CAPITULO III

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Pronto acabará todo, me dije, abriéndome paso entre la hojarasca y las ramas caídas de los pinos, que crujían bajo mis pies. Aunque apenas había unos cientos de metros hasta la puerta principal, tenía la sensación de estar mucho más lejos. La densa niebla conseguía que pareciera como si ya me encontrara en el corazón del bosque. «Mis padres se despertarán y se darán cuenta de que no estoy. Por fin comprenderán que no puedo soportarlo, que no pueden obligarme. Saldrán a buscarme y, vale, se enfadarán mucho por haberlos asustado de este modo, pero lo entenderán. Al final siempre acaban entendiéndolo, ¿no? Y luego nos iremos. Saldremos de la Academia Medianoche y no volveremos nunca más.» Tenía el corazón desbocado. En vez de reconfortarme, cada paso que me alejaba de la Academia Medianoche ponía a prueba mi determinación. Antes, al elaborar el plan, me había parecido buena idea, como si fuera infalible, pero ahora que era real y me encontraba sola en el bosque, adentrándome en la espesura, no estaba tan segura. Tal vez estuviera huyendo para nada. ¿Y si me arrastraban de vuelta de todos modos? Estalló un trueno. Se me aceleró el pulso. Volví la espalda a Medianoche definitivamente y observé la flor que temblaba en su rama. El viento le arrancó un pétalo. Introduje las manos entre las espinas, sentí que me laceraban la piel dolorosamente, pero eso no me detuvo; estaba decidida. Eché a correr hacia el este, intentando poner tierra de por medio entre Medianoche y yo, mientras mi pesadilla se empeñaba en acompañarme. Era ese lugar. Me ponía los pelos de punta, me hacía sentir inquieta y vacía. Si me alejaba de allí, todo saldría bien. Jadeante, volví la vista atrás para comprobar cuánto trecho había recorrido... cuando lo vi. A menos de cien metros de mí, había un hombre envuelto en un abrigo largo y oscuro, entre los árboles, medio oculto por la niebla. En el momento en que nuestras miradas se encontraron, echó a correr en mi dirección. Hasta ese momento no había sabido qué era el miedo. Una sensación fría como el agua helada sacudió todo mi cuerpo y entonces descubrí lo rápido que podía correr. No grité, ¿para qué? Me había adentrado en el bosque para que nadie pudiera encontrarme, lo más estúpido que había hecho nunca en la vida y, por lo que parecía, también lo último que iba a hacer. Además, ¿para qué iba a llevarme el móvil, si no había cobertura? Nadie iba a venir a salvarme. Tenía que correr lo más rápido que pudiera. Oía sus pasos detrás, quebrando ramas y aplastando hojas. Se acercaba. ¡Dios, era muy rápido! ¿Cómo podía alguien correr a esa velocidad? Te han enseñado a defenderte, pensé. ¡Se supone que sabes qué hacer en situaciones como esta! No recordaba nada, no podía pensar en nada. Las ramas desgarraban las mangas de mi chaqueta y se enganchaban en los mechones de cabello que se me habían soltado del moño. Tropecé con una piedra y me mordí la lengua, pero seguí corriendo. El hombre estaba cada vez más cerca, demasiado. Tenía que acelerar, pero no podía.

—¡Ah! —grité medio asfixiada cuando saltó sobre mí y caímos rodando. Me di un costalazo en la espalda y me aplastó contra el suelo con su peso y sus piernas, entrelazadas con las mías. Me tapó la boca con una mano, pero conseguí liberar un brazo. En las clases de autodefensa de mi antiguo colegio, siempre decían que había que ir directo a los ojos, que había que sacárselos sin contemplaciones. Nunca había dudado de poder hacerlo cuando se diera la ocasión, ya fuera para ponerme a salvo o para ayudar a otra persona, pero estaba tan aterrorizada que no sabía si podría soportarlo. Doblé los dedos, intentando armarme de valor.

—¿Has visto quién te seguía? —susurró el tipo en ese momento. Lo miré fijamente unos instantes. El retiró la mano de mi boca para que pudiera responder. Pesaba mucho y todo me daba vueltas.

—¿Te refieres además de ti? —conseguí decir al fin.

—¿De mí? —No tenía ni idea de qué le estaba hablando.

El tipo lanzó una mirada furtiva a su espalda, como si siguiera a la defensiva—. Tú corrías porque te perseguía alguien... ¿no?

—Yo solo corría. El único que me perseguía eras tú.

—Quieres decir que creías que... —El tipo se apartó de mí de inmediato para que pudiera moverme

—. Ah, vaya, lo siento. No era mi intención... Tía, debo de haberte dado un susto de muerte.

—Entonces, ¿tu intención era ayudarme? Tuve que decirlo en voz alta antes de conseguir creérmelo. Él asintió vigorosamente con la cabeza. Tenía la cara muy cerca de la mía, demasiado cerca, lo que me impedía ver nada más. Era como si solo existiéramos nosotros y la niebla que se espesaba a nuestro alrededor.

—Sé que debo de haberte asustado y lo siento muchísimo. Creía que... Sus palabras no estaban sirviéndome de gran ayuda. Estaba cada vez más mareada, no menos. Necesitaba aire y tranquilizarme, algo imposible mientras él estuviera tan cerca de mí. Lo señalé con un dedo y dije algo que no creo haberle dicho a mucha gente, mucho menos a un extraño, y mucho menos aún al extraño que más me había aterrado en mi vida:

—¿Te... quieres... callar? --Se calló. Dejé caer la cabeza contra el suelo, soltando un suspiró. Me llevé las manos a los ojos y los apreté hasta verlo todo rojo. Todavía tenía el sabor de la sangre en la boca y el corazón me latía con tanta fuerza que era como si el pecho se estremeciera. Un poco más y me meo encima, tal vez lo único que hubiera faltado para que aquella situación fuera más humillante de lo que ya era de por sí. Sin embargo, me limité a respirar hondo, poco a poco, hasta que me sentí con fuerzas para incorporarme. El tipo seguía a mi lado.

—¿Por qué me has tirado al suelo? —conseguí preguntarle. —Pensé que teníamos que ponernos a cubierto y escondernos de quien estuviera persiguiéndote, de ese que al final ha resultado ser, esto... nadie. Parecía bastante azorado. Agachó la cabeza y lo miré con tranquilidad por primera vez. La verdad es que no había tenido tiempo de fijarme en nada: cuando lo primero que piensas de alguien es que es un «asesino pirado», no te pones a analizar los detalles.

Me di cuenta de que no se trataba de un hombre adulto, como había creído. Aunque era alto y ancho de espaldas, era joven, tal vez de mi misma edad. La carrera le había alborotado el pelo, liso y de color castaño dorado, que le caía sobre la frente, ocultando unos ojos verdes increíblemente oscuros. Tenía una mandíbula fuerte y angulosa, y un cuerpo musculoso y robusto. Sin embargo, lo más sorprendente de todo era lo que llevaba bajo el abrigo negro: unas botas negras bastante estropeadas, pantalones negros de lana y un jersey rojo oscuro de cuello de pico adornado con un blasón: dos cuervos bordados a cada lado de una espada plateada.

El escudo de Medianoche.

—Eres alumno de la escuela —dije-

—Bueno, voy a serlo —contestó en voz baja, como si temiera volver a asustarme

—. ¿Y tú? Asentí con la cabeza mientras me deshacía el moño para volver a hacérmelo.

—Es mi primer año. Mis padres encontraron trabajo de profesores, así que... me toca pasar por el aro. Pareció sorprenderse porque frunció el ceño. De repente su mirada se volvió más inquieta e insegura, aunque se repuso enseguida y me tendió la mano.

—Kim Taehyung.

MEDIANOCHE |BTS y Tu|Where stories live. Discover now