Capítulo 3. Zac

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  En ese momento, el acompañante suele decir:<Ah, bueno, no esta tan mal. Mira, fíjate, desde aquí puedes ver la ciudad.>

Algo más tarde, después de haber guardado la ropa en el armario y probado por primera vez el café de la cafetería, el nuevo paciente se mete en la cama a hojear un par de revistas, sabiendo que, en el fondo, esto no es exactamente un vuelo, sino más bien un crucero, y que su habitación es un camarote bajo el agua donde la tierra firme sólo es algo con lo que soñar.

Sin embargo, sea quien sea el nuevo ocupante de la habitación número 2, no está siguiendo la secuencia habitual. Sólo se ha oído el sonido de una bolsa de equipaje al caer al suelo, y ya está. Nada de cremalleras abriéndose. Ningún clic-clac deprecas moviéndose en el armario, ni el tintineo de enseres de baño sobre el estante superior. Y lo que es aún peor, ni siquiera se ha producido el reconfortante intercambio verbal.

Mamá se vuelve hacia mí.

- Debería ir a busca.

- Sólo lo haces porque estás perdiendo- le digo en un intento por ganar algo de tiempo para el nuevo paciente.

Mamá apenas pierde por cinco puntos, pero la verdad es que ambos estamos jugando de pena. Mi mejor palabra hasta el momento ha sido < garrulo >, aunque me ha costado que ella la aceptara. La suya ha sido < batido >, lo que resulta bastante triste.

Mamá forma la palabra <bota> y añade seis puntos a su cuenta.

-Nina no mencionó que llegaba uno nuevo.

Esto lo dice sin ironía, como si de verdad esperara que la informaran de todas las entradas y salidas de los pacientes del Pabellón 7G. Creo que lleva tanto tiempo aquí que ha olvidado que pertenece a otro lugar.

-Es demasiado pronto para ir a saludar.

-Tal vez debería ofrecerle un té...

Mi madre: el Comité de Bienvenida No Oficial a la Planta de Oncología. La que prepara tés relajantes, la que trae de la cafetería bollitos con raciones individuales de mermelada de ciruela. La autoproclamada portavoz de las familias de los pacientes.

-Acaba la partida, mamá.

-Pero ¿y si están solos? Como le ocurrió a... ¿Cómo se llamaba? ¿Te acuerdas de él?

-Quizá sea eso precisamente lo que quieran, estar solos a veces.

Es normal, ¿no? Desear esta solo a veces. -¡Chis*

Entonces también yo lo oigo. A principio no entiendo las palabras- nos separa una pared de yeso, diría que de unos seis centímetros-, pero el sonido va en aumento.

-Dos mujeres...- confirma mamá con sus ojos castaños dilatándose. Su boca se tuerce a medida que oye <eses> y <tes> lanzadas entre siesos_- Y parece que una es mayor que la otra.

- Deja de cotillear- le digo, aunque no es algo que podamos evitar. Las voces suben de volumen y las palabras salen como proyectiles.

< ¡No deberías! ¡Para! ¡No lo hagas! ¡Yo que tú no lo haría!>

- ¿qué está ocurriendo ahí?- pregunta mamá.

Yo le ofrezco mi vaso vacío para que l pegue a la pared, como hacen los espías.

-No te hagas el listillo- me dice, y añade-: No funciona, ¿verdad?

No es que en mi familia no haya habido discusiones de ese tipo. Años atrás, Bec y mamá se enzarzaban a la mínima. En posición de ataque y fieras como rottweiler. En esas ocasiones, papá y Evan abandonaban la casa y huían a los campos de olivos, donde no pudieran llegarles las voces. Yo, en cambio, solía quedarme en el porche, no me fiaba de dejarlas solas.

Las peleas perdieron intensidad cuando Bec cumplió los dieciochos. Sin duda, ayudó bastante que se mudara a la vieja casa contigua que antes ocupaban los trabajadores. Ahora tiene veintidós años y está embarazada. Mamá y ella se llevan bien. Siguen siendo tozadas como mulas, pero han aprendido a reírse la una de la otra.

Nadie se ríe en la habitación número 2. Las voces suenan amedrentadoras. Se oyen palabrotas, y luego una puerta que se cierra. No da un portazo, porque todas las puertas suponen un dispositivo con un muelle que las cierra con un controlado e insatisfactorio silbido. A continuación, pasos rápidos por el pasillo. La cabeza de una mujer pasa veloz por delante de la ventana de mi puerta. Al ser una mujer baja, apenas aparece por encima del marco. Lleva unas gafas de monturas marrón y una pinza de carey que recoge la mayor parte de su cabello rubio. Con la mano derecha se aprieta la nuca.

Sentada a mi lado, mamá parece una suricata. Su atención va de la puerta a la pared, y luego a mí. Después de veinte días en la habitación número 1, parece haber olvidado que allá fuera, en el mundo real, la gente se cabrea y la tranquilidad no dura, como ocurre en el colegio, donde los chicos plantan cara si alguien los empuja en la cola del comedor. Ha olvidado que existen los egos y la rabia.

Mamá se prepara para pasar la acción: quien seguir a esa mujer, ofrecerle el té, bollitos con dátiles y un hombro sobre el que reclinarse.

-Mamá.

-¿Sí?

-Guárdate el discurso de ánimo para mañana.

-¿Tú crees?

Lo que creo es que ambas necesitarán algo más que los consejos de mamá. Probablemente alcohol. Quizá cinco miligramos de diazepan.

Formo la palabra <cotilla> golpeado las fichas contra el tablero, pero mamá no se da por enterada.

-¿Cómo es posible que alguien discuta de esa forma? En la planta de enfermos de cáncer... Seguramente acabarán de...

Como si saliera de un megáfono, una voz retumba al otro lado de la pared.

-¿Qué... demonios...?

Acto seguido, un ritmo trepidante nos hace dar un respingo. La fichas de mamá caen a suelo...


HOLAAAAA¡¡¡

que creen  que provocó eso? 


    Me quieren matar no? xd  

PERDÓN POR TARDAR TANTO.

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⏰ Última actualización: May 28, 2016 ⏰

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