Por las calles de esta ciudad

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No recuerdo como llegue a este callejón junto con mis hermanos y mi madre, ni desde cuando algo de comida entró por mi boca, sólo maúllo de vez en cuando pensando que la comida aparecerá por arte de magia.

Pero no todo está mal, aunque sea mi nueva cama es cómoda, una bolsa negra y acolchada, con un olor nauseabundo, pero siempre mejor que el frío piso. Un poste alumbra el callejón, por tal manera permanecemos escondidos, así nadie podrá vernos.

Observo ciertas personas que entran a un lugar, alguien uniformado toma una tarjeta, los revisa y los deja entrar. Cada vez que se abre la puerta mi pelo se eriza, es inevitable asustarme, la música me ensordece, no sé cómo pueden estar en un lugar donde no pueden pronunciar palabra alguna sin tener que repetirla miles de veces hasta que esa persona lea tus labios y entienda finalmente que quieres decir.

Uno de mis hermanos se ha aburrido del lugar de siempre y parece querer explorar, mi madre se ha quedado dormida, yo siento mucha pereza así que me limito a observarlo con mis enormes ojos.

Allí va, meneando la cola y buscando algo que llame su atención, su caminar es moderado, no se da la vuelta para mirarnos, siempre ha sido rebelde de modo que no me sorprende.

De repente, escuché unas pisadas molestas, giré la cabeza y me encontré con una dama, esbelta, sus zapatos se sostenían con un delgado tacón que podría quebrarse en cualquier momento. Caminaba como un pato, de vez en cuando se tambaleaba y las piernas le temblaban. No podía distinguirla bien, pero parecía una mujer hermosa, lucía un vestido ajustado, algo parecía brillar en el, posiblemente lentejuelas.

Justo cuando iba a dar otra pisada, el enorme tacón se incrustó en la pata de mi hermanito, la mujer asustada perdió el equilibrio, su delicado cuerpo se preparaba para caer en el piso pero el fortachón que tenía al lado la sujetó con sus enormes brazos. Era una escena divertida, parecían estar bailando tango. Aunque el humor no duró mucho, mi hermano se había delatado con el enorme maullido de dolor que había soltado, el hombre lo observó furioso y zapateó para espantarlo. Mi hermano; que detesta los ruidos fuertes, salió corriendo, dejándome solo con mi mamá que ya había despertado y estaba en posición de ataque.

Mis otros hermanos comenzaron a despertar y los sonidos de sus movimientos en la bolsa captaron la atención de los humanos, la mujer de ojos grandes nos señalo asqueada, como si fuéramos ratas, el hombre que recibía los tickets parecía un poco angustiado, no se imaginaba que una familia de gatos merodeaba por estos alrededores.

El fortachón se acercó a nosotros, con una sonrisa en su rostro, una mano formaba un puño y la otra la mantenía abierta, las juntaba cada 5 segundos.

Comenzó a acercarse, todos mis hermanos salieron corriendo, la mujer comenzó a saltar aterrada, daba pequeños gritos con cada salto. El hombre mostraba los dientes, y gruñía viendo cómo se escapaban. Mi madre giró a verme, su mirada lo decía todo, a pesar de eso no quería dejarla, su compañía era difícil de reemplazar; Pero ella en un intento desesperado se abalanzo contra mí, tratando de arañarme, para que la entendiera de una buena vez. Los hombres miraban perplejos la pelea de gatos.

-¡Huye!-susurro a mi oído-. Nos volveremos a ver pronto, esta es la triste historia de los gatos callejeros-hace una pausa-. ¡Sobrevive!

Para los humanos, era un simple maullido sin sentido, para mi eran las palabras más duras que podría haber escuchado en mi vida.

Corrí todo lo que pude, andar en 4 patas a veces es una ventaja, puedes correr más de lo que un ser humano corriente haría, miraba el callejón, trataba de archivarlo en mi memoria como en una fotografía, quizás al volver, podría encontrar a mi madre y hermanos.

Por las calles de esta ciudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora