II

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Cuando abrió los ojos, el cuarto estaba a oscuras

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Cuando abrió los ojos, el cuarto estaba a oscuras. Quiso moverse y todo su cuerpo se quejó, ni siquiera podía alzar la cabeza, todo le daba vueltas, pero pudo percatarse que no había nadie en la habitación con ella, y quiso saber qué había sucedido, no podía recordarlo, lo único que tenía eran leves destellos de luces, de estrellas, del viento, de las risas y de pronto nada.

Movió su mano y fijó que tenía un pequeño interruptor, asimiló que era el botón de emergencias y aunque no era una emergencia alguien debía aparecer en ese instante. Lo tocó y las enfermeras junto con el doctor llegaron corriendo encendiendo las luces, se quejó de la luz y cerró inmediatamente los ojos.

—Señorita Crowd —dijo el Doctor llamando a su paciente, mientras la susodicha presionaba los ojos porque la luz le molestaba—. Necesitaré que abra los ojos, por favor, no queremos que nada se nos escape.

La aludida parpadeó varias veces a causa de que la luz la cegaba por completo, sus pupilas se contrajeron hasta volverse un diminuto punto y evitaba mirar directamente hacia la luz pero era imposible, todo el cuerpo le dolía.

—¿Puede hablar? —preguntó el doctor, a lo cual ella quiso decirle algo pero su garganta estaba completamente cerrada muy a pesar que no tenía dolor alguno que apuntara hacia un resfriado o algo parecido. —Bien, supongo que por la conmoción tardará unos días en recuperar la voz, ahora la pregunta más importante es: ¿Recuerdas lo que pasó?

Lillian sentía que un torbellino se la tragaba, no había nada en su cabeza que la hiciera recordar y este amenazaba con doler si se forzaba a ir demasiado atrás.

Negó.

El doctor puso cara de preocupación mientras hablaba con la enfermera. Lillian moría por preguntar qué demonios había pasado, pero encima que todo le dolía parecía presa de su propio cuerpo, sólo quería dormir y deseaba que todo fuese un sueño, pero los gritos que siguieron a continuación eran capaces de desgarrar el alma del más sensible humano, la voz de una señora se hizo escuchar en todo el hospital.

Lillian parpadeó sabiendo que su subconsciente reconocía esa voz. Esa voz.

La oscuridad la reclamó de vuelta.

El pitido de la maquina tomó por sorpresa al doctor quien no salía del estupor, tiró los papeles al suelo, al ver como la joven que hacía escasos cinco minutos había despertado, estaba muerta frente a él.

Pero lo que él creía duro tan poco cuando aquel cuerpo comenzó a convulsionar, los ojos de aquella joven se sacudía de formas salvaje, los latidos del corazón volvieron y lo hicieron de forma rápida. ¿Qué estaba pasando? Quiso saber el doctor, hasta que se detuvo, y el latido de aquel corazón comenzó a seguir su ritmo normal.

—Puede que sea debido a una contusión.

—Eso no lo sabemos hasta que no salgan sus tomografías.

Posiblemente tenía algo que ver con su cabeza, había visto convulsiones cientos de veces, incluso ver a sus pacientes morir, pero aquello, aquello lo percibía como algo diferente, su sangre estaba bien, su corazón estaba bien, tenía golpes en todos lados y procuró fijarse si no tenía alguna herida interna, miro el cuerpo detenidamente tratando de buscar algún moretón que no se viese anormal, todo estaba perfecto, en cuanto a un accidente vehicular.

Se mordió el pulgar sopesando la idea de que posiblemente ella fuese epiléptica.

Tan pronto la situación se calmó y aquellos gritos no cesaban, la policía llegó queriendo hablar con los involucrados, lamentablemente uno de ellos había fallecido, el alcohol que se había encontrado en su cuerpo estaba muy por encima del permitido, una imprudencia causó la muerte.

Pero una joven que estaba sumida en la oscuridad ignoraba totalmente la situación.

Se le preguntó a la madre de uno de los fallecidos si conocía a la joven de cabello rubio, y con voz sentida dijo que sí y que conocía a sus padres, se le cuestionó el porqué no había dicho nada desde un principio, y con el odio impregnado en voz sólo añadió diciendo: "Es lo que se merece"

Se contactaron a los padres de la joven que un santiamén llegaron al hospital sólo para ver el cuerpo maltrecho de su pobre y joven hija. ¿Cómo era posible que un cumpleaños terminara así?

La señora Crowd intentó acercarse a la madre afligida recibiendo en respuesta insultos, amenazas y demás cosas que no toleró escuchar. Era madre, era suficiente con ver su rostro para ver cuán inmenso era su dolor. La señora Crowd quería saber y la única que le diría la verdad sería su hija.

—Buenas noches o debería decir días, y sé que el buenos está de más, soy el doctor Shawn, verán la situación es así, a las nueve de la noche se registró un accidente en la paraestatal cerca la costa sur, tres jóvenes entre ellas incluida su hija tuvieron un accidente bastante fuerte, arribaron a eso de las doce de la noche, lamentablemente uno de ellos no logró sobrevivir.

La señora Crowd colocó ambas manos sobre su rostro impresionada, ahora entendía el porqué le había insultado.

—Eso no es todo, se les hicieron pruebas a los tres y lamentablemente estaban alcoholizados.

—Espere doctor, eso es imposible —se quejó el señor Crowd—. Para empezar mi hija no bebe, es menor de edad.

—Señor Crowd, se hicieron las pruebas pertinentes —extendió un papel frente a él—. Es imposible negar lo que está en el cuerpo de su hija.

Los señores Crowd estaban impresionados, su preciosa hija estaba haciendo cosas a sus espaldas, a pesar de toda la confianza, de las horas de pláticas sobre prevenir estas cosas, de no confiar en extraños ¿Dónde se estaba escapando esa perfecta comunicación? Aquellos rostros estaban más dolidos por la decepción que por el hecho de que su hija en realidad estaba herida.

El doctor guardó silencio al ver aquellos rostros mirarse entre sí y podía ver esa decepción en sus ojos. Se puso de pie y les indicó que lo siguieran.

—Hace poco su corazón se detuvo y tuvo convulsiones. Dentro de unos días llegarán las tomografías para ver si hay algún tipo de daño.

Los señores no dijeron nada. Era como si en realidad no les importara.

—Les dejo, pueden hablar con ella —se limitó a decir el doctor mientras caminaba a recepción. Miró hacia aquella puerta intentando comprender qué tipo de escena ocurriría dentro.

La señora Crowd caminó hacia su hija y colocó su mano sobre la frente.

—Te dimos nuestra confianza y nos traicionaste.

—Silvana.

—Tú lo sabes mejor que yo ¿cuántas veces no hablamos con ella?

—Guarda silencio mujer, suficiente con ver a nuestra hija ahí acostada sin poder hacer nada, despiértala.

Algo estaba mal.

Desde la oscuridad, ella era perfectamente capaz de escuchar todo. Lloró, lloró en aquel lugar porque quería entender qué era lo que había hecho mal.

El deseo deshonesto de la estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora