Capítulo 31: Huida

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Capítulo 31:
Huida

—¿Qué han hecho? —pregunta Geraldine alterada, observando el cuerpo sin vida de Diana—

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—¿Qué han hecho? —pregunta Geraldine alterada, observando el cuerpo sin vida de Diana—. Maximiliano.

Él retira la espada de mis manos, y me observa sorprendido, y no entiendo el porqué. Sus ojos buscan algo en mis manos, pero no hay nada, no entiendo por qué observa tanto mis manos. Luego sonríe, como si hubiera descubierto algo agradable que solo él puede ver, porque yo no veo nada más que mi piel.

—Maximiliano, estoy esperando una explicación. —Geraldine es una mujer de fuerte carácter.

Él la encara, por primera vez desde que ella entró.

—Ella me arrebató mi espada y acabó con la agonizante vida de la vampira —dice sin mucho entusiasmo—, y eso fue todo.

Las mejillas de Geraldine se ponen rojas de la ira, una mirada asesina se desliza por toda la habitación. Y se queda fija en mí, pero se suavizan un poco.

—Y eso es todo —repite las últimas palabras de Maximiliano—. ¿No hiciste nada para detenerla? Di una orden, mantener con vida a la vampira hasta que llegara el sanador. Solo tenías que vigilarla, no dejar que la mataran ante tus ojos.

Ella está tan molesta, y yo solo quiero irme de aquí, alejarme y hacer que Dimas me entregue esa carpeta para saber de una vez mi pasado. Estoy cansada de tanto misterio, de no saber nada.

—Ella estaba muriendo, su alma ya estaba a punto de cruzar las puertas del infierno, esperar por un sanador no iba a devolverle su alma —digo alzando la voz.

Ahora que lo he dicho en voz alta, es como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Diana se ha ido, pero haberle arrebatado la vida no pesa en mi conciencia, su muerte no es algo que me torture. Ella se ha ido por su propia voluntad, ha elegido morir antes que entregar lo más valioso. Un alma condenada no descansa, los años pasan y el sufrimiento nunca acaba, y eso lo sé.

Geraldine se ha quedado sin habla, como si no supiera qué decir, como si comprendiera la situación, lo que me ha llevado a atravesar el corazón de la vampira con una espada.

—Salgan de aquí —ordena.

Dimas avanza y me hace ir con él, detrás de mí escucho los pasos de Maximiliano. Giro la vista para ver como Geraldine se arrodilla al lado del cuerpo de Diana, cierra sus ojos, y de sus labios se eleva un murmullo.

Cruzo el umbral, y en el pasillo están Gabriel y Javier, ambos con los brazos cruzados, los ceños y labios fruncidos.

—Maximiliano, tú quédate —la voz de Geraldine lo hace detenerse no muy a gusto en el pasillo. Al parecer no tiene muy buena comunicación con los otros dos argeles.

Dimas y yo continuamos nuestro camino hacia la salida, en completo silencio. Mientras avanzamos por el bosque comienzo a sentir los estragos de no haber comido nada antes de venir, mi estómago gruñe con fiereza reclamando un poco de alimento. Me pongo a pensar en cualquier cosa para distraer las necesidades de mi cuerpo, pero el cielo comienza a tomar tonalidades naranjas, dando por sentado el atardecer. No he comido nada en todo el día y dormí toda la mañana, así que estoy hambrienta. Mi mente no se queda atrás, sigo escuchando las súplicas de Diana como el susurrar del viento y también su gratitud al ser liberada. Una parte de mí ha encajado, y no quiero pensar en ello. No ahora. Hemos cruzado la carretera, el boscaje que oculta a la academia se me hace corto.

Renacer. Luz de Medianoche (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora