«La delincuencia continúa en Heorte. Las zonas del sur y el este no son seguras, y con la llegada del invierno y las lluvias, la vida de la gente de los callejones peligra.
Nuestra reina, Charlene Pridewood, ha prometido tomar medidas drásticas al respecto.»
—The Heorte Chronicles
Apoyó sus labios suavemente en la boquilla y aspiró con lentitud. Al instante, la sensación de relajación se esparció por todo su cuerpo, y un par de segundos después, exhaló pequeños aros de humo que se dispersaron en el ambiente.
Repitió el mismo proceso una vez más, hasta olvidar poco a poco el dolor de los golpes que se había ganado por parte del último tipo con el que se metió. Incluso la ladrona más astuta de Nueva Britannia tenía días malos, pero al menos, había conseguido su cartera y tenía lo suficiente para compensar las molestias causadas.
Aspiró una tercera vez, perdiendo el conocimiento a tal prisa, que tosió un poco al atragantarse con el humo, y antes de caer, alcanzó a notar que todo a su alrededor era consumido por sombras y cenizas.
La tierra se veía árida, y sobre ella, se encontraban desperdigadas varias plumas negras. El cielo tenía un aspecto entre rojizo y oscuro, como la lava.
«Se está quemando», pensó Audrey.
No estaba sola. Varios cuervos llegaban, solo para ver a la visita, pero Audrey no estaba segura de que realmente la miraban a ella. Sus miradas eran tan vacías, que no creía que pudiesen ver algo en absoluto.
No obstante, ellos sabían muchas cosas. Sabían quién era ella, y cuál su conexión con aquel lugar, y por eso todos se acercaban a la vez, lanzando ensordecedores graznidos que parecían juzgarla y condenarla. Algunos se preguntaban entre ellos cuál tomaría sus azules ojos.
Y uno que otro graznaba también, pero pidiéndole ayuda. Llamándola como una salvadora.
Audrey los ignoró a todos, y agitando la falta de su vestido, los obligó a volar más lejos. Sus ojos jamás le pertenecerían a ellos, ni su corazón a quien los comandaba en realidad.
Siguió caminando sin tener un rumbo en mente, hasta sentir un pequeño temblor. Era continuo, pero leve, como si la tierra estuviese palpitando.
Sorprendida, corrió hasta donde sentía mayor la intensidad del temblor, deteniéndose solo cuando logró visualizar a un chico bastante joven, con algo escondido entre un pañuelo.
A la distancia, la muchacha reconoció en sus ojos un destello de esperanza, y tal vez inocencia. Él le hablaba a la nada, moviendo los brazos con euforia, señalando su descubrimiento, que a pesar del pañuelo, ella podía verlo resplandecer, y sabía bien lo que era.
Sus ojos brillaron al sentir la esperanza también.
—Ha sido encontrado... —musitó, en tanto las lágrimas rodaban de su mejilla, y sonreía como no lo había hecho desde hace mucho tiempo.
Las sombras volvieron, y junto con ellas, los cuervos, impidiendo que ella siguiera viendo, envolviéndola.
Pero no hizo nada al respecto. Sus ojos se mantenían fijos en el chico y su descubrimiento, hasta que un enorme cuervo la embistió, y abrió los ojos abruptamente, encontrándose cara a cara con un hombre moreno, de extraño bigote.
—¡La policía está por llegar, tiene que irse! —Lo escuchó decir, aunque ella seguía algo aturdida—. ¡Levántese ahora mismo! ¿Sabe usted que este no es un lugar para damas?
—¿Le parezco una dama? —inquirió Audrey con sarcasmo, haciendo alusión a su aspecto desaliñado y demacrado por el hambre y los golpes.
—¡Eso no me importa!, solo lárguese de aquí.
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Asterya: la leyenda de las estrellas fugaces
FantasiaUna astuta ladrona deberá contar con la ayuda de un encantador mago para encontrar un tesoro que la salvará antes de que se acabe su tiempo. *** Una leyenda se ha vuelto realidad. El corazón de Asterya, un tesoro invaluable capaz de conceder cualqui...