Capítulo 2;

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NARRA MIKE DONOVAN.

Cuando salgo del edificio la noche acaba de comenzar. No he cenado ni tengo intención de hacerlo puedo aguantar días sin comer y cuando lo hago devoro proteínas, kilos y kilos de carne y pescado. Recorro corriendo las calles de Nueva York, incluso a esas horas la ciudad rebosa vida, los locales nocturnos están llenos, gran cantidad de borrachos deambulan por las calles haciendo eses y vomitando,  al pasar por una calle una prostituta me agarra de un brazo.

-Ven conmigo guapetón, te la chupo por 30 euros-Sonríe, una sonrisa horrible de facciones operadas y malas inyecciones de botos, exceso de maquillaje y arrugas que aún no debería tener.

No me molesto en detenerme, en el momento en que me toca la doy una orden, coger la navaja que lleva oculta en el sujetador y clavársela en el cuello, morirá al instante. ¿Qué porque la he ordenado suicidarse? Aquella mujer tenía una adicción a la cocaína (evidente por el demacrado estado de su nariz y el color de sus ojos) prostituía su cuerpo por apenas unos euros y no la importaba sufrir los abusos de su dueño a cambio de unos pocos gramos, no merecía la pena intentar salvar a una persona así, sencillamente el mejor futuro para alguien tan débil es la muerte. No me quedo a verla acabar con su propia vida, no tengo ningún interés.

En pocos minutos llego a la estación de tren, Boston está a 3 horas y media de nueva york y el metro me parece la forma más cómoda de viajar, a fin de cuentas la convención de Heich es mañana y no tengo ninguna prisa. Todo el mundo sabe de la existencia del evento, los medios de comunicación llevan semanas anunciándolo con titulares como “Heich presenta lo último en móviles” o “la empresa de Adrián Heich presenta su nuevo Smartphone”.

Cuando encuentro el andén del metro que se dirige a Boston localizo a mi objetivo, me acerco a un hombre con un ramo de rosas en la mano, tendrá unos treinta años, parece haber llorado. Le toco. “dame tu billete y vuelve a casa, mañana creerás que hoy pasaste el día de fiesta y que, debido al alcohol, no recuerdas nada” el hombre hace lo que le ordeno y me entrega el ticket, después desaparece. Al principio era incapaz de controlar a la gente, me sentía mal, sentía que no hacia lo correcto y cada vez que lo hacía me quedaba dormido llorando, aquel entonces me hubiera preguntado por la historia de aquel hombre ¿y si pretendía reconciliarse con su Novia? ¿Y si había acabado con su única oportunidad de ser feliz con su media naranja? Ahora eso ya no importaba, era un ser inferior, lo que le ocurra no merece ocupar espacio en mi mente.

Aún queda una hora para que llegue el tren, cualquiera diría que un chico de 17 años con poderes sobrehumanos es incapaz de aburrirse pero, en cuanto te cansas de experimentar con tus poderes, de doblar barras de metal haciendo formas, cavar agujeros en el cemento a base de puñetazos o de trepar hasta la punta de la torre Eiffel, te queda mucho tiempo libre. Al principio trato descargar algún juego para mi nuevo iPhone pero pronto me rindo, la cobertura aquí es penosa.  Fijo mis ojos en una chica que espera sentada en un banco cerca de mí, es poco mayor que yo, rubia, lleva una camisa roja a cuadros unos shorts y escucha música en su iPod. Al estar distraída con su  música no se da cuenta de que me acerco a ella hasta que la toco el brazo y la envió una orden, se queda paralizada, no me obedece pero tampoco se aparta. La primera vez que me ocurrió aquello estaba ordenando a una joven dependienta que me entregara todo el dinero de la caja, la chica se quedó helada y yo, creyendo que había perdido mi don, salí corriendo de allí. Con el tiempo he aprendido que algunas mentes, especialmente las de los adolescentes, son más reticentes a aceptar órdenes pero basta con repetírselas en voz alta para que obedezcan.

-Vas a guardar ese iPod en el bolsillo, vas a ir conmigo a esos baños, y vamos a pasar un buen rato-Sonrío, es una buena forma de utilizar el tiempo muerto.

Antes de entrar con la chica ordeno a un guardia que vigile la entrada de los baños y no deje entrar a nadie. Cuando llegamos la veo quitarse la ropa y sonreírme.

Infinitos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora