CAPITULO XXII

235 17 0
                                    


Nos quedamos mirándonos fijamente un segundo eterno y tuve la sensación de haber sido yo la pillada in fraganti haciendo algo que no debía en vez de al contrario.

—Eh —balbucí. En vez de intentar justificar su comportamiento, Tae sonrió.

—Eh, ¿por qué no estás comiendo? Su caminar despreocupado al acercarse a mí me dejó claro que Tae pretendía fingir que no había ocurrido nada, que yo no había visto nada fuera de lo normal. ¿O acaso yo le había dado pie a que creyera algo así al saludarlo en vez de preguntarle qué estaba haciendo?

—Creo que no tengo hambre.

—No es propio de ti pasarlo por alto. —¿La comida?

—Hombre, yo me referiría antes a por qué no me has preguntado qué estaba haciendo en la oficina de la señora Bethany. Solté un suspiro de alivio y ambos nos echamos a reír.

—Vale, si estás dispuesto a decírmelo, entonces no puede ser tan malo.

—Mi madre no deja de decir que solo firmará la autorización para que pueda ir a Riverton los sábados si saco un excelente en los exámenes parciales, pero tuve el presentimiento de que ya la había firmado y Química no la llevo muy bien, así que decidí comprobar si la autorización estaba en mi expediente. Como ya te dije: las normas y yo no acabamos de congeniar.

—Ya, claro. —Aunque no estuviera bien lo que había hecho, tampoco era tan terrible, ¿no? Era muy fácil confiar en Tae

—. ¿La has encontrado? —Sí. — Tae exageró su autocomplacencia para hacerme sonreír. Y lo consiguió

—. Soy libre como un pájaro aunque saque un notable.

—¿Por qué son tan importantes los fines de semana libres? En verano estuve en la ciudad antes de que llegarais vosotros y, créeme, no hay mucho que ver. Paseamos entre las sombras y fuimos avanzando con cuidado por uno de los lados hacia Medianoche, hasta que acabamos mezclándonos con los demás estudiantes sin ser observados. A los dos se nos daba bastante bien lo de andar con sigilo.

—Se me ha ocurrido que podría ser un buen lugar donde poder pasar un tiempo juntos. Lejos de Medianoche. ¿Qué te parece? Dada la conversación que habíamos mantenido en el cenador, la sorpresa no debería haberme dejado tan patidifusa, pero lo hizo, y fue una sensación aterradora a la vez que, en cierto modo, maravillosa.

—Sí. Es decir, que me gusta la idea. —A mí también. Después de eso, los dos seguimos callados. Deseaba que me diera la mano, aunque yo todavía no me sintiera lo bastante lanzada para cogerle la suya. Rebusqué febrilmente entre mis recuerdos algo divertido que pudiera hacerse en Riverton, una ciudad más grande que Arrowwood, pero incluso más aburrida.

Al menos había un cine donde a veces proyectaban películas clásicas antes de las sesiones normales.

—¿Te gustan las películas antiguas? —me atreví a preguntarle. A Tae se le iluminó la mirada.

—Me encantan las pelis, las antiguas, las de ahora, todas. Desde John Ford a Quentin Tarantino.

Le sonreí aliviada. Tal vez era cierto que todo iba a salir bien.

Esa misma semana, la estación cambió de la noche a la mañana. El frío fue el primero en despertarme con las primeras luces y lo noté en los huesos. Me arrebujé entre las mantas, pero no sirvió de nada. El otoño ya había adornado los cristales con escarcha. No tendría más remedio que bajar el pesado edredón del estante superior de mi armario más tarde. A partir de ese momento, iba a ser más complicado no morirme de frío.

La luz seguía siendo tenue y alborada y supe que hacía un rato que había amanecido. Refunfuñando, me enderecé y me resigné a estar despierta. Podría haber sacado el edredón y haber intentado arañar unas cuantas horas de sueño, pero tenía que terminar de darle un último repaso al trabajo sobre Drácula o enfrentarme una vez más a la ira de la señora Bethany.

Así que me puse la bata y pasé de puntillas junto a Patrice, que dormía profundamente, como si el frío no pudiera penetrar la fina sábana que la cubría. Los baños de Medianoche habían sido construidos en otra época, en un tiempo en que los alumnos probablemente daban gracias por no tener que salir fuera para utilizar el lavabo como para ponerse tiquismiquis con cosas como las instalaciones: insuficientes cubículos, sin comodidades tipo vaciado eléctrico de las cisternas o espejos, y grifos distintos para el agua fría y caliente en los lavamanos diminutos... Les había cogido manía desde el primer día. Al menos ya había aprendido a acumular un poco de agua helada en la palma de la mano antes de abrir el grifo del agua caliente, que salía ardiendo. De ese modo podía lavarme la cara sin escaldarme los dedos.

Noté el suelo tan frío bajo los pies descalzos, que me obligué a recordar ponerme calcetines cuando me fuera a la cama, como mínimo hasta la primavera. En cuanto cerré los grifos, oí algo, un débil sollozo. Me sequé la cara con mi toalla y me acerqué al lugar del que procedía el gemido.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Los lamentos cesaron. Estaba empezando a pensar que me había metido donde no me llamaban cuando la cara de Raquel asomó por uno de los cubículos. Llevaba puesto el pijama y la pulsera de cuero entretejido de la que estaba visto que no se separaba nunca. Tenía los ojos enrojecidos.

—¿Rose? —susurró.

—Sí. ¿Estás bien? Raquel negó con la cabeza y se secó las mejillas. —Estoy atacada, no puedo dormir.

—Ha empezado a hacer frío de golpe, ¿verdad? No pude sentirme más idiota al decir aquello. Sabía tan bien como Raquel que no estaba llorando en el baño de madrugada porque hubieran bajado las temperaturas.

—Tengo que decirte algo. —La mano de Raquel se cerró sobre mi muñeca y la apretó con una fuerza que nunca le hubiera imaginado. Estaba muy pálida y tenía la nariz enrojecida de tanto llorar

—. Necesito que me digas si crees que estoy volviéndome loca. Una petición bastante rara indistintamente de quién la hiciera, cuándo, dónde o cómo.

—¿Crees que estas volviéndote loca? —le pregunté, con cautela.

—¿Quizá? A Raquel se le escapó una risita entrecortada y eso me dio confianza: si era capaz de verle un lado divertido, entonces era probable que no le pasara nada grave. Eché una mirada a mi alrededor, pero el baño estaba vacío. A esas horas, podíamos estar seguras de que tendríamos los lavabos para nosotras solas durante un buen rato.

—¿Tienes pesadillas o algo así?

—Vampiros, capas negras, colmillos y toda la pesca. —Fingió que se reía

—. Nadie diría que a alguien que ya no va a parvulario pudieran seguir dándole miedo los vampiros, pero en mis sueños...Rose, son horribles.

—La noche anterior a que empezaran las clases tuve una pesadilla sobre una flor marchita —dije.

Quería distraerla para que dejara de pensar en sus pesadillas y creí que tal vez ayudaría en algo compartir las mías, aunque me sintiera un poco tonta comentándola en voz alta

—. Era una orquídea, o un lirio o algo así que se marchitaba en medio de una tormenta. Me dio tanto repelús, que no pude sacármela de la cabeza en todo el día.


—Yo tampoco puedo quitármelos de la cabeza. Esas manos muertas, apresándome...

—Solo piensas en esas cosas por el trabajo de Drácula —dije—. La semana que viene ya habremos acabado con Bram Stoker, ya lo verás.

—Ya lo sé, no soy tonta, pero tendré pesadillas con otras cosas. Nunca me siento segura. Es como si siempre hubiera una persona, una presencia, alguien, algo que se cierne sobre mí. Algo espantoso. —Raquel se inclinó hacia mí y me susurró—:

¿Nunca has tenido la sensación de que en esta escuela hay algo... malo? —Courtney, a veces —contesté, intentando bromear.

—No me refiero a ese tipo de maldad, sino a la de verdad —le temblaba la voz

—. ¿Crees en el Mal? Nadie me había hecho jamás esa pregunta, pero sabía la respuesta.

MEDIANOCHE |BTS y Tu|Where stories live. Discover now