suspiro.

El amargo silencio no duró mucho. Jake se levanta de la cama, su compañero lo ve con intriga no dice ni pío. Una por una se va despojando de sus camisetas. Después de quitarse la última, muestra su bien formado torso.

—Son las cinco de la tarde. Voy a darme un baño porqué me quiero acostar temprano. ¡No gustas! —sonrie apenas Jake y guiña su ojo derecho.

Jay se emociona con la oferta propuesta por su amante. Deprisa baja de la cama.

Ambos policías se preparan para el sabroso, caliente y refrescante baño de regadera. Depositan sus prendas donde corresponden, también se aseguran de la temperatura del agua, el jabón, shampoo, toallas: todo lo demás.

Confían que esta ducha salvará su romance, pero los ilusos desconocen las bromas que se carga él burlón cósmico. Al principio, el baño transcurria normal. Friega por aquí, friega por allá... pero por acariciar cierta región en lugar de fregarla. El jabón fue a parar en el piso en vez de la jabonera. Ambos entregados en la pasión ignoran que los accidentes pueden ocurrir de las formas más absurdas. El oficial Jay, pisa el jabón de ipso facto tropieza -mostró poseer dos pies izquierdos-. Dejando el sarcasmo a un lado. Jake no logra sujetarlo, la caída es inminente. Se desploma en el suelo, el santo golpe le hace perder el conocimiento. Consternado con lo que acaba de suceder, Jake revisa al amor de su vida. Todavía tiene pulso es urgente llamar a un doctor.

Jake se incorpora, con premura cierra el grifo de la regadera; luego de eso, se pone la bata de baño. De inmediato se comunica no con el «911» sino con el mejor amigo de Jay, el doctor de apellido Rogen.

You are my treasureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora