Quien bien te ama, te hará llorar...

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Polvo eres, y en polvo te convertirás.

Los meses pasaron. Las noches eran largas, los días fatídicos... Las ganas de vivir se habían ido, Ludwig había solicitado un traslado permanente a Venecia... Aquella pluma permanecía como el recuerdo de un maravilloso sueño que había consumido la vida de Ludwig en poco más de un mes. El fantasma de Venecia había desaparecido, se había llevado sus ganas de vivir, su felicidad y su corazón con él, tal como la gente murmuraba a sus espaldas cuando llego a aquella preciosa y ahora melancólica ciudad, rodeada del cielo en sus cristalinas aguas. Debió de tener más cuidado.

La pluma permanecía, inerte dentro de un pequeño frasco. Y es que parecía una mentira, una ilusión, un sueño del cual le dolía darse cuenta que había despertado, le dolía el hecho de saber que un ángel llegó a sus brazos, que alguien le robó el corazón y el pensamiento, alguien con el atardecer encerrado en los ojos, con el ébano en las pestañas, el otoño en el cabello y la porcelana más fina en la piel. Saber que un pequeño ángel con miedo, rechazado por todos y con vívidas ganas de ser amado fue rechazado por la persona por la que renunció a todo, por quien había rechazado las alas, por quien había rechazado todos los grandiosos placeres que el edén podía brindarle, por quién había dejado a su propia familia, su propia alma y existencia... Poco a poco, y cada vez más, la vida de Ludwig Beilschmidt se vio involucrada en la de Feliciano Vargas, moldeándose para que él ocupara un gran espacio en su vida, que a pesar de todo, seguía con él, con un alemán que había ablandado su dura y seria expresión por una más afable, aquel que aprendió a hablar a las personas sin temer al qué dirán, aquel que aprendió a sonreír sin vergüenza alguna, aquel que aprendió a amar a una persona verdadera... Aquel que ahora está con motivos ausentes para vivir.

Los siguientes meses, se los pasó esperando pacientemente a la muerte, siendo fuerte, afrontando las consecuencias, sin embargo, ella parecía haberse olvidado completamente de él y de su presente agonía.

Finalmente, se había cumplido el primer año desde aquel incidente. No había remedio para aquel recuerdo, ni el alcohol, ni los fármacos ni el tabaco podían alejar aquel rostro, aquel paraíso en persona, sus sueños, sus pensamientos, sus días, sus noches... eran invadidos por aquel deseo egoísta que había sucedido en una noche de primavera, cuando el sol se había puesto y los azahares del naranjo comenzaban a destilar su embriagante fragancia.

Cuántas veces se dijo a él mismo que había perdido la cordura, que hubiera deseado pasar la noche vagando por las calles bajo la luz de la luna y las estrellas en vez de haberle conocido...

Todo sería inútil, el suicidio no era una opción, el sacrificio hubiera sido en vano, sin sentido alguno, carente de objetivo... Al igual que su vida de alguna manera.

Cerraba los ojos, y lo único que presenciaba era el atardecer y el leve y dulce olor del azahar, de las rosas, del chocolate. Todo se hacía un océano de recuerdos, dulces, amargos, felices, melancólicos, vívidos, distantes... El día en que le presenció por vez primera se hacía presente junto con aquellos aromas que marcaron para entonces el comienzo de algo maravillosamente mortífero.

Así, soportó la soledad hasta que se hizo presente la llegada del invierno del segundo año.

La nieve caía con suavidad en el gris cielo falto de la luz del sol. Un manto blanco cubría las calles, un frío mortífero se hacía presente, e incluso, el clima daba cierta depresión y nostalgia a quién miraba de más. Los automóviles iban, de modo rápido y cuidadoso por las congeladas carreteras, atravesando pequeños montículos de nieve de vez en cuando. Los niños jugaban, cantaban villancicos por la cercana navidad y corrían soltando carcajadas en el frío viento como pequeños cascabeles tintineantes.

La Melodía De La Vida, La Muerte y Un Amor Eterno... Donde viven las historias. Descúbrelo ahora