Primer capítulo: Sylvia ou la nymphe de Diane

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―Samantha Rowland, Samantha Rowland ―Sonó  por el altavoz―. Por favor ir de inmediato a la oficina del señor Pavlovski―. Era  la estúpida voz de la secretaria sonando en alto por todos los pasillos de la compañía.

―Pase adelante señorita Rowland ―Me dijo el director de la compañía de ballet en donde trabajo–. Le tengo una buena noticia. Usted va a ser nuestra bailarina principal para este año.

 El señor Pavlovski es amante del ballet, me recuerda mucho al primer profesor que me dio clases privadas cuando vivía en California. En mi casa de la infancia tuve un pequeño estudio con una barra, piso de madera y paredes de espejos. Me estremezco cada vez que veo al Sr. Pavlovski porque me trae antiguos recuerdos. Él abrió esta empresa hace años, y desde entonces se hacen presentaciones en reconocidos teatros de Nueva York. Yo llevo 2 años trabando con él. No necesito la paga, pero el baile es una manera de desahogarme.

―Gracias señor Pavlovski―. Le dije al salir de la oficina sin expresión alguna porque no sabía si estar triste o feliz.

****

―Hola Jem―. Saludé a la recepcionista del edificio. Está ubicado en un complejo cerrado construido únicamente para ser la sede principal de una famosa marca de cosméticos. Mi trabajo hace que vaya por todos los edificios hablando con los supervisores, pero la mayor parte del tiempo estoy aquí.

―Hola señorita Samantha. Ayer llegaron los informes mensuales de todos los departamentos. Están en su oficina

Trabajo aquí  de 8 a 3, y en la compañía de ballet, de 4 a 8. Los fines de semana doy clases de ballet en un orfelinato.

Cuando entré a mi oficina, estaba Laura esperándome, es mi asistente y única amiga. Vivimos juntas por 10 años, desde que me mudé al orfelinato hasta que me fui a la universidad. Ella ocupaba el cuarto de al lado.

―¿Qué tal te fue ayer, te dieron el lugar?

―¡Sí!―Le respondí emocionada. Pero sin pensarlo un solo segundo, cambié mi expresión―. Aunque no sé si estar triste o feliz, ya estaba demasiado emocionada con la idea de tener un hijo. En realidad me imaginaba una niña, Ursula. La vestiría de rosa, siempre con vestidos hermosos, lazos…

―¡Para! –Me interrumpió Laura―. Odio  cuando caes en este tema. No puedo creer que habiendo vivido en un orfelinato, sufriendo todo lo que sufriste y ahora dando clases en uno, con todo lo que te quieren esas niñas, tú todavía quieras hacerte una fecundación in vitro. ¿Por qué no adoptas a una y ya?

―Es que recuerdo cuánto quería volver con mis padres verdaderos, y además no es lo mismo tener una hija de tu propia sangre que una adoptada.

―Yo viví contigo, te lo recuerdo, y aunque quise conocer a mis padres, me hubiese cambiado mucho la vida tener unos adoptivos, aunque sea. Era mejor que estar sola, y quizá me hubiesen podido pagar la universidad.

―Ah no, Laura –Le dije–. No estuviste en la universidad porque no quisiste. Si hubieses estudiado duro, todo fuera diferente.

―¿Y qué, renunciar a tener una vida como tú lo hiciste? No querías tener amigos. Te apartaste de todo el mundo y te dedicaste a estudiar. Era una cosa enfermiza. Ni sé cómo llegamos a ser amigas.

―Yo si lo recuerdo.  –Dije secamente mientras venía a mi mente todo lo que había vivido con Laura. Era demasiado buena para haber nacido en este mundo. Yo me alejé de todos por miedo de que  me dejaran como lo hicieron mis padres. Y aunque siempre la echaba de mi habitación, ella volvía con algún juguete o cuento nuevo. Fue cuando trajo el de Dr. Seus que me di cuenta de que sí podría ser mi amiga. Fue como una señal

Primera posición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora