Capítulo 2: El pirata, la bruja y el pentáculo

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Bastian no sabía qué estaba haciendo y resultaba preocupante que la única respuesta que tenía fuera que estaba desesperado. Tanto, que estaba dispuesto a aceptar la ayuda de una mujer que le había pedido firmar un estúpido papel en el que vendía su alma. Si sus superiores se enteraban, supondría una vergüenza, una mancha en su expediente. Por no añadir que sería el hazmerreír de la comisaría.

Inquieto, esperó la llegada de Genevieve intentando, por enésima vez, dar con las respuestas que llevaban tanto tiempo eludiéndolo. Sin embargo, no logró llegar a ninguna conclusión antes de que ella tocara el timbre.

Le abrió la puerta y ella entró dejando un aroma almizclado y sugerente a su paso.

No perdió el tiempo, caminó hasta su escritorio y extendió el contrato: un simple papel impreso que Crawford, impaciente por ponerse en marcha, no estaba dispuesto a leer hasta que ella lo detuvo cuando se disponía a firmar:

—No, no. Debes leerlo antes —dijo con una sonrisa.

Bastian reprimió un resoplido antes de tomar asiento y leer el condenado contrato o lo que fuera.

Punto por punto, el documento cubría con seriedad lo que ocurriría y cuál sería el destino de su alma. Decía que una vez cumplida su parte del trato y el caso se resolviera, su alma le pertenecería a Genevieve Foster para toda la eternidad. Bastian resopló: aquello era absurdo.

Se limitó a comprobar que no hubiera nada legal que lo atara a Genevieve y se apresuró a dejar su firma en el papel.

—Ahí lo tienes —susurró apartándose de la mesa—. ¿Nos ponemos en marcha?

Genevieve sonrió mientras doblaba el documento varias veces y se lo guardaba en el escote.

—¿Tienes una fotografía del pentáculo?

—Por supuesto —contestó rebuscando entre la pila de papeles.

—Bien, tráela, quiero que Marilou la vea.

Bastian la siguió fuera del apartamento con una carpeta completa del caso.

—¿Y quién es esa amiga tuya? —preguntó mientras recorrían las calles del Barrio Francés.

—Nunca dije que fuera mi amiga. Marilou es una bruja.

El inspector se detuvo y enarcó una ceja.

—¿Como tú?

—Más o menos —contestó Genevieve con un encogimiento de hombros—. Pero, lo que de verdad importa, es que ella será capaz de descifrar el pentáculo —dijo con seguridad.

Salieron a Bourbon Street desde donde Genevieve lo condujo hasta una estrecha calle que serpenteaba hasta terminar en una pequeña plaza. Finalmente, se detuvieron frente a una casa pintada de rojo. La mujer retiró una tela de estampados étnicos y lo invitó a seguirla.

Bastian se encontró al inicio de un pasillo estrecho y en penumbra, cuya única luz provenía de una ventana de cristales polvorientos.

Una mujer, que cubría su cabeza con un pañuelo, los esperaba al final del pasillo. Cuando vio a Genevieve, abrió una puerta morada junto a ella.

Al otro lado, olía a incienso y el aire era pesado, como si estuvieran bajo el agua. En el centro de la sala había una mesa circular cubierta de encajes y, a la luz de las velas, podía verse a una mujer sentada frente a ella.

—¿Estáis preparados para sumergiros en las profundidades del más allá? —preguntó con voz profunda, acorde con su corpulenta figura.

—Déjalo, Marilou, soy yo.

La puerta roja ✔️ [Almas encadenadas: relato]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora