Otro final

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Hora 2 Antes de la Rosa.

Las primeras en darse cuenta de que alguien se acercaba fueron las tijeras de poda, que vieron la multitud a lo lejos acercándose al castillo. Corrieron a avisar a Penny, que se asomó a la ventana para encontrarse con una multitud armada, guiada por una chica que llevaba una espada desenvainada.

Les estaban atacando.

Penny encargó al candelabro organizar la defensa antes de subir corriendo al ala oeste. Baz seguía allí, en la misma posición en que Simon le había dejado.

—Baz, nos atacan.

No obtuvo ninguna reacción.

—Baz, por favor.

Nada.

—Basilton, no tengo tiempo para tonterías. Van a invadir el castillo y quedan dos horas para que la rosa se marchite.

Desesperada, Penny se marchó en busca de Simon. Pasando por el recibidor, escuchó la voz del hombre que había llegado al castillo dos meses atrás.

—Un vampiro, sí. Tiene a mi hijo encerrado.

—Perfecto. Yo me encargo de él.

La mayor parte del trabajo la hizo el susto: lo último que esas personas se esperaban era encontrarse con un ejército de muebles y cubiertos atacándoles y la mayoría, que habían llegado hasta allí en el calor del momento pero no habían cogido un arma en su vida, huyeron al instante. El resto no tardó en seguirles. En cuestión de minutos quedaban solamente David y Philipa.

Mientras los dos iban a las mazmorras, Penny encontró a Simon y le resumió en pocas palabras la situación. El chico, lejos de tener la reacción que Penny esperaba, entró en pánico.

—Lo va a matar, Penny. Va a...

—No puede. Es un vampiro, Simon. No puede morir.

—Da igual. La conozco. Es capaz de... torturarlo, o yo qué sé.

Cuando Simon llegó al ala oeste, Baz todavía estaba solo.

—Baz, por favor, tienes que marcharte. Yo hablaré con ellos.

Por lo menos reaccionó. Miró a Simon, pero no dijo nada.

Entró Philipa, espada en mano y mirando a su alrededor con una mezcla entre miedo y determinación.

—Simon, ¿qué haces aquí?

—¿Dónde está mi padre?

Davy entró detrás, pero Simon no tuvo tiempo de alegrarse.

—¡Simon, aparta! ¡Es el vampiro!

Aquellas palabras le devolvieron a la realidad.

—Baz, por favor márchate.

Con un asentimiento y sin soltar la rosa, el vampiro saltó por la ventana hasta el siguiente balcón.

—¡Simon! ¿Qué haces?

—Papá, volved a casa. Por favor. Los dos.

Pero Philipa no lo escuchaba. Se lanzó hacia la ventana, espada en mano, pero se encontró con el propio Simon deteniéndola.

—Simon, voy a protegerte. Cueste lo que cueste.

—¿Protegerme de qué?

—De la bestia, obviamente.

—No hay nada que proteger, Philipa.

—Simon, no te das cuenta. Te ha comido el cerebro.

Cada vez tenía más complicado parar los ataques de ella, destinados a desarmarle.

Bella y la Bestia. Un cuento de hadas SnowBaz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora