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Se metió por calles, por lugares donde su padre ni siquiera se atrevería a cruzar, así eran ellos, preferían zonas seguras, zonas donde pudieran seguir pretendiendo lo que no eran, estaba sudada con el cabello pegado a su rostro, quiso dar un paso...

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Se metió por calles, por lugares donde su padre ni siquiera se atrevería a cruzar, así eran ellos, preferían zonas seguras, zonas donde pudieran seguir pretendiendo lo que no eran, estaba sudada con el cabello pegado a su rostro, quiso dar un paso más pero sus pies parecían querer romperse, se sentó sobre las escaleras de un casa y decidió tomar un poco de aire antes de perderse en cualquier lugar.

—Hey, bonita —llamó alguien desde la banqueta, tenía mal aspecto, sucio y definitivamente era un adicto.

Lillian se puso de pie rápidamente y salió corriendo al ver como el instinto del otro se activaba.

Corrió pero sus piernas no tenían la fuerza para darle velocidad y por lo tanto trastabilló.

El hombre la agarró por el brazo y entre gritos terminó inyectándole algo en el cuello, la visión de Lillian se nubló, sabía que aquel chico no era bueno, aun cuando miles de veces te decía que no te dejaras llevar por las apariencias, efectivamente las de él no era precisamente de intenciones buenas.

Intentó suplicarle pero su boca la sentía babosa, aquello la había paralizado y lo que apenas distinguía de su visión, era nada, más que leves sombras de un lugar que cambiaban de formas.

—Mira lo que traje —escuchó decirlo airoso. Quiso moverse pero su fuerza era nula; aun así el chico la tiró al suelo.

Sabía que moriría sino es que abusaban de ella primero, los jaloneos eran obvios aun cuando intentaban levantarla del suelo, Lillian suplicó dentro de sí que fuesen rápidos... o no.

Abrió los ojos mirando al chico directamente, ese quien le había inyectado algún paralizante, este le gritó a su amigo que se detuviera porque ella estaba despierta. El otro la ignoró y la siguió llevando en brazos hasta que de pronto escucharon un siseo.

Uno de ellos pensó que había alguna serpiente bajo sus pies pero no había nada.

El chico andrajoso buscó por todas partes.

Hasta que él que llevaba en brazos a Lillian se detuvo y temió mirar lo que hacía el siseo tan intenso tan cerca de su oído.

—Sé un buen chico —murmuró Lillian.

La sangre comenzó a gotear en la nariz de aquel hombre mientras soltaba a Lillian quien había caído con la cara al suelo, no podía moverse, eso era algo que no podía remediar.

Pero dentro de su inmovilidad peleaba contra algo, algo que parecía carcomer su interior, su raciocinio, no era como cerrar los ojos, dormir y soñar, era algo que soñaba con hacerla desaparecer y tomar posesión de todo lo que le pertenecía.

Los siseos vinieron acompañado de voces que sólo ella podía escuchar, dentro de aquel episodio pudo mover la mano, y ahí donde tocaba el suelo comenzó a ponerse negro, la voz de Lillian salió deforme, y un gemido le siguió, le dolía lo que aquello le provocaba.

El deseo deshonesto de la estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora