Capítulo III - La visita

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                         LOS DÍAS PASARON y todo siguió igual. Me despertaban temprano para mi baño colectivo, desayunaba en la mesa más alejada del resto; posteriormente nos llevaban a la sala de descanso e inclusive después de la comida íbamos al taller de manualidades. Me gustaban las clases de manualidades, me parecía entretenido pintar, pero nunca fui una buena dibujante, así que me limitaba a llenar el lienzo de colores que me parecían tranquilizantes. Colores como azul, morado y rosa llenaban mi lienzo, pero el rojo se había vuelto el color que más odiaba, esto después de mis pesadillas.

Casi todas las noches me despertaba gritando porque soñaba que me ahogaba en un mar de sangre o que era perseguida por un enorme perro cubierto de sangre, no importaba la pesadilla siempre prevalecía el rojo, ya sea en el cielo, en la ropa o en las flores.

Una vez a la semana veía al Doctor Cantú y esa era la peor hora del día. Las visitas a su oficina eran aburridas, me la pasaba acostada en su diván mientras el doctor me hacía preguntas tratando de hacer que hablara; me preguntaba desde cómo me sentía, hasta qué había hecho ese día, cómo era mi familia, etc. También trataba hacerme recordar, así que yo lo evadía, trataba de no oírlo y de pensar en otra cosa. Luego de un rato mi tiempo se acababa o el doctor se aburría y me dejaba ir.

El doctor desesperado comenzó a restringirme cosas hasta que yo cooperara y volviera a hablar, me llegó a quitar hasta mi cepillo de dientes, pero yo no cedí.

Por las tardes, si el día era bueno, nos sacaban al jardín. Amaba salir al jardín, el exterior, los árboles eran lo mío. Desde siempre había odiado estar encerrada, así que salir al menos al jardín era increíble, ya que así podía imaginar que no estaba internada en un manicomio, que estaba acampando en medio del bosque o de picnic con mis amigos. Me hubiera destrozado si para obligarme a hablar el doctor me hubiera quitado estas visitas al jardín, supongo que nunca se le ocurrió o simplemente no era tan cruel.

Estar rodeada de locos ya me era indiferente, ya no me preocupaba que alguno pudiera ser peligroso; todos eran sumamente tranquilos, era como estar con un grupo de fantasmas inofensivos. Sólo caminaban o se quedaban quietos leyendo o tejiendo, quizá tampoco hablan porque no los oí hacerlo. Estaba segura de que todos ellos eran inofensivos, porque me enteré que los locos que eran un peligro los mantenían aislados en alguna parte de la mansión, si a ellos los tenían amarrados o en habitaciones con paredes de colchón, es algo que desconozco, porque nunca fui a ese lugar.

Después de la cena regresaba a mi habitación donde dormía temprano, ya que no había mucho qué hacer y a la mañana siguiente alguien vendría a despertarme a primera hora para ir a la ducha. Así que lo mejor era dormir o al menos intentar hacerlo, ya que entre mis pesadillas y los horribles gritos en la madrugada era imposible hacerlo.

Durante las noches la mansión parecía estar embrujada, se oían llantos y muy entrada la madrugada se oían desgarradores gritos y golpes a las paredes. Supongo que no era la única que tenía pesadillas o quizá un loco de los que tenían recluidos se revelaba gritando y golpeando las paredes o tal vez en verdad la mansión estaba embrujada. Afortunadamente los gritos y golpes eran reprimidos casi de inmediato, pero me hubiera gustado pedir pastillas para dormir, lo hubiera hecho de no ser que no podía hablar.

Las noches en el psiquiátrico eran una de las cosas que más odiaba de ese lugar, lo que hacía para sobrellevarlas era meter mi cabeza bajo la almohada tapando fuertemente mis oídos con ella, imaginando que estaba en otro lugar. De niña odiaba las tormentas y el ruido de los rayos me hacía temblar, cualquier niña dormiría con sus padres para vencer su miedo, pero cuando lo intente, mis padres enojados me dijeron que regresará a mi habitación y no volviera a despertarnos. Así que volvía a mi cama y metía la cabeza bajo mi almohada para no oír los truenos, trataba de pensar otras cosas, imaginarme por ejemplo que era una princesa atrapada en un castillo y que afuera se llevaba una épica batalla por mi libertad y que los truenos no eran más que cañonazos o gruñidos de dragones; lo hacía hasta que continuaba la historia en mis sueños. También hacía lo mismo en las noches cuando discutían mis padres y en esos momentos en el manicomio me ayudaba bastante para poder dormir, pero tristemente al igual que a los gritos de mis padres, me fui acostumbrado a los gritos del loquero y con el tiempo pude dormir con mayor facilidad.

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