Capítulo 10

256 29 1
                                    


Cap. 10. Ascenso

"El verdadero poder no consiste en dominar a otros, sino en dominarse a uno mismo" (Platón).

Laia
Palacio Real de Reino Diamante

— Laia, querida — la voz de Javier se filtra en el aire del calabozo como veneno. Esa suavidad que usa no engaña a nadie, y menos a mí. La ironía de sus palabras me quema la sangre, transformando el agotamiento en pura rabia. Por su culpa estoy aquí, prisionera, hundida en este agujero que apesta a traición.

Apenas me doy cuenta de que estoy apretando los dientes cuando le respondo, cada palabra afilada como una daga.

— ¿Cómo crees que estoy, Javier? — mi voz suena más fría de lo que esperaba, como un cuchillo afilado. Cada palabra que pronuncio es un recordatorio del veneno que me ha administrado. Y ahora, aquí está de nuevo, tratando de envolverse en una falsa suavidad que no me engaña.

Su rostro permanece impasible, esa máscara perfecta de calma, como si nada pudiera tocarlo. Pero yo sé lo que esconde detrás de esos ojos, lo que he visto muchas veces antes: la arrogancia, el control absoluto que quiere tener sobre todos los que le rodean. Y me odio por haber caído alguna vez en su trampa.

Javier da un paso hacia mí, como si se acercara a una presa, y aunque mi cuerpo sigue rígido, mis entrañas se retuercen ante su proximidad. No quiero que se acerque más, no quiero sentir el peso de su presencia. Pero no me muevo. No voy a darles esa satisfacción.

— ¿Te sientes cómoda aquí? — su tono es ligeramente burlón, como si este fuera algún tipo de juego para él, como si realmente creyera que esto es lo que yo merezco. — Tal vez quieras dejar de fregar los suelos y pensar que algo bueno puede salir de esta situación.

Mierda, me odia. No sé si lo hace porque me ve como una pieza en su tablero de ajedrez o si porque aún guarda alguna clase de resentimiento. Pero lo que está claro es que no me va a dejar ir tan fácilmente. Cada palabra que sale de su boca es una aguja que me atraviesa, me hace recordarlo todo: su traición, su indiferencia, la forma en que me empujó a este abismo.

— ¿Ascender? — repito con incredulidad, el sarcasmo goteando de cada sílaba. Mis manos se aprietan en puños, temblando bajo la furia que siento. No puedo creer lo que estoy escuchando. ¿Ascender? Lo que él llama un ascenso es más una condena disfrazada. — ¿A qué me quieres ascender, Javier? ¿A tu muñeca de trapo?

Sus ojos se estrechan un poco, como si no esperara que le respondiera con tal dureza. En ese instante, veo algo en él. No es miedo, no exactamente. Es... incomodidad. Como si la guerra entre nosotros tuviera una dimensión que no había calculado, y ya no pudiera manejarla como antes.

— No digas eso, Laia — su tono es más suave, casi nostálgico, como si estuviera tratando de apelar a algo que ya no existe —. A tu padre le encantaba vernos juntos.

La mención de mi padre me golpea como un mazazo. No es tanto lo que dice, sino lo que evoca. Aunque él nunca me pidió que estuviera con Javier, sus ojos brillaban de una manera distinta cada vez que me veía en presencia de él. Para mi padre, Javier representaba una salida, una posible solución a la vida que ambos llevábamos, que era cada vez más difícil de sostener. Pensaba que este hombre, que se presentaba con esa fachada de poder y estabilidad, podría cuidarme y ofrecerme una vida mejor. Pero lo que él no entendía es que Javier no veía en mí lo que mi padre esperaba. Lo que él veía era una oportunidad para aferrarse a algo más grande que él mismo, algo que podía usar.

El Rey de HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora