«La tierra se muere.
Numerosos cultivos de toda Nueva Britannia han comenzado a secarse. Su Majestad, Charlene Pridewood está al tanto, pero hasta ahora, no se ha encontrado una solución, o tan siquiera, el origen de este suceso.»
—The Heorte Chronicles.
Audrey no recordó haberse levantado, pero estaba de pie en una casa que sabía que no era la de Evan. Por instinto, observó el suelo, hallando varias plumas de cuervo en él.
Levantó la mirada hacia la sala, en la que encontró un hombre de espaldas. Parecía que delante de él había algo más.
De él se desprendieron dos enormes alas negras, que soltaron varias plumas también.
Audrey dio un paso atrás, esperando a que no hubiese advertido en su presencia para escapar, pero ya era tarde.
Él se volteó, y la joven notó en sus ojos solo furia y fuego.
Detrás de él, en una silla, parecía haber un hombre, pero no podía estar tan segura. Se veía totalmente carbonizado. Ella tragó saliva, y volvió a mirar al oscuro ángel. Temía como nunca en su vida lo había hecho.
Excepto, claro, esa ocasión...
Él dio un paso adelante, a la vez que la ladrona retrocedió los suyos, hasta tropezar con una pared. Sus labios temblaban. Toda ella temblaba. Sus ojos también la traicionaron, provocando que le saltasen pequeñas lágrimas de angustia. Él extendió su brazo, que a partir de su antebrazo, solo era negro, como el carbón, y sus venas avanzaban hasta sus codos, transformándose en chispas. La tomó del cuello con ira, y Audrey sintió cómo su garganta se quemaba, a la vez que perdía todo su oxígeno.
Intentó pedirle que la soltara, pero de sus labios no salía ningún sonido, y pensó que lo último que vería serían sus rojizos ojos, y al hombre calcinado.
—Que te quede esto de lección, querida Audrey: no hay forma de que escapes de mí. —Escuchó gruñir al ángel, antes de que la tirase al suelo de un solo golpe—. Tu tiempo se acaba...
Luego, sintió que era sacudida con brusquedad, pero su mente se negaba a devolverla al mundo real.
—¡Audrey! —Evan exclamó, intentando despertarla.
Había escuchado en su habitación gritos y llantos. Parecía que la ladrona solo estaba siendo víctima de una pesadilla.
Audrey abrió los ojos, sintiendo su corazón acelerado, y con ganas de romper a llorar.
Su tiempo se acababa.
—¡Evan! —exclamó ahogadamente, como si aún se sintiese estrangulada. Se llevó la mano a su cuello que aún ardía.
—¿Estás bien? —preguntó el chico, muy preocupado. Audrey solo pudo asentir—. Bien, tenemos mucho que hacer hoy...
—Claro...
—¡Oh! —Evan detuvo Audrey antes de que se levantara—, aquí tienes algo de ropa. Perteneció a mi madre, y tiene aún algo de polvo, pero estoy seguro...
—Gracias —sonrió la chica. Fue una sonrisa tan cálida, que el mago no evitó ruborizarse.
—Te dejo para que te vistas.
Él se fue, cerrando la puerta, y Audrey contempló el vestido violeta, algo pasado de moda, pero sin duda, precioso. A su lado, tenía un ridículo que le combinaba a la perfección.
Unos minutos después, se reunió con el mago en el comedor, donde Sebastian había servido unos sándwiches y té con leche.
—Entonces —dijo Audrey luego de terminar su sándwich y probar su té—, ¿cómo funciona esa brújula?
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Asterya: la leyenda de las estrellas fugaces
FantasyUna astuta ladrona deberá contar con la ayuda de un encantador mago para encontrar un tesoro que la salvará antes de que se acabe su tiempo. *** Una leyenda se ha vuelto realidad. El corazón de Asterya, un tesoro invaluable capaz de conceder cualqui...