Parecía una persona, aunque una careta de jockey impedía que viéramos su rostro. Sostenía una enorme motosierra que hacía un ruido ensordecedor. Me recordó a Jason, de "Viernes 13", y me preguntaba cómo podía estar pensando en eso cuando tenía a un asesino frente a mí. Oí el grito de Andrea cuando el individuo comenzó a quitarse la máscara. Arrancó las gomas de un tirón y dejó su faz al descubierto. Nadie dijo nada, todos estábamos paralizados por la confusión.
Era Carolina quien sostenía esa ruidosa motosierra, y reía malévolamente mirándonos uno a uno. Por el rabillo del ojo pude ver a María aguantando la risa mientras grababa toda la escena.
- ¿Qué...? -pude decir, antes de caer en la cuenta de que era una broma.
Una broma de muy mal gusto. Podía oír la risa de todos los que habían estado atentos a lo que ocurría. Enfadado, me fui de allí seguido por mis amigos, dirigiéndome hacia donde había dejado mi saco de dormir.
Cuando se nos pasó el enfado era ya la hora de dormir. Dormiríamos en el polideportivo. Coloqué mi esterilla y mi saco a la izquierda de Miguel y la derecha de Mario. Ya me había acomodado en mi saco cuando nos llamaron para dar las buenas noches todos juntos. Miguel y Mario se adelantaron mientras yo me incorporaba perezosamente para salir del saco. Cuando quise ir tras ellos, ya les había perdido de vista. Fui al gimnasio -al lado de los vestuarios- donde todos los años se daban las buenas noches, pero estaba vacío. Pensé que sería otra broma, así que me di lavuelta para ver si estaban en el comedor. Atravesé una vez más la puerta, el pasillo, la siguiente puerta de cristal... Nadie. Agucé el oído, pero lo único que se oía era...
Un ruido. El mismo ruido que habíamos oído todos durante la historia de Manu, el mismo ruido que había escuchado en la planta de arriba hacía sólo un par de horas. No pensaba volver a perderlo, así que caminé más rápido. Llegué hasta el aula de psicomotricidad y cada vez lo oía más cerca. Abrí la puerta esperando encontrar allí a todos, aguardando para darme un susto. En lugar de eso, sólo vi una pequeña niña frente al gran gran espejo que ocupaba la pared la pared por completo, vestida con un camisón blanco cubierto de sangre seca. Me acerqué sigilosamente y miré el espejo. Conteniendo un grito de horror, retrocedí hasta dar contra la pared. Sólo yo estaba reflejado en el espejo. Noté un sabor amargo en la boca "el sabor del miedo" -pensé horrorizado-. Intenté deslizarme hacia la puerta, sin despegar la espalda de la pared. Justo cuando tenía el picaporte a sólo unos centímetros de mi mano, la niña se dio la vuelta y me miró fijamente a los ojos.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, paralizándome por completo. Podía ver los restos de la cara carbonizada de la niña. La luz de la luna que entraba por la pequeña ventanita le daba un aspecto fantasmal. Tenía los dientes afilados como cuchillas y unas uñas largas y retorcidas. El pelo le tapaba parte de la cara, dejando ver sólo las graves quemaduras de su piel. Comenzó a andar hacia mí, sonriendo y mostrando todos los dientes. Alzó los brazos, rodeando mi cuello con las manos. No podía respirar, estaba a punto de desmayarme...
- ¡Dani! ¡Dani, despierta! -susurraba Mario.
- Te has perdido las buenas noches, vago -se burlaba Miguel.
- Una niña -dije, notando el sudor frío por todo el cuerpo-. Una niña cubierta de sangre.
- ¡Muy buena imitación! -ironizó Celia- ¡Vamos todos a burlarnos de Celia!
- Celia, te creo -corté-. Yo también la he visto.
Le expliqué lo que había soñado, viendo cómo su cara cambiaba de expresión con cada palabra. Al final de la explicación, estaba pálida y unas gotas de sudor le recorrían las mejillas.
- ¿Cómo?¿Has soñado con la niña que yo vi? -preguntó Celia, asustada.
- ¡Todos a dormir! -ordenó Maite.
Con una mirada cómplice le di las buenas noches a Celia.
- Olvídalo, sólo fue una pesadilla -dije, intentando tranquilizarla. Aunque ni yo mismo me lo creía.
Hablé de mi pesadilla con Mario y Miguel, intentando no alzar la voz. Como todos los años, los profesores se quedaron despiertos haciendo turnos para recorrer el polideportivo, vigilando que no habláramos. Y, como todos los años, esperamos a que el profesor pasase de largo para seguir hablando. A las 3:00 ya habíamos caído rendidos y dormíamos profundamente.