Capítulo 4: Artimaña

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Las paredes eran lisas y grises. La celda estaba amueblada con un simple camastro y un pequeño lavabo agrietado.

Era entrada la madrugada, pero eso el asesino no lo sabía ya que no había ni una sola ventana.

Se había encogido en un rincón del colchón y, como una rata enloquecida, se tiraba de los pelos y se arañaba la piel.

Los dos guardias que lo vigilaban luchaban por mantenerse despiertos y, al mismo tiempo, ignorar los gritos y lamentos de aquel penoso individuo que parecía haber perdido la cabeza mientras susurraba disculpas al aire y llamaba a Lucifer.

Sin embargo, no eran capaces de ver lo que realmente estaba sucediendo.

Si se retiraban las capas y capas de realidad, podía llegar a verse que el asesino no estaba solo en aquella fría celda: Genevieve estaba junto a él.

Se había deslizado como el humo entre los policías; había serpenteado por debajo las puertas y atravesado pasillos hasta colarse entre los barrotes.

—Lo lamento tanto, mi señora —gimoteaba el asesino desquiciado—. Os he fallado, no he podido completar el sacrificio. No he sido capaz de abrir la puerta al Infierno en Nueva Orleans.

—Sí, es cierto que me has fallado —dijo ella con hastío. Aquel idiota no habría sido capaz ni de abrir la puerta de su casa, mucho menos la del Infierno. Genevieve nunca lo quiso para eso, solo lo utilizó para obtener lo que realmente deseaba—. Pero, gracias a ti, he conseguido un alma de lo más apetitosa —murmuró desdoblando el contrato que Bastian había firmado y lo acarició—. Lucifer estará satisfecho con tus servicios además de las víctimas que le has proporcionado.

—¡Oh! Gracias mi señora —murmuró el asesino llorando de felicidad al tiempo que se arrodillaba a sus pies ante la atónita mirada de los dos policías.

—Ahora descansa. Lo has hecho bien.

Y, harta de escuchar los chillidos de aquel ser lamentable, Genevieve se convirtió de nuevo en humo. Un humo rojo como las llamas del Infierno.

Las ciudades como Nueva Orleans se tomaban poco a poco y su deber como demonio era hacer caer los pilares que las sostenían. Pilares como Bastian Crawford, un remarcable inspector de homicidios que había resuelto todos los crímenes que se le habían puesto delante.

Nueva Orleans lo echaría de menos.

La puerta roja ✔️ [Almas encadenadas: relato]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora