EL SABIO Y LA INGENUA

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Eliza desde niña ha seguido las enseñanzas de su familia en especial de su madre quien se ha esforzado en demostrarle que con simplemente amor se puede alimentar el alma; mientras que su padre opinaba lo contrario amor con hambre no dura.

Ella siempre supo que su vida de manera precipitada pero positiva seria distinta, con libertad, con deseos de experimentar sensaciones ya sean de desagrado o agrado absoluto.

Su vida era monótona iba a la universidad donde estudiaba administración cada día, los fines de semana se encargaba de disfrutar de parques, paisajes o cualquier actividad realizada al aire libre.

Al poco tiempo conoció a un anciano un poco debilucho, inimaginablemente tenía una vida relajada y casi siempre coincidía con las actividades de ella.

Eliza y el se hicieron compañeros, desde gatos ayudaron de las calles y cuando poco hacían para mejorar la sociedad alimentaban a personas que vivían en las aceras.

Un día el anciano no apareció más, asustada intento preguntar en abastos buscando algún indicio de encontrarlo cuando al llegar a las bancas que ellos solían verse una señora le indico una dirección a la cual debía ir para verle.

Rápidamente ella fue al lugar algo extraviada pues era en una zona de terrenos de empresas bastantes desolados y abandonados.

En la distancia vio su silueta, el sol no permitía ver detalles de su rostros pero sabia que era el.

(...)

– Anciano: ¡Querida!

– Eliza: ¿Qué sucede te veo mal? ¿Te encuentras bien?

– Anciano: La verdad no. Pero me reconforta lo responsable y entregada que eres.

– Eliza: ¿Hay algo que no me has dicho?

– Anciano: ¡Si, tengo leucemia. La verdad no lo mencione porque detesto la lastima, no me agrada.

– Eliza: ¡Ay, no. Lo siento mucho! Quizás, debí retribuir su afectuosa amistad a un mayor nivel. Pero, ya usted sabrá que después lo tomaría a mal.

– Anciano: ¡Tranquila. Todo paso ya! Solo deseo entregarte esta carta.

– Eliza: ¿Por qué en este lugar?

– Anciano: ¡Así piensas mejor, lejos de los ruidos, de la vida citadina!

– Eliza: Bueno, perfecto. ¿Por qué te vas?

– Anciano: Porque debes estar a solas. Tan solo quédate aquí. Léela y decides que hacer. De repente luego sepas algo más de mi y del gran peso que siento.

"Eliza querida,

Al momento de recibir esta carta debo ser plenamente sincero mis intenciones no son de lastimarte es solo que veo en ti compasión por terceras personas, en este caso yo.

Aclaro que estoy muy mal, pero desearía enormemente de tu parte un gesto sublime y elegante que me gustaría mostrarte.

Se que careces de dinero, que solo eres una estudiante, que las necesidades abundan en tu hogar; también se que eres fuerte y jamás te detienes.

He decidido otorgarte todo lo que he podido reunir a lo largo de mis años te preguntaras ¿Con que fin? Y es simple... habrás notado la llave que te di para abrir la puerta que esta justo frente a ti, las únicas clausulas se basan en que hay seres humanos que lamentablemente hemos sido manchados del resto, tu tienes salud a mi se me extingue por lo que he decidido incluirte en un plan que yo he diseñado en mi vejez. Se trata nomas de acabar con el sufrimiento de personas que viven día a día odiándose, no les apetece vivir y tú te encargaras.

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