5

115 10 0
                                    

Ya habían pasado dos semanas desde que Kougyoku y Sahbmad habían consumado su matrimonio.

Por supuesto, Kougyoku aún no era consciente de ello, porque seguía más o menos igual que antes: sola, con un jardín nuevo al cual cuidar, en una casa desconocida, cohabitando con los Saluja – pues debía vivir en el hogar de su esposo, con su familia - , pero en donde ella ahora era la "señora", además de Anise; sin sus hermanos, y con Ka Koubun a su lado, fiel como siempre.

Por lo menos gozaba de ciertas libertades, y había confirmado con agrado que Sahbmad era el hombre que aparentaba. La dejaba hacer a su antojo, aunque la pelirosa no sabía si era porque él era así de libertino igual que lo demostraba Ali baba – con quien convivía, pero a quien veía igual de poco que a su marido – o porque temía que ella se molestara. Lo cual jamás iba a pasar, porque con la crianza a base de miedos que había tenido, no iba a ser tan estúpida de sobrepasar líneas que sabía no debía.

Aunque el tema más escabroso aún seguía en pie, y cada vez la ponía más nerviosa y ansiosa, al punto de que había comenzado a preocuparse.

La noche de la boda, Sahbmad no había podido tocarla; se había excusado argumentando que estaba por demás nervioso, y así era – Kougyoku lo notaba por sus interminables temblores – y ella había sabido entenderlo, y una parte de su mente, agradecerlo, porque después de todo, ella también estaba nerviosa y hubiese querido postergar el momento lo más que pudiese.

Pero después de dos semanas sin ningún tipo de contacto físico, además de algún que otro beso y abrazo que él le brindaba, Kougyoku comenzó a pensar que el verdadero problema allí era ella, y no la timidez de su marido. Por supuesto, para todos, ellos sí habían consumado la unión, e incluso sospechaba que, secretamente alguno de sus hermanos esperaba que pronto estuviese embarazada.

Se abanicó impetuosamente, coloreándose ante el pensamiento.

Había vislumbrado intentos de Sahbmad por...cortejarla? Seducirla? No sabía cuál era la palabra; como ninguno de los dos parecía tener experiencia en el tema, él no sabía bien como iniciar la cuestión, y ella...bueno, tenía una idea por las cosas que había oído por ahí, pero no tenía una imagen clara de...eso.

Por lo que ninguno de los dos avanzaba, pese a los infructuosos intentos de su marido por acariciarla durante la noche, creyendo que estaba dormida. O eso hacía Kougyoku, fingir. Porque seguía postergándolo, aplazándolo, y la culpa comenzaba a formarse en su mente, cada vez más grande y amenazadora.

Acaso no estaba siendo la buena esposa que tenía que ser?

Ka Koubun, quien sabía de sus penurias, le había tranquilizado diciéndole que Sahbmad no parecía triste, ni había comentado nada con nadie, por lo que no debía de preocuparse, y que las cosas, tarde o temprano, fluirían, y que ella no era la primera ni la última en sufrir una cuestión así – Kougyoku tenía la fuerte sospecha que su más fiel sirviente lo espiaba día y noche, o tenía gente que a su vez le servía a él, no sabía cómo, pero se enteraba de todos los movimientos de su marido, y a su vez, tenía la capacidad de leerle la mente a ella para saber cuáles eran exactamente sus preocupaciones, pese a que ella le contaba parcialmente las cuestiones.

Lo que sí no le había contado ni comentado al pasar a Ka Koubun, por miedo o vergüenza, había sido que la culpa que sentía no sólo era porque no podía consumar su matrimonio correspondientemente, sino porque sabía que en realidad tenía un verdadero motivo, fijo y viviente, que le impedía concentrarse en otra cosa.

Judal se había dejado ver en un par de ocasiones en esas dos semanas; incluso había asistido a su boda y la había felicitado, pero a ella le había sonado más a una burla que a otra cosa; en ese tiempo, pese a que lo había visto en la distancia, no habían cruzado palabra, y cada vez que lo veía retirarse o se enteraba de su ida, no podía dejar de sentirse miserablemente decepcionada.

Entre el deber y el quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora