Capítulo 1: Espasmo cadavérico

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En un rincón de Pirate Alley, al lado de la Catedral de San Luis de Nueva Orleans, algo aterrador y monstruoso había ocurrido.

Lo primero que llamaba la atención eran los ojos que, ciegos y muertos, parecían de cristal. Luego, el rostro lívido y rígido atrapado en una expresión agónica.

El inspector Crawford alargó los dedos hasta el suelo y tomó unos granos blancos que se llevó a la boca confirmando sus sospechas: era sal. Un círculo de sal rodeaba el cuerpo cuyas extremidades y cabeza formaban una estrella de cinco puntas, un pentáculo. En cada vértice, el asesino había dibujado un símbolo lo que apuntaba a que seguía un ritual en cada uno de sus asesinatos. El inspector no tenía duda de que lidiaban con un psicópata.

—¡Crawford! —lo llamó uno de los forenses al verlo inclinado sobre el cuerpo—. ¿Cuántas veces te habré dicho que no toques mis cadáveres?

—¿Tus cadáveres? —preguntó él enarcando una ceja.

—Tienes la manía de tocar lo que no te concierne —le espetó arrastrándolo a un lado—. La próxima vez que me encuentre una de tus huellas dactilares en la víctima te resultará mucho más difícil librarte.

—Tranquilo, Charlie —contestó malhumorado—. No he tocado tu preciado cadáver. Solo quería confirmar si el asesino había vuelto a usar sal para trazar el círculo.

—Ya, pues prefiero que mantengas las distancias —continuó el forense, aunque más tranquilo—. Tu trabajo es atrapar al asesino, el mío es obtener toda la información posible del cadáver. Yo no toco tu pistola así que no toques lo que es mío.

—Vale, vale —cedió de mala gana.

Unos gritos provenientes del cordón policial llamaron su atención. Los agentes habían decidido cortar el paso a la prensa que no era capaz de sacar ni una sola fotografía debido a la distancia y a los coches patrulla que les impedían ver. Un asesinato como aquel ya tenía bastante morbo como para añadir fotografías antes de tiempo.

Y es que, con semejante escenario, el caso se estaba convirtiendo en uno de los más seguidos por la prensa. Nueva Orleans ya tenía su propio repertorio de historias sobre brujos, fantasmas y vudú, y Crawford no dudaba que esta historia no tardaría en convertirse en un nuevo atractivo turístico. Pero antes, debían atrapar al enfermo que había hecho algo tan horrible. Porque, el muy desgraciado, no se había limitado a imbuir de brujería sus asesinatos sino que los había convertido en los más sangrientos que Crawford hubiera visto nunca.

Afortunadamente, la prensa solo había sido capaz de publicar fotografías del pentáculo y los regueros de sangre que quedaban una vez los agentes retiraban el cadáver. Pero, si hubieran visto la naturaleza de los asesinatos, el pánico ya se habría extendido por toda la ciudad y no solo el Barrio Francés tendría toque de queda, sino toda Nueva Orleans.

En esta ocasión, la víctima era un hombre de unos treinta años cuyas extremidades habían sido incrustadas en el suelo con gruesos clavos y su vientre, abierto en canal.

—Pobre tío —comentó Charlie lanzando un suspiro antes de tomar unas notas en su libreta. Unos metros más allá, un agente trataba de contener las náuseas—. Estaba vivo mientras ese psicópata lo clavaba al suelo y lo abría como si fuera un cerdo en el matadero. No me extraña que su rostro haya sufrido un espasmo cadavérico, con una muerte tan violenta...

—¿Falta alguna víscera? —inquirió Crawford poco interesado en compadecerse de alguien que ya estaba muerto. A esas alturas, su compasión solo iba destinada a la siguiente víctima que esperaba poder salvar.

—Aún no hemos tenido tiempo de retirar la sangre para comprobarlo. Pero apuesto a qué sí. Teniendo en cuenta lo que se llevó de las tres víctimas anteriores...

La puerta roja ✔️ [Almas encadenadas: relato]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora