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Caminaba por la plaza principal de la ciudad cuando una trompeta sonó desde lo alto de un escenario recién montado.

Habían pasado tres días desde que otro hombre se había subido al escenario para anunciar la muerte de la princesa, heredera de la corona del reino.

¿Qué iban a anunciar ahora?

- En nombre de su majestad el Rey Emerick Candelabria y de su Reina Evelyne Candelabria les comunico que la que hasta hace tres días era considerada la princesa y heredera al trono de Candelabria, era una impostora- toda la plaza suelta ¡ohhh!, algunas personas se llevan la mano al corazón, incluso-. Por la presente se solicita que todas las jóvenes de diecisiete años se presenten en los hospitales para una prueba de sangre el próximo domingo. Las consecuencias de la no asistencia será la ejecución inmediata.

¿Ejecutar a la gente por no ir a una prueba de sangre? Bueno, teniendo en cuenta que los reyes no tenían ningún otro heredero al trono, es algo lógico.

Seguí mi camino casi arrastrando las pesadas bolsas de la compra cargadas de verduras, frutas e incluso pescado. Pensaba en cómo iba a contarle a Pierre sobre las pruebas de sangres. Seguro que él se negaba en un principio, pero una ejecución estaba en juego.

De todas formas ¿Qué oportunidad tenía yo? Solo era Kara Doubt, una chica de diecisiete años que había sido comprada por el dueño de un prostíbulo para usarme cuando cumpliese los dieciocho. Él sabía muy bien que si me usaba antes podía ser ejecutado.

Todos los niños huérfanos se apellidaban Doubt en el reino de Candelabria, por eso de que como eres huérfano, no se sabe quiénes son tus padres, por eso tu apellido de verdad estaba en duda.

Entré por la puerta de atrás, la principal solo era para los clientes, dejé las bolsas en la mesa de madera gastada de la cocina. La casa o el prostíbulo era un edificio de tres plantas. En la parte trasera de la casa había un pequeño jardín, aunque nadie cuidaba de él. La puerta trasera daba a la cocina, que era el único lugar en el que teníamos permitido estar las prostitutas sin ningún tipo de reglas. Después estaba el salón y el comedor que solo eran usados para conocer a los clientes, bueno conocer... hasta donde yo sabía era para que te eligieran o algo asi.

En el segundo piso estaban las habitaciones que se usaban con los clientes, yo solía limpiarlas porque Pierre decía que debía de hacer algo útil para el negocio mientras no podía prostituirme. Esas habitaciones eran lo más lujoso que había visto en mi vida. Camas dobles, colchones mucho más blando, cortinas de colores...

En la cocina había una escalera muy estrecha que llevaba al tercer piso, allí estaban nuestras habitaciones. Todas ellas eran cuartos pequeños con una cama, un colchón de mantas apiladas, una mesilla y un arcón muy gastado.

Guardé la comida en las alacenas y me puse el delantal que estaba ya amarillento por tener tantos años. Tomé la escoba y me puse a barrer la cocina.

- La habitación tres está esperando una limpieza- anunció Agnes mientras entraba en la cocina.

Agnes tenía veinte años, llegó aquí con dieciocho. Sus padres eran muy pobres y no ganaban suficiente dinero para alimentarla debidamente. Para no seguir siendo una carga ella abandonó su aldea y se vino a la cuidad a ganarse la vida.

Ir a un colegio era difícil aquí. Todo el mundo sabía que para eso hacía falta mucho dinero. Agnes no sabía leer o escribir, como muchas otras personas del reino. Por suerte las prostitutas suelen convertirse en las personas más cultas del reino. Si te elige un buen cliente este puede contarte las cosas más fascinantes sobre política, arte, música... Eso es lo que le pasó a Agnes. En su primer año de prostituta un hombre mayor y rico se encaprichó con ella. El hombre era muy viejo y solo venia por la agradable y aduladora compañía de Agnes. Él la enseño a leer y escribir, y después Agnes me enseñó a mí.

- Iré en un momento- contesté limpiándome las manos en el delantal.

- Kara- llamó Agnes chasqueando los dedos. Giré mi cabeza hacia ella-. ¿Estás bien?

- Oh, sí, claro- dije dándole una pequeña sonrisa.

Agnes era una chica preciosa, pero no compartía la belleza de las mujeres nobles. Ella tenía el pelo castaño y largo, hasta la mitad de su espalda. Sus ojos eran grandes y marrones, parecidos a los de un leopardo... todo su aspecto era parecido al de un felino, incluso su forma de moverse, tan fluida.

Todo lo que yo había escuchado sobre las mujeres y muchachas nobles era que ellas eran como el hielo. Mujeres duras y frías. Mujeres indestructibles e inquebrantables.

- ¿Por qué estás tan ausente?- preguntó Agnes zarandeándome por los hombros-. No será por un chico, ¿no?- dijo frunciendo el ceño.

Justo antes de que pudiese contestar, Pierre apareció en la cocina. Pierre era un hombre adulto, gordo y medio calvo. No era para nada atractivo, ni educado, ni siquiera gracioso. No estaba casado, ni tenía hijos, que se supiese. Comprar niñas en los orfanatos y prostituirlas, ese era su negocio. Claro que eso lo hacía si el encontraba una niña que pensase que fuese a ser rentable y también si no venia antes otra chica dispuesta a cualquier cosa con tal de ganar un poco de dinero.

A Pierre solo le gustaban tres cosas en este mundo: las mujeres, el dinero y la comida.

- Agnes, hay un cliente en la puerta. Ve a por él- ordenó Pierre mientras entraba en la cocina secándose el sudor de la frente con un pañuelo.

Agnes asintió y salió a toda prisa de la cocina.

- ¿Te has enterado de la noticia?- pregunté a Pierre. Tenía que contarle lo ocurrido en la plaza.

- ¿Qué noticia?- preguntó sentándose en una de las sillas de la mesa de la cocina.

- Todas las chicas de diecisiete años tienen que ir el próximo domingo al hospital para una prueba de sangre.

- ¿Para qué quieren esos bastardos pruebas de sangre?- preguntó recostándose en la silla. Su barriga se apretó contra los botones de su camisa desgastada.

- Al parecer la princesa era una impostora. Supongo que están buscando a la verdadera.- dije encogiéndome de hombros.

- ¿Y crees que puedes ser tu?- dijo señalándome y aguantándose la risa-. Pequeña huérfana creída- dijo con desprecio. Algunas gotas de baba salieron disparadas de su boca. Gracias a Dios que no estaba cerca.

- El castigo por no asistir es la ejecución- dije sin mostrar ninguna emoción- si nos voy me mataran y moriré sin recuperar el dinero que pagaste por mí.

- Te he criado desde que no eras más que una pequeña llorona- vociferó-. Iras y te harás la maldita prueba. 

Con eso estaba todo dicho. 

Este libro lo tengo medio escrito desde hace un tiempo. Lo he vuelto a leer y me ha parecido que iba bastante bien. Espero que os guste :)

Sangre AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora