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Kougyoku se quedó sin aire otra vez, pero ésta vez no por la sorpresa horrorosa que le había brindado su hermano, sino por la sorpresa que ahora le brindaban sus ojos.

Detrás de Gyokuen había llegado un hombre; bueno, debía de tener, quizás, unos años más que ella, pero era joven, muy joven. Su cabello negro, largo hasta el suelo, o quizás sólo a hasta sus tobillos, era lo primero que le había llamado la atención. Lo llevaba trenzado, pero algunos cabellos escapaban de sus ataduras, rebeldes, y en su cabeza la mayoría de ellos disparaban en diferentes direcciones, dándole un aire rebelde, pero hermoso.

Lo segundo que llamó su atención fueron sus ojos. Jamás había visto esos ojos en otra persona, y no solo por su color – rojos como la sangre – sino por la sensación de frialdad y sadismo que transmitían, aunque en esos momentos se veían más hastiados que otra cosa; a Kougyoku se le erizaron los vellos de la piel, pese a que no era a ella a quien miraba, sino a Gyokuen. Entrecerró los ojos levemente, y la chica pudo admirar un sombrado morado en sus parpados.

Lo tercero, y quizás más llamativo de todo lo que le había llamado la atención, era la poca vestimenta que llevaba encima, o mejor dicho, lo mucho que mostraba; llevaba un pantalón negro bastante ajustado, pero su camisa roja muy oscura se hallaba abierta de par en par, sólo cerrada en su final, sostenida por sus pantalones. Podía admirar todo su torso y abdomen descubiertos, blancos como el mármol, atrayentes como una luz cegadora, todo ello tapado por multiples collaretes dorados que le colgaban del cuello, y que Kougyoku podía apostar eran de oro macizo.

La mirada del nuevo invitado se desvió de Gyokuen, y llegó a posarse en Kouen.

El impacto era increíble.

Su mirada de hastío había cambiado a una mucho más sombría, y el enojo en ella parecía haber oscurecido sus atrayentes ojos rojos. A Kougyoku le recorrió otra vez un escalofrío por el cuerpo, pensando que esa mirada decía muchas cosas sobre aquel sujeto.

Su belleza era exótica y salvaje, y dejaba entrever por su postura desinteresada y aburrida, y sus cambios de mirada, que era una especie de depredador que se sentía tranquilo en cualquier situación en la que lo pusieran.

Es peligroso.

El pensamiento que cruzó fugaz por la mente de Kougyoku no hizo sino más que ponerla más nerviosa. ¿Quien era? Acaso Gyokuen lo había llevado allí por su propia voluntad? Parecía conocerlo, pues le sonreía, pese a la mala predisposición del hombre.

- Claro, querido. Ya lo había olvidado, con la emoción.

Ella se acercó hasta el hombre, que después de decidir, con una mirada de asco, que Kouen no valía la pena, la había desviado ahora hacia la mujer que le tomaba del brazo izquierdo. Parecía incomodo, pero no se alejó ni dejó entrever su molestia abiertamente.

- Kougyoku, cariño.- la chica reaccionó, casi sobresaltándose.- Él es Judal, el hombre que ha levantado a estas dos familias de la miseria estos últimos años.

- Tampoco exageres, tu nunca estuviste en la miseria, precisamente.- terció el hombre llamado Judal, aunque en su rostro se reflejaba la satisfacción del cumplido. Rashid también rió, y Kougyoku recordó de repente que ése era el hombre del que había hablado Hakuryuu momentos antes. Era a él a quien habían estado esperando.

- No seas modesto.Haces magia, muchacho.- terció Rashid.

- Ya quisiera yo hacer magia. Me facilitaría mucho las cosas para manejar sus gastos.- lo dijo al aire y con aire de aburrimiento, pero Kougyoku sabía que se refería a alguno de los presentes. Parecía del tipo de personas que se divertía punzando a los demás.

Entre el deber y el quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora