Capitulo 4

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todavía temblaba cuando entre en la amplia avenida de entrada de la casa de mi padre. Las sombras de la tarde invadían la majestuosa mansión virginiana, derramándose sobre la casa y el arbolado patio circundante. El trayecto desde Nueva York no había sido duro, pero mi estado de nervios me habían dejado exhausta. Definitivamente no estaba preparada para enfrentarse a Michael.

mi rostro se encendió ante el pensamiento. Intente no pensar en la llamada de esa mañana o en el núcleo de calor que había dejado palpitando en mi interior.

Casi había sido suficiente para hacerme dar la vuelta varias veces y regresar a la cómoda y segura vida en la casa de mi madre. Lo habría hecho, hasta que pense en mi madre quien temía demasiado el mundo como para sacar la cabeza de sus libros y ver las cosas que se perdía. Había perdido a mi padre años antes de su divorcio por su aversión a las demandas sexuales de él haci me había contado a menudo mi madre lo asqueroso y vergonzoso que consideraba el sexo.

Yo no quería envejecer sabiendo que había dejado pasar las cosas emocionantes de la vida. No quería pasar toda mi vida suspirando por lo que más había necesitado y que había dejado escapar. Pero tampoco deseaba que me rompiesen el corazón. Y tenía la sensación de que Michael podría rompérmelo.

Lo deseaba tanto. me había dado cuenta de eso durante los pasados meses. Los sueños me estaban volviendo loca. Sueños de Michael atándome a la cama, burlándose de mi, tocándome, con su oscura voz susurrándome promesas sexuales. Cada vez más a menudo me despertaba con el sexo húmedo, la respiración agitada y una súplica en los labios.

supe que él era un mal asunto incluso antes de que mi padre se casase con su hermanastra. Sus ojos eran demasiado pícaros, sus miradas demasiado sensuales. Era malvadamente sexy, pecaminosamente sensual.

Dejando las llaves en el contacto para que el mayordomo lo aparcase, salte del coche. La noche ya se acercaba y maldita fuese si me quedaba sentada en el coche porque estuviera demasiado asustada como para entrar en la casa. Afortunadamente, Michael no estaría allí. No estaba siempre allí.

-Buenas tardes, señorita Denovan -. El mayordomo, un antiguo gorila de discoteca alto y fornido, abrió la puerta cuando me acerque.

Por lo que sabía, Thomas el mayodormo pasaba de los cincuenta pero no tenía aspecto de pasar de los treinta y cinco. Medía arriba de un metro ochenta, estaba abundantemente musculoso y lucía una nariz torcida y varias cicatrices pequeñas en su amplia cara. Era irlandés, según me había dicho, con una mezcla de linaje indio cherokee y alemán. Su espeso cabello castaño estaba casi afeitado y su amplio rostro se abría con una sonrisa.

-Buenas tardes, Thomas. ¿Mi padre está en casa? -Di un paso al interior, más incómoda de lo que pense que estaría.

Este era el hogar en el que me había criado, en el que corría tras el cachorro que una vez le había comprado mi padre pero del que mi madre se había deshecho. El hogar donde mi padre le curaba las rodillas despellejadas y un corazón magullado. El hogar del que mi madre la había sacado cuando mi padre reclamó sus derechos como esposo o un divorcio.

-Su padre y la señora De Denovan han salido esta tarde, señorita -me respondió él. - ¿Se quedará usted un tiempo?

-Sí -inspire hondo. -Mi equipaje está fuera. ¿Mi habitación está todavía disponible?
Senti una punzada de dolor mientras hacía la pregunta. me había enterado de que Helen había dispuesto mi habitación para los invitados, en lugar de conservarla para mis escasas visitas.

-Lo siento, señorita ______[tn] -dijo Thomas con suavidad. -La habitación está siendo redecorada. Pero el cuarto de la torre está disponible. Lo preparé yo mismo esta mañana.

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