Corro tan rápido como puedo. Incluso muevo mis brazos para incorporar velocidad a mis movimientos. Siento que me pisa los talones. Oh no, no, no, ¡NO! ¿Dónde está? Podría estar en cualquier parte, pero no quiero encontrarlo. No me atrevo a abrir los ojos. No quiero verlo. No quiero sentirlo. Pero a cada paso que doy lo siento más cerca. No puedo escapar, es inútil. Dejo de correr y cubriendo mis ojos espero a que venga por mí. Siento su respiración en mi cuello. Sus labios se posan en mi hombro, quemándome. Emito un gemido. Su mano se posa en la parte media de mi espalda, está frío. Demasiado frío. La punta de su uña acaricia la línea que baja por mi espalda y entonces, siento como atraviesa mi piel. Grito, él ríe. Aruña mi espalda, mi cuello, mis piernas. El dolor es insoportable. Abro los ojos, y de nuevo, sus ojos amarillos se clavan en mí, mientras sonríe un calor inunda mi cuerpo. No puedo más.
Despierto y de un salto quedo sentada en el borde de la cama. Fue una pesadilla. Suspiro aliviada y con mis ojos recorro la habitación. Han quitado los barrotes de la ventana, tengo sábanas nuevas que por supuesto, he arruinado con mi sudor. Había comida en la puerta, ¡Sandwich de mantequilla de maní y jalea! Me abalanzo sobre la bandeja y quito el plástico que cubre el sándwich, doy un mordisco y un escalofrío recorre mi cuerpo. Delicioso. Continúo comiendo, y arranco un pedazo para Charles, lo lanzo hacia la cama y él, con su pata se lo lleva. Seguro también estaba muerto de hambre.
Con comida en mi cuerpo es más fácil pensar. Golpeé la puerta tres veces y enseguida entró un enfermero. ¿Un enfermero? ¿Y Clarence? Subo la mirada y lo reconozco. ¡El chico del camión de basura! ¿Es mi enfermero? Vaya. Él entra a la habitación y cierra la puerta. Se sienta en la cama y me mira fijo. Charles observa el movimiento de sus pies desde la oscuridad.
- Buen día. –me dice. – Te debes estar preguntado, "¿qué hace este idiota aquí?" Bueno, eso mismo me preguntaba yo anoche cuando me escabullí y robe un uniforme de enfermero.
- ¿Qué? – digo atónita.
- Exactamente. Hace dos días te envié un chocolate, vine a verte y no has aparecido por la ventana desde entonces. Me he preocupado. – dice, encogiéndose de hombros.
- ¿Dos días? – paso mi mano por mi cabello - ¡¿He dormido dos días?!
- La verdad, yo no utilizaría el término "dormir" puesto que cuando estaba conversando contigo, te sedaron. – aprieta sus labios y juega con sus manos. – Luego de eso he decidido ayudarte.
- Oh, es cierto. – niego con la cabeza, lo miro y pongo mis manos en sus rodillas. - ¿me sacarás de aquí?
- Eso haré. – una sonrisa se le escapó.
Ya tengo mi boleto de salida de este infierno. El chico de la basura. ¡Maravilloso! Mordí mi labio emocionada, y luego me di cuenta que solo se que es el chico que se lleva la basura cada mañana, pero, ¿y su nombre?
- ¿Cómo te llamas?
- Miguel. – contestó.
Miguel, alias "boleto de escape".
El sol comenzó a ocultarse, y el cielo se tornó color naranja. De seguro está por llegar, me dijo que vendría cuando el sol se hubiera ocultado. Me siento en la cama y miro fijo la puerta. No se abre. ¡¿Por qué no se abre?! ¡El sol se oculto! Oh no. ¿Me habrá mentido? Joder. ¿Y ahora qué? De seguro fue a contarle todo a la enfermera jefe, estoy jodida... La puerta se abre de golpe, doy un saltito y mi corazón se acelera. Es él. Niego con la cabeza borrando todas mis acusaciones anteriores. Cierra la puerta suavemente y se acerca a mí. Trae algo en la mano.
- Hola. – pone lo que sea que carga sobre la cama. – Traigo comida.
- ¿Comida? – lo miro sorprendida. – Pero ya comí en la mañana.
- Debes comer al menos 5 veces al día. – dice mientras me entrega una cosa redonda verde y un poco pesada. – Así tendrás suficiente energía.
- ¿5 veces? – me echo a reír. – Llevo mi vida entera comiendo una sola vez, ¿desde cuándo se comen 5?
- Desde siempre. – pone los ojos en blanco y me da una cajita azul. – Come la manzana, y bebe la leche de soya. No es mucho pero es lo que pude conseguir.
- Bueno... - miro la cosa verde y la muerdo. Es agria y dura. Es deliciosa. - ¿Qué es esto? – sigo con la boca llena.
- Manzana. ¿Nunca has comido una? – abrió los ojos como dos platos y yo negué con la cabeza. – Vaya, que tragedia.
- Me encanta. Gracias. – sonrío y termino la manzana, bebo la leche y derramo un poco en el suelo.
- ¡¿Qué haces?! – exclama echándose para atrás.
- Ya verás. – susurré, y Charles salió de debajo de la cama y con su delicada lengua bebió la leche. – Es mi gato, Charles.
- Oh... - susurró y trago saliva. Aún parecía sorprendido, incluso aterrado.
Charles levantó la mirada y Miguel lo miró a los ojos. Duraron así varios segundos. Charles no maulló, y Miguel no dijo ni una palabra. Me parece que no se agradan. Me arrodille entre ellos para interrumpir su guerra de miradas, pero no lo logré. Puse los ojos en blanco y fui a la ventana.
- ¿Nos vamos hoy? – digo, y Miguel se sobresalta.
- ¿Q-qué? – tartamudea.
- ¿Nos vamos hoy? – repito.
- No, aguanta un poco. – contesto.
- ¿Cuánto?
- Un poco. – se levanto y camino a la puerta. – Tu gato no puede venir.
- ¿Disculpa? – me di la vuelta pero ya se había ido.
Miro a Charles, él mira fijo la puerta como si Miguel aún estuviera ahí. Se acaban de conocer y ya se tienen bronca. Increíble. Chasqueo mis dedos para llamar la atención de Charles, el se gira y me gruñe. Levanto mis cejas y me siento en la cama. Acaricio su lomo y él se sube a mis piernas. Con su delicada garra dibuja un símbolo en mi muslo, es una estrella. Una estrella con letras que no identifico. Hace fuerza y aruña mi piel, delineando la estrella.
-¡Charles! – le grito, pero él sigue trazando. Mi piel comienza a sangrar. Entonces lo empujo y paso mi mano varias veces por la estrella para limpiar la sangre. Quito la mano y verifico que haya parado de sangrar. Frunzo el ceño. No solo ha parado de sangrar, la estrella ya no está. Parpadeo varias veces y entonces aparece. Mi muslo sangra, la habitación es amarilla. Sus ojos. Sus ojos están en toda la habitación. Observo mi muslo, y veo su mensaje.
"Ven a mí" escrito en mi piel.
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A S Y L U M
Mystery / ThrillerNo puedes seguir bailando con el diablo, y preguntarte ¿por qué sigo en el infierno?