CAPITULO XIV

306 20 0
                                    


Mis padres me habían dicho que pronto me acostumbraría a la rutina y que, cuando lo hiciera, Medianoche empezaría a gustarme. Bueno, después de la primera semana, comprendí que estaban en lo cierto al cincuenta por ciento.

Las clases estaban bien, al menos la mayoría. A mi madre se le escapó en cierto momento que yo era su hija y enseguida añadió: «Ni Rose ni yo volveremos a mencionar este hecho nunca más. Y vosotros tampoco deberíais hacerlo». Todo el mundo se echó a reír. Los tenía comiendo de la palma de la mano. ¿Cómo lo hacía? Y lo más importante: ¿por qué no me había enseñado a hacerlo a mí también? Me costó acostumbrarme a otros profesores y echaba de menos la informalidad y la cercanía de mi antiguo colegio. Aquí los maestros me intimidaban y era impensable que alguien no pudiera cumplir sus altas expectativas.

Toda una vida pasada en la biblioteca, donde ocultarme del mundo, me había preparado para trabajar duro y además le dediqué más tiempo a mis estudios que nunca antes.

La única clase que me preocupaba era la de Lengua inglesa, porque era la que impartía la señora Bethany. Había algo en ella, en el modo en que se mantenía erguida o en que ladeaba la cabeza antes de que alguien contestara una pregunta en clase que, en fin, que me intimidaba.

Sin embargo, los profesores no serían un problema, estaba segura. En cambio, mi vida social era otra historia. Courtney y otros alumnos de Medianoche habían decidido que yo no merecía su desprecio; mis muy apreciados padres me habían ganado el bendito derecho a ser ignorada, pero a nada más.

Sin embargo, las «nuevas admisiones» me miraban con recelo. Por lo visto, compartir dormitorio con Patrice era razón suficiente para asumir que jamás me pondría en su contra o en contra de sus amigos. Los grupos se habían formado de un día para otro y yo me vi atrapada justo en medio.

La única «marginada» a la que conseguí aproximarme fue a Raquel Vargas, la chica del pelo corto. Nos habíamos pasado una mañana protestando por la cantidad de deberes de trigonometría que teníamos y aquello había sido casi el único contacto social que habíamos tenido. Tenia la impresión de que a Raquel le costaba hacer amigos. Parecía una chica solitaria, recluida en sí misma. En realidad no se diferenciaba mucho de mí, aunque parecía más desamparada.

Y los demás alumnos se aseguraban de que así fuera.

—El mismo jersey negro, los mismos pantalones negros —comentó Courtney con sonsonete un día que pasaba junto a Raquel— y la misma pulsera negra. Me apuesto lo que quieras a que mañana volveremos a verlos.

—No todo el mundo puede permitirse el uniforme en todas sus variantes, ¿sabes? —se defendió Raquel.

—No, eso es evidente —intervino Kai, un chico moreno, de cara afilada y ovalada, que solía seguir a Courtney a todas partes

—. Solo la gente que realmente es de aquí. Courtney y todos sus amigos se echaron a reír. Raquel se puso roja como un tomate, pero se limitó a dar media vuelta y a irse con paso airado, al tiempo que las risas se convertían en carcajadas.

Nuestras miradas se encontraron al pasar por mi lado. Intenté expresarle sin palabras que me sentía mal por ella, pero creo que eso solo hizo que se sintiera peor. Por lo visto, odiaba que la compadecieran. Estaba segura de que si hubiera conocido a Raquel en cualquier otro sitio, habríamos descubierto que teníamos mucho en común. Sin embargo, con lo mal que me sentía por ella, dudaba que fuera a hacerme ningún bien estar con alguien más deprimido que yo.

MEDIANOCHE |BTS y Tu|Where stories live. Discover now