Capítulo 2.

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Las semanas pasaron, yo cada vez tenía más tarea (malditos sean todos) y todo normal. Oh, esperen. ¿Acaso dije normal? Perdónenme, me he equivocado. Absolutamente nada está siendo normal. Ahora, uno se preguntaría: ¿Qué le pasa? ¿Se está estresando con la escuela? ¿Tiene problemas con alguien? No y no. Lo que me pasa es que todas las malditas noches sueño con este muchacho que no conozco.

El primer día de clases, Diana me dijo que la mente no puede formar caras nuevas. Lo he buscado en Google y es verdad. Entonces, ¿cómo diablos es que puedo formar tan bien un rostro? No es como si lo viera de reojo o con menos detalles de los que tendría un rostro normal. Veo sus rasgos perfectamente. Sé hasta donde le llega el cabello, sé en qué zonas del rostro tiene lunares, sé cuánto mide, sé cómo es la forma en que sonríe, lo sé todo. Entonces, ¿alguien podría decirme cómo es que lo estoy haciendo? Porque la verdad es un caso realmente interesante.

Lo peor de todo no es que sueñe con él, sino el momento del sueño en el que me lo encuentro. No importa qué diablos esté soñando, siempre me lo encuentro. Por ejemplo: hace unos dos días soñé que un grupo de morsas venía a bailar la danza del vientre en la escuela. Yo los veía y aplaudía porque aparentemente el grotesco espectáculo me encantaba. Y, cuando me levanté para ir al baño, me lo topé de frente, con su hermosa sonrisa. Ahora la gente pensará, ¿qué tiene eso de malo? Ya les digo. Lo malo fue que cuando abrió la boca para hablarme, salió un sonido de corneta que me hizo caerme de la cama. Aparentemente a mi hermano Jacob no se le había ocurrido mejor idea que volverme a hacer una broma antes de entrar a la escuela.

¿Y adivinen qué? Así ha sido el resto de los días. En el único momento en que me lo encuentro es cuando faltan cinco segundos para que alguien me despierte. Puede que sea solo un sueño, pero me gustaría saber el nombre del pobre. Me gustaría poder llamarlo de alguna manera.

No es como si me estuviera enamorando de un producto de mi cabeza. No, señores. Solo lo encuentro extremadamente lindo y me parece una blasfemia que no tenga nombre.

Oh, hablando de cosas católicas, ¿es estrictamente necesario que tengamos tres misas por día? Porque sí, sé que mi colegio es un colegio católico, pero no deberían tomárselo tan literal. Con tanta misa y tanta cosa, estamos perdiendo la mitad de las clases (cosa que no me molesta mucho). Y cada vez buscan cosas más absurdas por las cuales rezar. Si no es porque algún profesor tiene constipación, al director se le resfrió el gato o se le estresó el ficus. Cualquier excusa con tal de tener misa.

Diana tiene la teoría de que se está refugiando en las misas para no tener que hablar con su secretaria, la señorita Donovan. Tiene la ligera sospecha de que la señorita Donovan le está tirando los galgos al director Mebel, y que este se siente ultrajado de alguna manera y busca excusas para no ir a su oficina.

Ojala que no sea eso, sino un arrebato de nuestro director por querer rezar; aposté veinte billetes a Diana a que eso no era lo que estaba pasando y tengo la sensación de que estoy equivocada.

Suspiré otra vez mientras volvía la mirada a mi libro de física. Estos últimos días en los que tenía que estudiar algo tan interesante como física (nótese el sarcasmo), descubrí que mi mente llegaba a divagar demasiado, cosa que no sería buena para mis notas si no conseguía estudiar al menos dos líneas seguidas.

Me rasqué la cabeza poniendo una mueca y tomé mi libro otra vez. No me iba a dejar vencer por un estúpido libro de texto, iba a estudiar e iba a sacar un diez. Naturalmente.

Mientras leía como Coulomb había creado una fórmula para calcular fuerzas de atracción y repulsión entre cargas, y sobre como un tipo llamado Escribonio usaba anguilas eléctricas para curar dolor, bostecé largamente. Debería haberme dado cuenta de que aquello sería mala señal, pero bueno, aparentemente mi cerebro se negaba a estudiar física. Luego de bostezar unas tres o cuatro veces más y de comenzar a sentir durante un buen rato que mis parpados eran realmente pesados, pasó lo inevitable: me dormí.

El chico de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora