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Habían pasado tres largas semanas desde la fatídica noche, y sino fuera porque Sahbmad la había ido a visitar a su casa día por medio, sino todos los días, le habría resultado sólo un mal sueño, algo muy lejano, como si hubiesen pasado en realidad años.

Pero en realidad, el tiempo pasaba demasiado rápido, a una velocidad alarmante y la boda, la dichosa boda, estaba figada para poco más de un mes.

Kougyoku suspiró, sentada en su jardín.

Ka Koubun, fiel a sus principios, había despotricado todo lo que ella no se animaba a pronunciar, una vez lo había puesto al tanto de la situación en sus aposentos. Luego de todo el repertorio de insultos que su sirviente parecía saber, había sobrevenido la calma, y con ella, la razón. Ka Koubun le había explicado, de todas las maneras y formas posibles, lo beneficioso que esa boda era para ella; que según lo que él había recabado - y que, gracias al cielo, coincidía con lo que sabía Kougyoku - Sahbmad era un hombre cabal, de buen corazón; un poco cobarde, si, pero era el hijo mayor de Rashid, y el próximo heredero de sus fortunas y negocios, los cuales ya administraban juntos.

Y esos pensamientos sólo lograban que Kougyoku volviera a vislumbrar, cuando cerraba los ojos antes de dormir, en la oscuridad de su habitación, a aquel hombre de ojos carmesí haciéndole esa horrible seña en su cuello.

Él también estaba metido en esa familia. Kougyoku se lo imaginaba - con demasiada frecuencia, para perturbarla aún más - acechando desde las sombras, oyendo y viendo todos los movimientos que se entretejían en las familias a las que aconsejaba. Se lo imaginaba dominándolos a todos, y sabía bien que, llegado el momento y si seguía allí, también lo haría con su futuro esposo.

¿Qué podía a ser un hombre bueno, de buen corazón, pero cobarde como Sahbmad, frente a un hombre soberbio, prepotente, y - Kougyoku estaba segura - nada de cobarde?

Se descubrió pensando en Judal con demasiada frecuencia, y no le gustó nada. Tenía emociones completamente antagónicas cada vez que sucedía; por un lado, se ponía nerviosa, se enojaba y se aireaba cada vez que recordaba lo que le había dicho de Sahbmad, y de cómo había gritado durante la reunión que habían tenido los hombres, sin hablar de la espantosa seña asesina referida, según ella, a Rashid. Pero por otro lado, cada vez que recordaba cómo había susurrado, y el tacto de sus largos dedos blancos sobre su piel...su cuerpo respondía de una forma que Kougyoku no sabía ni quería saber qué significaba.

Luego se dio cuenta, con el correr de los días, que pese a estar acostumbrándose a la presencia de Sahbmad, y de ir conociéndolo cada vez más, de que no pensaba en él con la misma intensidad, pese a que era él su futuro esposo. Con quien conviviría, a quien debía hacer feliz y respetar, y a quien debía de darle hijos. Cada vez que pensaba en eso último se ponía tan nerviosa que debía desviar el tema hacia otra cosa...que generalmente solía ser Judal.

Estaba furiosa consigo misma.

Ka Koubun había notado sus cambios de humor, pero como la boda se aproximaba, y ambos estaban atareados eligiendo telas, decoración, presentes y demás cosas para el evento, lo había adjudicado a los nervios de su futuro matrimonio, y no a algo más, por lo que solía tranquilizarla cada vez que estaba a punto de perder los nervios diciéndole que todo saldría de las mil maravillas, y que él siempre estaría allí con ella.

Y la culpa volvía, implacable.

Una noche particularmente oscura, sin luna ni estrellas, tumbada en su amplia cama, rodeada de sedas blancas, en la oscuridad, mirando hacia el techo del dosel que no alcanzaba a distinguir, se percató que Sahbmad no la emocionaba.

Entre el deber y el quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora