Año 119 Antes de la Rosa:
Las calles estaban cubiertas de estandartes. En cada ventana, en cada balcón. La alegría había llenado la capital y se iba extendiendo por todo el país, al ritmo del galope de la veintena de mensajeros que había partido de inmediato hacia las principales ciudades. Un solo nombre corría de boca en boca, sacando a todo el mundo a la calle: ellas con sus vestidos de fiesta, ellos con sus trajes de domingo y los niños con flores en las manos.
Dentro del palacio que dominaba el centro de la ciudad, en el amplio dormitorio de la reina Natasha, esta se encontraba postrada en la cama, sosteniendo a la causa de todo el revuelo. Mientras niños y ancianos, ricos y pobres, nobles y plebeyos se arremolinaban bajo los balcones del palacio con ruidosa expectación, Fiona, hermana de Natasha, archiconocida por su impaciencia y por tener su propia manera de hacer las cosas, irrumpía en el dormitorio. Mientras el rey paseaba de un lado a otro del amplio rellano como un león enjaulado, esperando y desesperando, unos ojos grises se abrían por primera vez.
Tyrannus Basilton Grimm-Pitch.
Año 105 Antes de la Rosa:
Lo llamaban Baz. Era un príncipe con los pies en el suelo y la cabeza bien puesta, llena de sentido común. Quizá la muerte prematura de Natasha, su madre, al dar a luz a su tercer hijo tuvo algo que ver con su madurez temprana. O igual no. Con catorce años ya había asumido que iba a ser el rey. Con catorce años, medio reino lo quería y el otro medio lo adoraba. Con catorce años comenzaba a perder los rasgos infantiles y a adquirir una belleza que llevaba anunciándose desde que era pequeño. Con catorce años su mundo comenzó a derrumbarse.
-_-
Serían alrededor de las nueve de la noche cuando la carroza llegó a su destino. Los reyes descendieron de ella, seguidos rápidamente por su heredero para encontrarse ante un palacio que, si bien no era tan grande como el suyo, tampoco se quedaba muy atrás. Siguieron al mayordomo al interior del palacio, hasta llegar a la sala del trono: era la primera vez que Baz viajaba en calidad de príncipe y por ende, la primera vez que visitaba otra sala del trono. Esta en concreto era especialmente lujosa, con las paredes llenas de pinturas que representaban episodios de la historia de aquel país; el suelo cubierto de mármol y las enormes lámparas de cristal colgando de un techo que parecía inalcanzable.
Baz no vio nada de eso.
Al fondo de la habitación, dos guardias armados y uniformados se situaban a ambos lados de una palestra. Sobre ella, dos tronos de madera oscura con tapicería roja sostenían al rey y la reina, que se pusieron en pie al ver entrar a sus padres y se acercaron a saludarlos, abandonando enseguida toda formalidad.
Baz tampoco lo vio.
Su mirada quedó fija en el joven de ojos verdes que, al lado de sus padres, avanzaba hacia él. Jamie, se llamaba: sus padres le habían dicho que tenía dos años más que él y era el único hijo de aquellos reyes. Su sola presencia lo alteró por completo, y tuvo que recurrir a toda su capacidad de concentración para recordar dónde estaba. Bastó con que el chico le devolviera la mirada y sonriera para que a Baz se le acelerase el pulso.
Año 100 Antes de la Rosa.
El día iba por mal camino. Por muy mal camino. En realidad, todo llevaba bastante tiempo yendo mal.
Baz había llegado a la conclusión sobre su sexualidad hacía un par de años, el mismo tiempo que llevaba ocultándola de sus padres. Había estado rechazando princesa tras princesa con todo tipo de excusas: su padre las había aceptado al principio. Pero a la quinta visita que terminó en negativa, se volvió más insistente: a Baz le costaba cada vez más convencer a su padre de que ninguna de las jóvenes que le presentaban era adecuada y sabía que, tarde o temprano, tendría que casarse. No solo eso: tenía que casarse con una mujer. Le habían inculcado su responsabilidad con el pueblo y con su familia desde siempre y sin embargo...
Cada vez tenía más dudas. Y conforme aumentaban, la presión acerca de su matrimonio aumentaba también. Baz seguía manteniendo la fachada de perfección externa mientras por dentro todo se derrumbaba día tras día, y la única que parecía darse cuenta era Penny, la joven ama de llaves del castillo: la que se había ocupado de sus hermanos menores tras la muerte de Natasha. Su padre, ocupado como estaba con los asuntos de Estado, había dejado de prestar atención a Baz como hijo y solo lo veía como heredero. Su madrastra nunca había tenido mucha relación con él y no iba a empezar ahora, y en cuanto a su tía... Adoraba a su tía. Pero no era la persona más adecuada para ir a contarle sus problemas.
ESTÁS LEYENDO
Bella y la Bestia. Un cuento de hadas SnowBaz.
FanfictionIdea original de @baz-the-cat (en tumblr).